Las melodías -musiquillas dicen algunos con cariño- y los efectos de Super Mario son tan famosas como el propio personaje y su colega Luigi, y desde luego eran más conocidas en España, hasta hoy, que el padre de las criaturas: este creador que en noviembre cumplirá sesenta años, que responde al nombre de Shigeru Miyamoto (sí, es japonés) y que es una institución en su campo, el entretenimiento a través de los videojuegos.
Ya hemos contado aquí alguna vez que aunque cuando se habla de la industria audiovisual tendemos a pensar siempre en el cine y en la música, el sector más próspero en los últimos tiempos (y más innovador) es el de los videojuegos, el videogame, cuya expansión en los hogares, en la red y entre franjas de edad cada vez más amplias, es uno de los fenómenos más notables que se ha producido en el mundo del ocio. Para quienes trabajan profesionalmente en ese sector, o quienes, por pura afición, están más metidos en el asunto, el amigo Miyamoto no necesita presentación, como quedó claro a lo largo del día en las redes sociales.
Para la mayoría de nosotros -ahora lo sabemos- Shigeru Miyamoto es el padre de Super Mario; para los versados en la materia, es el padre del videojuego moderno, el autor de The legend of Zelda, el alma de Nintendo y uno de los responsables de que las consolas hayan alcanzado la enorme popularidad de que hoy disfrutan. Viene a ser como un pionero, o un gurú, humilde. Una estrella de rock que se quita relevancia a sí misma. He leído que una vez le preguntaron al nuevo Principe de Asturias de Comunicación y Humanidades si sus juegos son autobiográficos, que es una pregunta recurso que los periodistas hacemos a novelistas, cantautores y guionistas cinematográficos. Su respuesta fue echarse a reír. Cuesta creer que pueda ser autobiográfica la aventura de un fontanero que, para salvar princesas, se abre camino a cabezazos, agarrando monedas al vuelo e ingiriendo setas, no necesariamente alucinógenas. Quién sabe, porque si de algo se siente orgulloso Miyamoto es de ser un tipo poco común. ¿En qué sentido? Pues él dice que le molesta mucho que le llamen visionario porque no se siente así, ni visionario ni profeta, sino persona que ve las cosas de una forma distinta a la mayoría.
Lo que a él le divierte es darle una vuelta a las cosas para encontrar un enfoque innovador. Y atención a esta frase que es como su lema personal y que igual nos sirve esta noche para reflexionar sobre la que tenemos liada en Europa. Dice Miyamoto: “cuantos más problemas tienes, más posibilidades hay de dar con una idea que los resuelva, es cuestión de ser persistente en la búsqueda y no abandonar”. Dices: hombre, una cosa es resolver el problema de un videojuego y otra encontrar una idea nueva que despeje el negro horizonte económico que, para este año, tenemos en la zona euro.
Bueno, los problemas son problemas y los genios a los que, de repente, se les enciende la bombilla son eso, genios. Es verdad que ahora mismo no parece que andemos sobrados de ellos al frente de los gobiernos europeos, pero suele decirse que los dirigentes son reflejo de las sociedades que los han encumbrado, de manera que tampoco insistamos mucho en el reproche a la mediocridad porque podemos estar retratándonos a nosotros mismos. Ideas nuevas no han aparecido, de momento, en esta reunión de jefes de Estado y de gobierno que se está produciendo a esta hora en Bruselas. Ya saben que es una cumbre informal -se diferencia de las otras cumbres en que en ésta hablan y hablan pero no necesariamente llegan a alcanzar ni conclusiones, ni soluciones (visto así, igual no se diferencian tanto las informales de las otras- y que la convocó el presidente fijo de la UE, Van Rompuy, para dar satisfacción a los gobiernos europeos que reclamaban algún mensaje de ánimo dirigido a sus sociedades, algo así como decirles sabemos que el ajuste que hemos recetado os las está haciendo pasar canutas, pero tenemos también otras bazas para ir dejando atrás los malos tiempos.
Planteado en otros términos, es la manera que tienen las instituciones europeas de contemporizar entre las posiciones más estrictas de Alemania y sus socios y la añoranza de las políticas de gasto público que manifiestan Hollande y aquellos que opinan que Europa, con tanto ajuste, se ha pasado de frenada. El nuevo presidente francés recibió esta tarde a Rajoy en El Elíseo para empezar a tratarse y a conocerse. O para tomarse mutuamente la medida. .
Como diría Rajoy, se encontró a Hollande en Chicago y éste le dijo: oye, ¿no te apetecería venirte un día a comer a casa? Y sí, a Rajoy sí le apeteció, no sólo para sugerirle a Hollande que deje de opinar sobre nuestros bancos si no quiere que empecemos nosotros a opinar sobre los quesos franceses, sino además porque, como el francés es retaco, en las ruedas de prensa conjuntas el español parece un gigante. “Parece”, dije. Rajoy, en público, no se ha movido un milímetro del discurso que viene haciendo desde que, la semana pasada, la prima de riesgo se nos subió a la parra: lo urgente es estabilizar el mercado de la deuda pública y para eso todo el mundo sabe lo que hay que hacer.
Traducido: que el BCE ya está tardando en tomar medidas para echarnos una mano, que nos lo merecemos, hombre, con todas las reformas éstas que estamos haciendo. El presidente siempre dice “yo no tengo que pedir nada a nadie”, pero la realidad es que de eso va su intervención en la reunión de esta noche, de pedirle al BCE que actúe, o de pedirle a los socios que tienen más ascendiente sobre el Banco Central que se ocupen de que actúe. Pero que actúen ya, no dándonos largas y a paso de tortuga.
Esta noche sabremos si el presidente logra, en plan Mario, sortear todos los obstáculos, aun arriesgándose a abrirse la crisma, y consigue vencer a las tortugas verdes que intentan anularlo. Veremos si, enfrentado a los monstruos, consigue Rajoy pasar de mundo. Y si, en última instancia consigue reflotar el reino Champiñón, que se llenó de ladrillos y se fue a la ruina.