Si el señor Casado asegura que no estuvo de acuerdo con Rajoy y Sáenz de Santamaría el 1 de octubre del 17, no tengo por qué dudar de su palabra. Cree que se debieron evitar las cargas policiales y es una confesión respetable.
Pero llama la atención que haya tardado tres años en decirlo. Durante tres años largos su silencio estuvo otorgando. ¿Por qué lo confiesa ahora? Puede responder que nadie se lo preguntó y no iba a ser él quien airease su discrepancia en el patio de vecindad.
Lo malo es que se lo preguntaron a cinco días de las elecciones y alguien puede interpretar que dejó ver un síntoma de languidez ante la presión nacionalista. Algo así como "para qué voy a encender la hoguera de la represión si tanto tiempo ha pasado y venimos a ganar votos y no broncas".
Mi tesis: si fue verdad aquella discrepancia, la soltó cuando le preguntaron, pero también cuando creyó que le convenía a efectos electorales y de imagen. Si ahora, además, necesita distanciarse de Rajoy por lo de Bárcenas, nada mejor que discrepar en lo más sensible para la derecha y lo más simbólico para indepes, que han sido los porrazos de los guardias el día del referéndum ilegal. Y si encima, eso le permitir poner otra barrera con Vox, ya está: el 1 de octubre de 2017 Pablo Casado era un verso suelto, por no decir un disidente dentro del PP.
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Si es rentable decirlo ahora, lo veremos el domingo. De momento, da alas al victimismo secesionista. Y ese puede ser el error.