A partir de ahí, la novela de Paul Torday es una ingeniosa (y elegante) caricatura de las tácticas de propaganda política encarnadas en el personaje de Peter Maxwell, el cínico cerebro en la sombra que asesora al primer ministro y que probablemente esté inspirado en Alastair Campbell, el secretario de información de Tony Blair. Debido a los sucesos que se acaban produciendo en Yemen --y que no detallo para no reventarle a nadie ni la novela ni la película-- se abre una investigación oficial en el Reino Unido en la que se interroga a todos los altos cargos que han estado involucrados. Entre ellos, el señor Maxwell (que en la película, por cierto, es señora Maxwell). “¿Cuál era su trabajo en el gobierno?, le preguntan”. Y él dice: “Mi labor consistía en hacer que las noticias fueran lo mejores posibles tanto tiempo como fuera posible”. “Y cuando el gobierno tenía que dar alguna mala noticia”, le preguntan, “¿usted qué hacía?” “Bueno”, responde él, “si la noticia era mala, la anunciaba desde el mejor ángulo posible. Y si la noticia era muy muy mala, entonces me inventaba otra cosa para atraer a los medios de comunicación”. “¿Es eso posible?”, le dicen. Y él responde con una explicación que el presidente Rajoy seguramente haría suya y que en Estados Unidos se conoce como “el ciclo 24 horas”, es decir, cuánto dura un asunto en las cabeceras de los informativos o en las primeras páginas de los diarios. Una noticia de 24 horas es aquélla que arrasa durante un día y luego ya...pasa sin pena ni gloria un par de días más hasta que desaparece. “El lapso de atención de los medios”, dice Maxwell en la novela, “viene a durar, en realidad, veinte minutos. Si arrojas a los medios un hueso nuevo soltarán el que tenían para morder el que les ofreces”. O como les dijo Rajoy a sus diputados cuando los medios subrayábamos la descoordinación gubernamental y la ausencia pública del presidente, que hay cosas que duran 24 horas y por las que no merece la pena preocuparse. Bien es verdad que aquello lo dijo el presidente cuando la prima de riesgo despuntaba de nuevo, en un empeño inútil por restar relevancia a la subida de la prima después de haberla convertido, la legislatura anterior, en la prueba del algodón de la solvencia de un gobierno. Si a Peter Maxwell le hubiera tocado gestionar la comunicación del actual gobierno de España se habría plantado en la Zarzuela para hacerle la ola al Rey y a los elefantes botswanos por haberle descargado de trabajo. No hizo falta que él se inventara un hueso porque la cadera accidentada del Rey proporcionó a los medios españoles un osario entero. Sólo una declaración regia de arrepentimiento y propósito de enmienda podía desplazar de las primeras páginas a una noticia tan incómoda para el gobierno como la ampliación del copago y la obligación de abonar una parte de sus medicamentos (aunque sea del 10% y con tope de 8 euros para los menos pudientes) a los pensionistas.
Lo que Maxwell llamaría “enfocar la mala noticia por el lado menos malo” lo tenía bien ensayado la ministra Mato, persuadida de que debía poner el acento no en que los pensionistas vayan a pagar, sino en que los parados que han agotado sus prestaciones dejarán de hacerlo. La idea no era mala, pero funcionó poco. Lo que hemos destacado todos los medios es lo de los pensionistas, colectivo que, en nuestro país, es el paradigma de quienes menos tienen. Y al PSOE le ha faltado tiempo para erigirse en defensor de quienes cobran una pensión tal como el PP se erigió en eso mismo cuando Zapatero congeló las pensiones. El Peter Maxwell del gobierno español (si es que existe) se habrá sentido reconfortado al escuchar a la ministra Mato esta mañana admitiendo que ocho euros para un pensionista pueden ser un dinero importante, y se habrá horrorizado al escuchar a José Ignacio Echániz, consejero castellano manchego, hacer todo lo contrario: quitar hierro al copago de los pensionistas con el argumento de que ocho euros, total, son cuatro cafés.
Declaraciones como ésta son las que pueden convertir la mala noticia que le toca anunciar a un gobierno en una noticia pésima, por la falta de sensibilidad que demuestra quien va a aplicarla. Con esto del copago le ha pasado al gobierno como con tantas otras cosas: puso tanto empeño en desmentir que estuviera en sus planes aplicarlo, que ahora cuesta creer esta versión nueva que dice que, en realidad, estaba previsto desde hace mucho tiempo. Es verdad que se dice “copago” para hablar de dos cosas distintas: uno es el copago de la atención médica (que en teoría no está en la agenda) y otra el copago de los medicamentos (que para los trabajadores en activo siempre ha existido), pero no se encargó el gobierno de matizar cuál de los dos copagos tenía descartado, seguramente porque creyó beneficioso para sus intereses hacer creer que tenía descartados los dos, aunque no fuera así, como los hechos han probado. En generar confusión sobre sus propios planes, el gobierno ha alcanzado una pericia difícilmente superable. Hoy ha dicho el presidente Rajoy ---más locuaz siempre fuera de España que dentro--- que tiene un plan de reformas diseñado de aquí a junio. Enésimo intento de conjurar el fantasma que ahora le persigue, la improvisación, el peor de los pecados que le fue atribuido (con razón) al presidente previo. El Partido popular, con el señor Floriano como jefe de los persuasores, anuncia, a su vez, una campaña para explicarnos a los ciudadanos lo que están haciendo, entiéndase para redoblar en el mensaje de que no hay más narices que tragarnos estos sapos y los que vengan.
Difícil tarea para un partido, y para un gobierno, cuyo presidente huye de las ruedas de prensa, elude explicar en primera persona las decisiones que toma y despacha la curiosidad pública con frases prefabricadas que fingen dar por resuelta cualquier pregunta cuando, en realidad, apenas dicen nada. Frases del tipo “sé lo que hago”, del tipo “no hay improvisación, sino calendario”, del tipo “tenemos las reformas previstas de aquí a junio”, dan para hacer un titular, pero carecen de sustancia para desarrollar luego el contenido. Sería posible creer que el gobierno lo tiene todo pensado de aquí al verano si no se empeñara el gobierno en emitir mensajes contradictorios sobre las medidas que tiene en mente, si no aportaran sus granos de arena a la confusión los dirigentes del que hacen guardia en Génova, y si no desmintiera que vaya a hacer lo que al día siguiente termina haciendo. El salmón no tiene futuro en Yemen por muy brillante que sea la política informativa de un gobierno.
Lo que Maxwell llamaría “enfocar la mala noticia por el lado menos malo” lo tenía bien ensayado la ministra Mato, persuadida de que debía poner el acento no en que los pensionistas vayan a pagar, sino en que los parados que han agotado sus prestaciones dejarán de hacerlo. La idea no era mala, pero funcionó poco. Lo que hemos destacado todos los medios es lo de los pensionistas, colectivo que, en nuestro país, es el paradigma de quienes menos tienen. Y al PSOE le ha faltado tiempo para erigirse en defensor de quienes cobran una pensión tal como el PP se erigió en eso mismo cuando Zapatero congeló las pensiones. El Peter Maxwell del gobierno español (si es que existe) se habrá sentido reconfortado al escuchar a la ministra Mato esta mañana admitiendo que ocho euros para un pensionista pueden ser un dinero importante, y se habrá horrorizado al escuchar a José Ignacio Echániz, consejero castellano manchego, hacer todo lo contrario: quitar hierro al copago de los pensionistas con el argumento de que ocho euros, total, son cuatro cafés.
Declaraciones como ésta son las que pueden convertir la mala noticia que le toca anunciar a un gobierno en una noticia pésima, por la falta de sensibilidad que demuestra quien va a aplicarla. Con esto del copago le ha pasado al gobierno como con tantas otras cosas: puso tanto empeño en desmentir que estuviera en sus planes aplicarlo, que ahora cuesta creer esta versión nueva que dice que, en realidad, estaba previsto desde hace mucho tiempo. Es verdad que se dice “copago” para hablar de dos cosas distintas: uno es el copago de la atención médica (que en teoría no está en la agenda) y otra el copago de los medicamentos (que para los trabajadores en activo siempre ha existido), pero no se encargó el gobierno de matizar cuál de los dos copagos tenía descartado, seguramente porque creyó beneficioso para sus intereses hacer creer que tenía descartados los dos, aunque no fuera así, como los hechos han probado. En generar confusión sobre sus propios planes, el gobierno ha alcanzado una pericia difícilmente superable. Hoy ha dicho el presidente Rajoy ---más locuaz siempre fuera de España que dentro--- que tiene un plan de reformas diseñado de aquí a junio. Enésimo intento de conjurar el fantasma que ahora le persigue, la improvisación, el peor de los pecados que le fue atribuido (con razón) al presidente previo. El Partido popular, con el señor Floriano como jefe de los persuasores, anuncia, a su vez, una campaña para explicarnos a los ciudadanos lo que están haciendo, entiéndase para redoblar en el mensaje de que no hay más narices que tragarnos estos sapos y los que vengan.
Difícil tarea para un partido, y para un gobierno, cuyo presidente huye de las ruedas de prensa, elude explicar en primera persona las decisiones que toma y despacha la curiosidad pública con frases prefabricadas que fingen dar por resuelta cualquier pregunta cuando, en realidad, apenas dicen nada. Frases del tipo “sé lo que hago”, del tipo “no hay improvisación, sino calendario”, del tipo “tenemos las reformas previstas de aquí a junio”, dan para hacer un titular, pero carecen de sustancia para desarrollar luego el contenido. Sería posible creer que el gobierno lo tiene todo pensado de aquí al verano si no se empeñara el gobierno en emitir mensajes contradictorios sobre las medidas que tiene en mente, si no aportaran sus granos de arena a la confusión los dirigentes del que hacen guardia en Génova, y si no desmintiera que vaya a hacer lo que al día siguiente termina haciendo. El salmón no tiene futuro en Yemen por muy brillante que sea la política informativa de un gobierno.