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Rubén Amón indulta a Fernando Savater: "No es sólo un filósofo, un pensador"

No es que Fernando Savater tenga muchas ganas de seguir viviendo desde la muerte de su mujer, pero seguramente lo sigue haciendo porque los humanos, lo escribía Spinoza, propendemos a la vida, y porque el filósofo aún tenías cosas que decirle. A ella.

Rubén Amón

Madrid | 18.09.2019 09:54

Las ha reunido en 'La peor parte' una memoria de la dicha conyugal, de la plenitud amorosa, que Savater evoca desnudo y desarmado. Vulnerable. Y hasta frustrado por la vacuidad la sabiduría frente a la ferocidad de la fatalidad. Un libro de amor entrañable en cuanto ha salido de las entrañas.

Si no fuera por las gafas o por el estrabismo con que los dioses han matizado la clarividencia mental de Savater, el busto de Savater podría ubicarse en la repisa de los filósofos del Museo Capitolino de Roma. O hacerlo en el de Atenas, compartiendo linaje con los maestros presocráticos que dieron origen al pensamiento como respuesta a la incertidumbre del mundo.

Savater encontraría parecido acomodo entre los preceptores de la familia Medici. Formaría parte de los estilitas de la Ilustración. Savater habría redactado la Declaración Universal del los Derechos del Hombre. Y habría cedido el asiento a Rosa Parks, como la dio la cara por sus vecinos y sus gentes cuando ETA corrompió la democracia española y pretendió reventar la convivencia lejos de las metáforas.

No, no capitula el filósofo. No lo hizo en los años de plomo. Ni lo hace ahora, cuando la propaganda indepe trata de degradarlo a la categoría de reaccionario. Y reaccionario nunca ha sido Savater. Ni revolucionario. Ha sido un predicador de la ética. Un hombre comprometido con el laicismo, la ilustración, los derechos, la razón. Un divulgador sin concesiones a la demagogia ni al sectarismo. Ni a la simpleza. Un ensayista que ha opuesto muchas preguntas y algunas respuestas a las congojas de nuestra sociedad.

Lo demuestra la batalla emprendido contra el oscurantismo. El religioso, el político, el cultural, no digamos el fanatismo nacionalista. Savater no ha dejado de molestar con su rechazo al puritanismo, pero también con la refutación a la corrección aséptica de la progresía.

Savater ha llegado a tiempo de redimirnos del buenismo. Por eso no hay manera de clasificarlo ni de simplificarlo. Savater no es sólo un filósofo, un pensador. Es un estado de conciencia que sobrevive a la coyuntura. Un peine del viento, por mencionar la parábola de Chillida en la Donosti donde el sabio habita y donde ahora busca la sombra de su esposa.

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