Fue un más de lo mismo, en dosis de fin de año: una apelación al diálogo, que no es tal, sino una petición de que Sánchez acepte sus reclamaciones. Fue una reedición del "apretéu" que un día hizo a los CDR, pero ahora dirigido a la sociedad catalana.
Y eso sí: fue una llamada a la insurrección contra lo que él llama la injusticia y el derribo de los muros de la opresión. Es decir, el activista frente al gobernante; el agitador frente al representante del Estado, que es él y no otro; lo que ha sido siempre en esa empanada mental donde combina en confuso tropel la negociación y la voluntad de rebelión, contenida esta para no incurrir en los supuestos que harían inevitables las consecuencias penales personales y el 155 colectivo.
Y fue, como me planteas, la confesión de falta de unidad del independentismo. "Dejemos atrás las diferencias", dijo en una especie de súplica, que sería magnífica si estuviese dirigida al Estado, pero es dirigida a Esquerra, a la CUP, a los CDR, a la ANC y a Ómnium Cultural.
Cada cual tiene su modelo de llegada a la república, y a Torra le corresponde una parte de la culpa, quizá la mayor, pero eso nunca lo confesará. Pero, lo peor es que Torra sigue hablando solo para independentistas. Quiere la unidad soberanista. Ignora a la mitad de la población. Le importa un pimiento la unidad del poble catalá.