CON RUBÉN AMÓN

Rubén Amón indulta a Manolete: "El símbolo de la posguerra tenía que ser un torero famélico, desnutrido"

El símbolo de la posguerra tenía que ser un torero famélico, desnutrido. Un torero triste, tan triste como alegre fue El Cordobés en cuanto icono del desarrollismo. Manuel Benítez era un viva la vida. Manolete fue un viva la muerte.

Madrid | 04.07.2017 06:00

Así lo decía Luis Miguel Dominguín, testigo de la trágica corrida de Linares. Que fue hace 70 años, aunque si hablamos de Manolete hoy en el epílogo del programa lo hacemos porque nació hace un siglo, un 4 de julio de 1917.

Sigue vigente Manuel Rodríguez, el Califa Cordobés. Vigente porque no sólo es el torero moderno, sino que hasta podría ser contemporáneo. Por la verticalidad, por la personalidad, por el hieratismo y por sus muñecas de seda.

Y sigue vigente fuera de la tauromaquia en los coloquialismos porque hasta Pablo Iglesias, que no es taurino, se acuerda de él en sus discursos victimistas. "Nos van a acusar un día de la muerte de Manolete", acostumbra a decir el líder de Podemos. Y lo decimos también quienes sufrimos de manía persecutoria.

Manolete, ya lo escucháis, no tuvo un pasodoble, tuvo un requiem. Y ya nos gusta mucho a los españoles recrearnos, quizá excesivamente, en su imagen funeraria. El rictus de máscara mortuoria. Los ojos oscuros y tristes, la cicatriz de la propaganda franquista. El hombre en blanco y negro.

Por eso a mí me gusta ver una película doméstica que se rodó en color en México. Aparece el maestro sonriente y hasta eufórico. Le acompañan el tequila reposado y la menos reposada Lupe Sino, la actriz mexicana. Y el amor que le prohibieron su madre, su apoderado y hasta las obligaciones de ceñirse a la leyenda del mártir.

Estaba de retirada Manolete cuando murió. Y hasta los públicos, Madrid en cabeza, empezaron a discutirle: "Manolete, si no sabes torear, pa' qué te metes". Pero Islero no le dejó marcharse.

Consciente de su agonía y de las moscas que relamían su femoral, las últimas palabras de Manolete evocaron el día de su nacimiento: "¡Ay, el disgusto que se va a llevar mi madre!".