Putin está detrás no con su dirección IP, pero sí con su capacidad de inducción y de perversión atmosféricas. Putin no manda asesinar a periodistas ni decide volar un avión de pasajeros, ni se mancha el hábito en las campañas de sabotaje a la UE, pero es la niebla espesa de los fenómenos que desestabilizan Europa.
Y Cataluña es una coartada providencial. Le conviene balcanizar el continente, desfigurar la Europa sin barreras, incitar el nacionalismo y el populismo. Por eso simpatiza con Le Pen y con Junqueras. Y por la misma razón ha inculcado su modelo autocrático, providencial y religioso en los países comunitarios del Este. Una conspiración al sueño de la paz continental que se desarrolla en Facebook, en Twitter, en Instagram, sin dejar huellas evidentes de la ciberguerra.
Y nuestro Gobierno no se atreve a reprochárselo. Se habla de una campaña abstracta que proviene de la abstracción del territorio ruso.
Mucho ruso en Rusia, dice Eugenio. Y muy pocas ganas de desenmascarar al presidente eterno. Porque España no tiene política exterior, más allá de Cataluña se entiende. Y porque ya no pusimos de perfil cuando Putin anexionó Crimea.
Así es la política del zar. Incita y suscita las crisis territoriales. Lo hizo en Abjasaia, en Osetia. Lo hace en Lugansk. Y ha encontrado en Cataluña un avispero susceptible de agitarse. No es tan difícil. Aquí, en la patria de Caín, lo suyo es matarse a garrotazos, pero esta vez estamos en modo Gandhi, presidente.