El cachas que sale a defender a la familia de las collejas que nos están dando los amiguitos toca...narices. Oye, si todo se redujera a que Cristina Fernández de Kirchner, presidenta argentina, se ha arrugado ante el músculo que quiso exhibir ayer -persuasivo- el ministro Soria, pues estupendo, porque resultaría muy fácil todo. ¿Tenemos un problema con Argentina? ¡Que salga Soria a ponerlos en su sitio! ¿Qué Mohamed vuelve a poner su barca en Perejil? ¡Que salga Soria a poner cara de Armada Invencible? (Igual no es un buen ejemplo porque aquella Armada tenía de invencible lo que el Titanic de insumergible, pero se entiende la idea).
Los hechos conocidos son que, cuando ayer el gobierno tuvo noticia de que la expropiación de YPF era cuestión de horas, el ministro de Industriagrabó una declaración nada ambigua que en resumen venía a decir “como lo hagas, forastera, atente a las consecuencias”, y que llegada el momento en que el gobierno argentino tenía previsto anunciar la expropiación (más o menos camuflada en terminología pseudo económica) lo que se produjo fue un gatillazo. Cristina le dio a la marcha atrás (o, de momento, al freno) y dejó congelado el asunto por razones que, naturalmente, no ha explicado. Sería muy tranquilizador pensar que todo responde a esto que hoy el diario Clarín de Buenos Aires llama “cambio radical” en la actitud del gobierno de España a la hora de defender a sus empresas. O sea que, en opinión de Clarín, no hay color entre la firmeza que ha demostrado el gobierno Rajoy y su nuevo embajador en Buenos Aires con las tragaderas del gobierno anterior y el embajador que éste tenía.
Es verdad que Clarín es un diario muy crítico con el gobierno de la señora, y que donde él ve en Rajoy “defensa firme de los intereses de las empresas españolas” el diario Página12, que es el afín a la dama (y que gusta de hacer portadas sensacionalistas con fotomontajes y letras gordas), lo que ve son “presiones destempladas desde España” que tampoco concreta más, pero que cabe pensar que van más allá de la declaración del ministro Soria.
Qué ha sucedido en estas veinticuatro horas, cuando pareció que se precipitaba el desenlace. Pues que el gobierno de España ha tocado todos los resortes que tiene a mano para internacionalizar, en primer lugar, el asunto (hacer visible la posición común de la Unión Europea y asegurarse de que la comisión europea transmitiera su malestar a Buenos Aires); para avisar, a continuación, del coste que tendría la expropiación en términos de credibilidad de país, Argentina se convertiría en un país gamberro del que nadie podría fiarse; y para subrayar, por último, la magnitud de las inversiones españolas en aquel país, la relevancia de nuestras relaciones comerciales.
Al gobierno español se le ha preguntado hoy por tres veces si el presidente Rajoy o el Rey don Juan Carlos habían conversado en las últimas horas con la presidenta argentina. Y el gobierno ha preferido no dar una respuesta. O como ha resumido el asunto el ministro de Exteriores García Margallo, que se han hecho muchos contactos, “algunos que les cuento y algunos que no les voy a contar”, como les ha dicho esta tarde a los periodistas después de recibir en su despacho al embajador argentino en España. Le citó el ministro esta mañana para cortarle los...perdón, para solicitarle información sobre los planes que tiene su gobierno.
Y ésta es la parte más chocante de todo lo que se ha contado hoy, que resulta que ni siquiera el embajador argentino es capaz de aclarar si su gobierno tiene escrito un proyecto de ley -del que ayer dio cuenta Clarín- que pretende llevar al Parlamento. “Estamos todos confusos”, ha dicho Margallo, “incluido él”. Tanto el ministro de Exteriores, que es, de natural, bienhumorado, como la vicepresidenta Sáenz de Santamaría han evitado mostrarse hoy tajantes, enrabietados o amenazantes. Eso le tocó ayer a Soria y parece que surtió efecto. Hoy, una vez que Argentina ha frenado, estamos en tiempo muerto. Se cruzan llamadas y se buscan intermediarios, pero también se sabe que esto no termina aquí. Página12, el diario afín a Cristina, justifica hoy el silencio que mantuvo anoche la presidenta con el argumento de que está “preservando, así, la estrategia que pondrá en ejecución para seguir avanzando en el control del Estado sobre el sector petrolífero”, o traducido, que la guerra no ha acabado.
Lo que sí ha logrado Cristina, con este amago de estacazo a Repsol,es el pequeño milagro de que PP y PSOE compartan un mismo punto de vista sobre algo. En la defensa de Repsol ambos partidos no tienen ni discrepancias ni fisuras. Son una piña. Si se fijan, lo único en lo que siempre hay frente común entre socialistas y populares es en la defensa de los intereses de nuestras grandes compañías en el exterior (que está muy bien) y en las reformas financieras, es decir, reflotamiento de cajas en apuros y avales públicos para los bancos. En todo lo demás, hecha la excepción de la reforma express de la Constitución que fue el canto de cisne de Zapatero, la discrepancia es diaria y en todos los asuntos, como si sintieran ambos la necesidad de subrayar siempre sus diferencias no vaya a ser que haya elecciones, por sorpresa, cualquier mañana.
Hoy el gobierno ha elogiado la responsabilidad -“queremos poner en valor”, dijeron- de los grupos parlamentarios que le han apoyado en la ley de estabilidad. Que es una forma de lamentar la irresponsabilidad de quienes no lo han hecho. Nada nuevo bajo el sol. En mayo de 2010 el gobierno de entonces hizo exactamente lo mismo. Elogiar a CiU y atizarle al PP por irresponsable. Nadie sabe mejor que el PSOE lo fácil que le resulta a la oposición de turno rechazar todo lo que haga el gobierno ignorando que ahí fuera hay cosa llamada Unión Europea que obliga a aplicar la doctrina del déficit cero porque lo ha sufrido en carne propia.
Doctrina errónea, como dice hoy el New York Times, o acertada, como sostienen los primeros ministros europeos, pero está ahí y no es optativa, es de obligado cumplimiento. A la oposición siempre le queda el recurso de decir “recortar es necesario, sí, pero el gobierno lo hace justo en lo que no debe”. Fue el discurso de la oposición en 2010, cuando el PSOE calificó al PP de “partido del no a todo, el que siempre se opone y nunca arrima el hombro”. Todo aquello que los socialistas reprocharon, casi siempre con razón, a los populares en 2010 y 2011 es lo que está haciendo ellos ahora. Y también están diciendo lo mismo: que están deseando ayudar y que lo que debe hacer el gobierno es cambiar de política y hacerles caso. Lo tenemos todo demasiado reciente como para que la repetición de los discursos, por ambas partes y ahora con los papeles cambiados, no cante la Traviata.