Se nos escapan los días sin haber dado curso al expediente de indulto de García-Gallardo, cuya imagen reciente más inquietante lo presenta saliendo del coche oficial provisto de su casco.
Al parecer era el de su moto. Y lo llevaba porque había estado en un encuentro motero, pero estas aclaraciones no contradicen la sensación de que García-Gallardo pilotaba el coche oficial.
Y que acaso venía de una misión en el túnel del tiempo. Porque le hubiera gustado vivir en el franquismo. Y encontrar mayor sensibilidad a sus iniciativas políticas e ideológicas.
La mujer en casa, dedicada a las tareas domésticas y a la procreación. Los maricones proscritos y en terapia. Y la Tierra plana. Sin moros en la costa. Y Gibraltar español.
31 años ha cumplido el vicepresidente de Castilla y León. Y se tiende a caricaturizarlo, yo mismo acabo de hacerlo, pero conviene aclarar que sus pronunciamientos políticos o sus alzamientos, únicamente definen la mansedumbre con que acata y promueve las órdenes de Abascal.
García Gallardo es el títere del patrón ultraderechista. La terminal de quien se vale para declararle la guerra al PP en Castilla y León, aunque Demoliciones Mañueco se merece el escarmiento.
Porque fue él quien renegó de Ciudadanos creyéndose la versión masculina Ayuso. Y es él quien merece más que nadie el escarmiento de acostarse con esta versión tan grimosa del nacional-catolicismo.
Nada conmueve más a García Gallardo que el latido de un feto. Y que el discurso de Franco en el balcón de la Capitanía General de Burgos.