Si aún queda algún votante que de verdad esté en indeciso, se le va acabando el tiempo.
Si aún queda alguno porque muchos de los que se dicen indecisos en realidad a lo que no se deciden es a contar en público lo que tienen decidido votar. La gran duda de esta convocatoria electoral: cuánto se va a distinguir la realidad del panorama que han venido dibujando las encuestas. Si tendremos una noche electoral como la de Andalucía en diciembre, o la de Cataluña en 2017, o la de Estados Unidos cuando Trump o la del Reino Unido cuando el Bréxit.
Las empresas encuestadoras en busca de la redención. Y Tezanos en busca de su coronación como rey del CIS con la cocina desmontable. Ahora la quito, ahora la pongo.
El domingo iremos teniendo, por fin, respuesta a estas preguntas:
· La primera es Vox. La primera es si lo que estamos viendo estos días en los mítines de Vox anuncia un resultado arrollador de este partido o sólo cumple con aquella vieja máxima que avisa de que puedes tener más gente que nadie en los mítines y luego quedar el último.El éxito de convocatoria del profeta Abascal es innegable. Valencia, ayer. Sevilla, anteayer. Málaga, Coruña, Valladolid. Ha ido llenando aforos que los demás líderes no llenaron. Con gran fervor de los asistentes, no tanto a la hora de festejar a Abascal y su evangelio del despertar de la patria (es un artista de una sola canción, no le saques de ahí porque no hay más) como a la hora de corear sus ataques contra eso que llama la dictadura pijoprogre, las feminazis y la derechita cobarde (todo lugares comunes que no ha inventado él, son obra de columnistas y comentaristas a los que ha copiado el repertorio). Hay miles de asistentes enfervorizados. ¿Significa que habrá más de 35 diputados de Vox en el Congreso? Treinta y cinco ya es un número notable para un partido que se estrena y que hasta hace seis meses era objeto de chanza por su carácter residual. Pero treinta y cinco es quedar quinto en la carrera de cinco. ¿Puedes ganar en los mítines y quedar el último en las urnas? El domingo, la respuesta.
· La segunda pregunta es si el PSOE gobierna. No hay encuesta que no le atribuya la victoria y si eso no sucediera tendrían que cerrar todos los institutos demoscópicos. Pero la horquilla de resultados va de los cien escaños pelados (que sería un fiasco para Sánchez) a los 130, que son el número mágico con que sueñan los influencers de la cohorte monclovita. En los sondeos ésos que los partidos manejan estos días aunque los medios no podamos publicarlos, Podemos remonta ligeramente (Iglesias ha recuperado fuelle) y el PSOE flojea, en torno a los 110 escaños. El plan ideal de Sánchez es resolver la investidura con Iglesias y un PNV siempre dispuesto a acudir en socorro del vencedor (previa negociación del precio), pero el plan B es encamarse con Rufián y los 15 diputados que le están calculando a Esquerra Republicana los sondeos. Todo eso, claro, si el PP se hunde y Ciudadanos decepciona, porque si al final Casado aguanta mejor de lo previsto y a Rivera no le pasa lo de siempre (que en la recta final se gripa), aún podría llegar el líder del PP a la Moncloa. Casado a lo Moreno Bonilla.
De esas dos preguntas principales cuelgan todas las demás:
· Si el orden de los factores en la derecha es el que están diciendo los sondeos —PP, Ciudadanos, Vox— o cambia la alineación y el peso de los líderes.
· Si de los cuatro que hemos visto en los debates, sobreviven los cuatro o alguno palma (politicamente).
· Si el bipartidismo resucita pero encarnado no en siglas sino en bloques: aquí las derechas, aquí las izquierdas, sopa de letras pero inamovibles ya para siempre las alianzas.
· Y si el independentismo catalán, que es el elefante en la habitación de esta campaña (cuando pasen las urnas, Torra seguirá ahí, y el juicio del procés seguirá ahí, y Puigdemont seguirá en Waterloo), si el independentismo consigue, o no, ganar las elecciones generales en Cataluña.
Ahora que termina esta campaña, les doy una explicación que tenía pendiente con muchos de ustedes. Que han preguntado por las entrevistas a los candidatos. Por qué no hemos entrevistado en el programa a Santiago Abascal, a Pedro Sánchez, a Pablo Iglesias.
Alguna vez les he dicho que igual deberíamos explicar más a menudo de qué depende que un dirigente político sea entrevistado en un programa. Depende de dos cosas: que se le invite y que él (o ella) acepte. Igual deberíamos explicar más a menudo que aparte de los vetos explícitos (el de Vox impidiendo a medios acceder a sus actos, por ejemplo), están los otros vetos. Los que ni se anuncian ni se admiten, pero también existen. Consisten en que un programa de radio, solicita una entrevista a un candidato y éste, por sistema, le hace la peineta. No un día. Sino todos. Durante semanas, durante meses, durante años.
Santiago Abascal aceptó una entrevista en este programa algunos días después de las elecciones andaluzas. La suspendió la tarde anterior alegando que estaba enfermo. A la mañana siguiente pudo comprobarse que muy enfermo no estaba, porque acudió a la Audiencia Nacional a presentar una denuncia y hacer allí declaraciones. Y desde entonces cada vez que le hemos recordado a Vox la entrevista pendiente ha dado largas. Ni Abascal ni ninguno de sus adláteres ha querido pasar por aquí. En su derecho están. Como están en su derecho a no hacer conferencias de prensa. Abascal, para eso, ni el plasma. Su coartada es que los medios distorsionan lo que dice. Pero sólo eso, la coartada de quien, presentándose como el más valiente y desacomplejado de los candidatos, huye de las conferencias de prensa. Es verdad que es una huída sin complejos.
Pablo Iglesias, como le recordó en esta casa José Ramón de la Morena, fue entrevistado en este programa por última vez hace dos años. El domingo pasado, en otro programa de esta cadena, Como el perro y el gato, alegó que él acepta todas las entrevistas que se le piden pero que su equipo de prensa le dosifica porque tiene que descansar y dormir. No le da la vida para tantas entrevistas.
Mentira. Bueno, como coartada para salir del paso igual cree que vale. Pero vamos, que es mentira. Porque no es en la campaña electoral cuando ha dicho que no viene, es en los veintiséis meses que han transcurrido desde marzo de 2017. Salvo que lleve veintiséis meses durmiendo, y con María del Vigo velando sus dulces sueños, no cuela la coartadita. En su derecho está a no aparecer por aquí, faltaría más. Como su compañera de hogar y de dirección de partido, la señora Montero. Otros dos años.
Pedro Sánchez tampoco ha querido venir.Lleva un año diciendo no a este programa. Y cuando Pedro dice no ya sabe usted que no es no. Y no solo no quiere venir él sino que desde hace semanas no deja que vengan sus ministros. Ahí tiene atento al secretario de Estado de Comunicación, un ex periodista, para que a ninguno se le ocurra aceptar una invitación de este programa. Cuando alguno, o alguna, lo ha hecho y él se ha enterado, ha metido la pierna para sabotear la cita.
Este gobierno ha convertido esa secretaría de Estado en un despacho más de la oficina de propaganda de Ferraz, privilegiando a unos periodistas y relegando a otros al capricho del equipo de influencers que rodea al presidente caprichoso. Se da la paradoja de que la portavoz del gobierno, ministra Celaá —mujer afable y fan absoluta de Titanic— no se ha estrenado aún como tal portavoz en entrevista en este programa. Nos cogió el teléfono el día que la nombraron para poder felicitarla y desde entonces, no ha habido manera, oiga. Y es la portavoz. Del Partido Socialista, y su máxima responsable por debajo de Sánchez, la señora Lastra, no les digo nada. Otros dos años lleva poniendo excusas cada vez que este programa le solicita una entrevista. Que mire, siendo esto así, es más honrado decir: está usted en la lista negra y no iremos a su programa nunca.
De modo que menos predicar la transparencia y el amor por la información y la crítica, menos cháchara sobre lo persuadidos que están de que hay que dar la cara y someterse al escrutinio público y más demostrarlo con hechos. Menos postureo y más acceder a responder preguntas.