La exageración plebiscitaria de la mayoría búlgara se ha convertido en una anécdota en comparación con el concepto hiperbólico de la mayoría guineana, entendiéndose por mayoría guineana ese 99,7% de los votos que ha obtenido Teodoro Obiang en las elecciones presidenciales.
El siguiente desafío del dictador consiste en ganar las próximas con el 110% de los votos, pero mientras tanto Obiang celebra 43 años en el poder y otros siete pendientes sin noticias de fuerzas opositoras.
El único partido que se atrevió a discutirlo, que se llama Ciudadanos, Ciudadanos por la Innovación, fue sometido a un ataque del ejército guineano, más o menos para dar cierto brillo castrense a la clausura de la jornada electoral.
Y nadie va a atreverse, aquí en Occidente, a discutir el pucherazo de Teodoro. Porque la suya no es una simple dictadura. Es una dictadura petrolífera, de tal forma que España forma parte de los países que se arrodillan a los pozos del tirano.
Recordad cuando Rajoy le mandó la selección de fútbol para entretenerlo. O cuando vino Teo al funeral de Suárez. Y cuando nos prestamos sin disimulos a la propaganda del dictador, entre cuyos delitos tanto pesan los crímenes contra la humanidad como los relacionados con el saqueo de las arcas públicas, el blanqueo y la evasión.
Una tradición dinástica que concierne al hijo del dictador. Teodorín, se llama, y ha ha sido entronizado como delfín. Por eso ocupa el cargo de vicepresidente y persevera en la insólita fórmula de la república hereditaria. La misma que prevalece en Corea del Norte con el linaje providencial de los kinkones y que inauguró Teodoro Obiang organizándole un golpe de Estado en su tío en .