EL MONÓLOGO DE ALSINA

¿Tienen algo en común Obama y Fátima Báñez?

Les voy a decir una cosa.

Ves a Barack Obama, ves a Fátima Báñez y preguntas: ¿es posible que se parezcan en algo? Ella es mujer, él es hombre; él es negro, ella es blanca; ella nació en San Juan del Puerto, provincia de Huelva, él es hawaiano; él tiene escritores que le preparan buenos discursos, ella a veces derrapa con la “movilidad exterior” y expresiones de ese género.

ondacero.es

Madrid | 17.01.2014 20:18

¿Tienen algo en común Obama y Fátima Báñez? Pues sí. Tienen en común que ambos se han enterado, de pronto, de cosas que llevaban años pasando. Como si no pudieran haber sospechado nunca que algo así sucediera, han decidido ahora cambiarlas. Obama no va a hacerle un homenaje a Edward Snowden en la Casa Blanca, pero se ha ido desinflando aquel ardor por echarle el guante que exhibió al principio, cuando empezaron a filtrarse historias sobre el espionaje de la NSA a ciudadanos norteamericanos (que espíen a los extranjeros se da por hecho y no le parece noticia ni a Will McAvoy).

El presidente empezó diciendo que aquello era un acto de traición, que sólo beneficiaba a los enemigos de Estados Unidos y, sobre todo, que las actividades de la NSA estaban bendecidas por la ley y eran todas correctas, deseables y necesarias. Luego ya se destapó que habían estado fisgando en las comunicaciones privadas de Dilma Roussef y Ángela Merkel y entonces lo que el presidente dijo es que iba a pedir explicaciones de inmediato a su gente porque él mismo estaba boquiabierto ante semejante descubrimiento: qué iba a saber él del espionaje a los jefes de gobierno amigos, si sólo es el presidente de los Estados Unidos. De pronto el señor Obama se presentó a si mismo como un comandante en jefe que ignoraba lo que hacían sus fisgones...y que se enteraba de repente gracias -subráyese el ‘gracias’- al gran filtrador al que había satanizado previamente.

Hoy, sin dejar de arrearle otra vez a Snowden por desleal, ha dado un paso más en la rectificación de su reacción inicial a todo este escándalo. De aquel “créanme, el gobierno no escucha sus conversaciones, es otra cosa que se llama metadatos”, hemos pasado al anuncio que esta tarde se ha hecho oficial: la administración dejará de interceptar y almacenar por sistema datos de las comunicaciones telefónicas de los usuarios, aumentarán los controles judiciales y eximirá de la vigilancia a los dirigentes políticos de países amigos. Los “dirigentes”, no los ciudadanos corrientes. Dilma y Merkel se libran. Rajoy también si hubiera llegado a despertar alguna vez el interés de los espías obámicos. El resto de la ciudadanía, no. De nosotros no ha dicho ni media el presidente norteamericano.

Hoy contaba el Guardian, en la última entrega de las revelaciones de Snowden, que la NSA reúne a diario millones de mensajes de texto que enviamos los usuarios de manera aleatoria, sin que tenga que existir sobre cada uno de nosotros una sospecha, una investigación o un permiso judicial. Se captan mensajes para ver qué se puede sacar de ellos. O, en palabras de la propia NSA --en uno de sus documentos internos-- se trata de explotar la mina de oro que son los mensajes de texto.

Y entonces, ¿qué, tienen algo en común Obama y Fátima? ¿Recula la ministra también en algo, o nos espía? No, Báñez no espía a nadie, la información que necesita la busca en las nóminas. Fátima Báñez llegó al ministerio de Empleo hace veinticinco meses, a la vez que  los demás ministros de Rajoy y del propio presidente. Más de dos años ya gobernando y resulta que hay cosas que aún permanecían, para el gobierno, ocultas. Por ejemplo, que hay empresas que dan vales de comida a sus empleados y no cotizan por ello. Y tampoco por el plus de transporte, los vales de guardería y el seguro médico. Aquí no ha hecho falta Snowden que le entregara a un periódico las pruebas de que las empresas no estaban cotizando -enorme escándalo- por los vales de comida de sus trabajadores. Ha sido el propio gobierno el que, fruto de una investigación ardua y minuciosa que le ha debido de llevar dos años, ha sacado a la luz este secreto.

El secreto y, simultáneamente, el decreto. En un ejercicio de inmediatez gubernamental encomiable, no sólo descubrió el pastel en diciembre sino que aplicó, sin dudarlo, la medida que acabara con una irregularidad fiscal tan notable: obligar a cotizar por todo ello. Naturalmente las patronales y las gestorías se han revuelto porque este cambio de la norma (y las consecuencias que tiene en las nóminas) no entraba en sus planes -cómo iba a entrar si nunca fue anunciado-, por eso el gobierno ha salido a explicar ahora que es intolerable que los pagos en especie al trabajador (la comida, el transporte, la guarde) no coticen como el resto del salario.

Claro que si hasta ahora no tenían que cotizar, porque así lo establecía la ley del 94, no se entiende que se pretenda presentar ahora como irregularidad lo que era cumplimiento de la norma que había. “Los productos en especie concedidos voluntariamente por las empresas no se computan en la base de cotización”, artículo 109, esto es lo que ahora ha modificado el gobierno. Y esto es lo que ahora pretende hacer pasar como una suerte de trampa que las empresas han empleado escandalosamente.

Calificar de irregularidad a lo que estaba permitido por la norma es forzar bastante la máquina. Y presentarse como el adalid de la higiene fiscal que destapa un coladero de fraude y le pone coto resultaría creíble si lo hubieras hecho nada más llegar al gobierno -eh, listillos, ya no me coláis más vales de comida-, pero si lo haces sigilosamente, en fin de año y cuando el déficit de la Seguridad Social aprieta, hombre, cuela menos. Porque pone en evidencia que lo que te ha movido a cambiar las reglas no es un arrebato de rigor y dignidad, sino las cuentas de la Seguridad Social, que no te salen. Si la medida era tan buena para los trabajadores, para sus futuras pensiones, y tan justamente severa con las empresas que estaban cargando su política social a la cuenta del Estado...extraño que el día que se aprobó no sacara el gobierno pecho.

Han pasado veintiséis días desde la publicación del decreto hasta este road show que están haciendo los altos cargos del ministerio por las emisoras de radio para contar su versión de la historia. “No podemos construir un sistema sólido con prácticas que dañan a la Seguridad Social”, nos dicen ahora, “las empresas son las primeras en saber que han incurrido en competencia desleal”.

En realidad el motivo que alegaba el Ejecutivo en su real decreto del 21 de diciembre no tenía nada que ver con todo esto. Lo que decía es que “las previsiones de crecimiento de empleo aún son moderadas y es preciso, por ello, introducir ajustes menores en la normativa laboral impulsarlo”. Es decir, que todas las modificaciones lo que buscan es incentivar la creación de empleo. Incluida, ahí le has dao, la subida de las cotizaciones.