Madrid |
Se le puede dar cualquier título, menos el que describa algún grado de bondad. Lo que hay, mirando a Cataluña, es un independentismo malo y otro peor. Por suavizar, un independentismo pragmático y otro echado al monte.
Hay una Esquerra que al menos se dispone a dialogar, a facilitar un gobierno, y a ocupar el lugar que tuvo Convergència i Unió cuando barría para casa, pero echaba una mano en la gobernación.
Y hay un Junts per Catalunya o como se llame según el día, que quiere influir, pero para tumbar o para hacer imposible el acuerdo. Tiene a un Torra, que no es un presidente, sino un agitador y que calificó a los españoles como bestias.
Lo suyo no es política, sino odio. Tiene a un Puigdemont, que se dedica a desprestigiar a España, su democracia y su realidad institucional desde el rencor. Y hay todavía unos peores, que el viernes de dedicaron a quemar fotocopias de la Constitución. No hay grados de bondad, sino grados de provocación.
O para entendernos, grados de aplicar el apretéu. Y como todos son inevitables, si se me plantea el reto de optar, yo siempre optaré por aquellos que, por lo menos, están dispuestos a hablar.