Y es verdad que el payaso en todas sus expresiones nos obliga a recelar de la nariz roja, el maquillaje blanco, la peluca desordenada, pero el pavor irracional al payaso es tan antiguo que se diagnostica con un término griego: coulrofobia.
Y tiene interés la etimología. Que se deriva del término kolobatistes y que significa los que van encima de zancos, o sea fobia a la gente extraña, para entendernos, tan extraña como la disociación de un cuerpo normal y una cabeza extravagante y policromada.
Y se asustan los niños, claro, y los adultos también.
Primero porque no esperamos que el tipo que ha prometido hacernos reír pretenda hacernos llorar de miedo. Pasa con la películas de terror en que los niños encarnan el mal. De ellos no esperamos que nos despedacen con un hacha o que nos induzcan a tirarnos por el balcón.
Miedo a los payasos. Provocan terror los rostros y las imágenes enmascaradas. Aquellas que no acertamos a decodificar. Y especialmente si se nos han presentando cuando éramos niños. Mi hijo no soportaba las marionetas (ni el padre tampoco). Y a los hijos de mi buen amigo David Gistau les aterró la visita de Cachiporra, un payaso callejero que debía amenizar el cumpleaños y que más que amenizar terminó demonizándolo.
¿Hay soluciones? Los psiquiátras sostienen que la peor manera de corregir la coulrofobia es evitar el problema, así es que la única manera de reconciliarse con Joker, con Twisty, o con Pennywise, con eso, es darle los buenos días en el descansillo.