Julio Llamazares escribió hace más de veinte años que no conoce a nadie que haya muerto gritando ¡Viva el Centro! Para Bobbio, el centro sería como el crepúsculo, situado entre el día y la noche, “momento de espera y ensueño”. Y los líderes del centro político parecen personajes de Julio Verne: “¿Sabes que para llegar al centro de la tierra solo nos quedan 1.500 leguas? ¡No vale le pena hablar de ello!, respondería Arrimadas. En marcha, en marcha”.
Digo yo que el centro político existe por tres importantes razones: una, porque creo en él; otra, porque no hay político, salvo Iglesias y Abascal, que no aspire a situarse en la centralidad o que le veamos en ella, y la tercera, porque los politólogos defienden que las elecciones se ganan desde el centro. Luego, el centro, el centrismo y la centralidad existen. Lo que ocurre es que es un estado de ánimo, y los estados de ánimo son difíciles de montar como organización política.
Como actitud ante los asuntos públicos, o ideología de usar y tirar, todos los partidos centrales reclaman su parte y su porte y se adueñan del concepto como la Superliga se quiete adueñar del fútbol. Y hay también una especie de condena histórica en nuestro país: los partidos de centro son tan suculentos, que los grandes tiburones, llámense PP o PSOE se los acaban comiendo. Sobre todo, el tiburón de la derecha. Alianza Popular se comió a la UCD y dejó algunos restos al PSOE, y ahora el PP se come a Ciudadanos y no quiere dejar ni restos.
