Procedo al indulto de Shaquille O’Neal, no porque se le pueda echar de menos en las canchas de baloncesto, que también, sino porque el pivot colosal de New Jersey se niega a que sus hijos vivan de su dinero.
Y no le escasean los herederos, seis en total, entre dos matrimonios y algún hijastro, pero a todos ellos les ha restregado una advertencia o un escarmiento. “No somos ricos, muchachos, el rico soy yo”.
Y no es que Shaq vaya a descuidar la manutención ni la educación de la muchachada, pero sí está decidido a cuestionar los privilegios que le reclama la prole, de tal manera que los seis hijos seis tendrán que resignarse a las restricciones de una familia convencional.
Ya se ocupa el patriarca de gastarse el dinero que se ha ganado a ley -cuatro anillos- y que sigue engendrando a cuenta de su papel de comentarista, de showman, de actor, de reclamo publicitario y de cantante.
Shaq nació en una barriada muy pobre y violenta de Newark y vivió el abandono de su padre. Un escarmiento que le hizo madurar muy pronto. Y que quiere convertir en recordatorio para los hijos pedigüeños.
Y no porque vaya a abandonarlos, sino porque quiere inculcarles el sentido de la responsabilidad y del mérito.Que se ganen la vida por sí mismos. Allí estará papá para ayudarlos, pero no para regalarles un solo dólar.
Poneos en la piel de los niños. Su padre es rico, pero ellos no. Lo demuestran esos trajes de alpaca que recubren a un gigante de 2,16 y de 150 kilos. Y que convirtió el baloncesto en minibasket, ya que de niños hablamos.
