OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Torra, como los edificios públicos, se supone que es de todos y debe evitar exhibirse como activista de parte"

Es el Día del Padre. Debe de estar Joaquim Torra, que es el hijo, al habla ahora mismo con Waterloo:

@carlos__alsina

Madrid | 19.03.2019 08:11 (Publicado 19.03.2019 08:00)

‘Paapa, paapa, qué hago, que esto de la Junta Electoral parece que va en serio. Usted me acoge en la mansión si tengo que exiliarme, ¿no? Que si no quito los lazos hoy me empuran a mí. Cuánto fascismo, eh paapa, cuánto fascismo’.

Veinticuatro horas le dio ayer la Junta Electoral al hijo de Puigdemont para que se haga un Colau y retire de los edificios públicos que dependen de él los símbolos del activismo independentista. Que a su vez son símbolos que buscan retratar al Estado español como antidemocrático y represor. Justo lo que hicieron los oradores en la manifestación del sábado en la Cibeles —poner a parir a las instituciones españolas— para solaz de los asistentes y ante la indiferencia sosegada del resto de Madrid.

Avisa la Junta Electoral a este señor que finge gobernar Cataluña de las consecuencias que puede tener para él la desobediencia. Consecuencias penales, porque podría intervenir la fiscalía y denunciarle en el juzgado. A él, que hasta ahora ha evitado comprometerse en ninguna acción que pudiera traerle disgustos legales. Este no es el Torra aquel que en 2016 predicaba la desobediencia a cualquier resolución española porque para eso se había declarado soberana Cataluña. Éste es el Torra que habla y habla y habla pero no firma un papel. El Torra que debe de estar preguntándose a ver si después de tanta cautela le ponen una denuncia por mantener ahí colgando un lazo.

Aquí puedes escuchar la entrevista de Carlos Alsina a Quim Torra

El problema de este personaje es que él es, en sí mismo, un lazo amarillo. Todo él. Torra es un lazo amarillo y una bandera independentista. Como presidente de la Generalitat que es, le pasa lo que a los edificios públicos, que se supone que es de todos y debe evitar exhibirse como activista de parte. Más aún en el uso de los recursos públicos. Pero como nunca ha sido el president de todos —ni siquiera lo ha intentado— sino el cheerleader del fugado, se le puede reprochar a él que se use a sí mismo como fachada de la tener colgado el lazo amarillo. Si ignora a la Junta y mantiene los símbolos partidistas, se arriesga Torra a que empiecen para él las curvas. Si hace caso a la Junta y quita los lazos y las banderolas, se arriesga a que Rufián le llame cobarde y le pregunte por las treinta monedas de plata. Rufián es otro valiente que exige compromiso a los demás desde su ventajosa posición de activista que no gestiona nada. Quién le va a pedir responsabilidades a él, que sólo es un diputado tuitero sin más mando ni más nada.

Ya está aquí, ya llegó, el debate de cada campaña electoral: el debate sobre cómo deben ser los debates. El debatito más bien, porque su altura viene a ser la de Torrebruno, que en paz descanse. ¿Cuántas veces ha escuchado usted decir a los líderes políticos que a debatir nadie les gana, que aman el contraste de pareceres, que ellos dicen que sí a cualquier debate, donde sea, con quien sea, a la hora que sea? Si por ellos fuera, se pasarían el día debatiendo. Ahora haga usted la prueba de llamar a dos de ellos, al azar, y decirles: ¿se vienen ustedes mañana a debatir sobre lo que quieran? Ya les digo yo que no van a venir. Se inventarán cualquier excusa, buscarán cualquier precedente, inventarán cualquier milonga y seguirán dando mítines a la parroquia, que ahí nadie les discute nada. Es todo un cuento. No es verdad que estén deseando debatir con quien sea y donde sea. Ofertas tienen para aburrir y aún no hay un solo debate confirmado. Por qué será.

A Sánchez le preguntaron hace días y tiró del comodín del candidato: que por supuesto que sí, pero que él, pobre soldado sometido a la disciplina Ábalos, irá donde le diga el comité electoral.

Ay, los comités, qué poder tienen los comités para llevar y traer al candidato: que debates, Pedro. Y Pedro debate. Que no, que no debatas. Y Pedro, aunque lo esté deseando, no debate. Cuentos.

Sánchez debatirá si ve que tiene algo que ganar. Y como va primero en todas las encuestas, es quien más tiene que perder. Los demás, lo mismo. Claro que Casado quiere un cara a cara con Sánchez, cómo no lo va a querer. Y sería un debate interesante. Pero si a Casado le ofreces debatir con Pablo Iglesias, igual ya no le apetece tanto. Rivera también quiere el cara a cara, pero como sabe que no lo va a tener, habrá de conformarse con el debate a cinco si éste, al final, prospera. A Rajoy le zumbaron los otros aspirantes —Sánchez, Rivera, Iglesias— en el debate de 2016 porque envió en su lugar a Soraya Sáenz de Santamaría. Cobardón el presidente, dijeron, mira cómo se esconde. Está por ver que ahora vaya Sánchez a ese debate a cinco. Si envía a Carmen Calvo habrá consumado su conversión a la fe del marianismo.

Al señor Ábalos hay que agradecerle que exprese con claridad que esto de los debates no se lo toma como una obligación para que la opinión pública pueda contrastar a unos líderes con otros, sino como un elemento más que se utiliza a conveniencia del partido.

Así que cuando usted escuche a los líderes proclamar que ‘cuantos más debates, mejor’, acuérdese de que es un cuento. Y si le escucha a Sánchez una declaración como ésta…tenga presente que es una grabación de 2015. Es lo que Sánchez decía cuando el presidente no era él.