Enhorabuena o enhoramala, porque ahora somos todos dueños de ese banco, es decir, tanto de la parte sana -las hipotecas que millones de familias pagan religiosamente, las participaciones que tiene en empresas solventes- como de la parte insana -los famosos activos tóxicos: pisos cuyo valor se ha desplomado y suelo que, ahora mismo, nadie quiere-. Dices: total, de una manera u otra íbamos a asumir nosotros el riesgo de lo que pasara con la entidad, aunque fuera a costa de préstamos sufragados con nuevas emisiones de deuda pública, pues por lo menos, la controlamos sí o sí.
En su día le prestamos al BFA cuatro mil quinientos millones de euros y ahora lo que hacemos (porque además no nos lo va a poder devolver) es decir: me lo paga usted en acciones, es decir, me entrega el banco. Ahora ya es nuestro -y Bankia, por extensión, también- y nos interesa a todos que el nuevo equipo gestor acierte. Y que su labor esté fiscalizada por la institución que representa al conjunto de los ciudadanos: tiene todo el sentido del mundo lo que está reclamando IU: que cuanto antes se examine el caso Bankia en el Congreso, que acudan a explicar lo que se va a ir haciendo el ministro, el gobernador, el nuevo presidente, y que sea el Parlamento quien controle cuanto se haga.
La misión de Goirigolzarri es limpiar el banco -con dinero público- y proceder después a la venta de la entidad, de una pieza o a trozos, de tal forma que el Estado recupere el dinero invertido y, en el mejor de los casos, hasta gane algo. Y, de paso, que ponga remedio a la angustia de quienes suscribieron preferentes y desean ahora recuperar el control de ese dinero. Visto ahora, todo esto parece misión imposible, pero para eso se ha ido a buscar a quien pasa por ser uno de los grandes del sector. El Banco Financiero y de Ahorros pasa a ser público, pero se pone al frente del mismo a alguien desvinculado de lo público (y de lo político) y que ha hecho carrera, currículum y fama, en el sector privado.
Ésta es una lección interesante que cabe ir anotando: el capital lo ha tenido que poner, al final, el Estado, pero para la gestión se ha huido expresamente de todo lo que oliera a político, porque el origen político de los consejeros (y del presidente saliente) no sólo no ha servido para dar confianza en la entidad, sino todo lo contrario. Lo primero que se ha va a limpiar no es el ladrillo, sino el carné de partido. Para convencer de que la intervención iba en serio, el gobierno (formalmente el Banco de España) ha ido a fichar a un galáctico de la banca privada. Necesitaba un profesional con prestigio pero que, a la vez, no necesitara un sueldo astronómico para aceptar la oferta porque el salario en la banca asistida (o intervenida) está “topado”, como dicen en la jerga, tiene un tope máximo. Y es ahí donde la opción Goirigolzarri resultaba perfecta: es un Guardiola, un Mourinho de la banca, pero con el riñón cubierto, sobradamente cubierto con la pensión del BBVA que va a seguir cobrando. Tomás Gómez puede jugar ahora a hacerse el indignado -la dirección de su partido, como se ve, no lo ha hecho- pero él metió como consejeros de Caja Madrid a políticos con nula experiencia en la gestión bancaria. Cumpliendo con la tradición, porque para ser consejero de una caja de ahorros en España nunca fue necesario tener currículum profesional. Las cajas eran otra cosa. Eran ramificaciones financieras del reparto de influencias políticas.
Esto también es relevante para analizar todo lo que ahora está sucediendo. Porque dices: mira, Bankia, al final el sector público ha tenido que acudir en socorro del sector privado. Es verdad sólo a medias. Bankia, en realidad, nació hace dos años, cuando se obligó a las cajas de ahorro a constituirse en bancos para seguir haciendo su negocio comercial. El Banco de Ahorros y Financiación es un consorcio de cajas de ahorros, que son,a su vez, lo más parecido a instituciones públicas que ha habido en el sector financiero español estos últimos años. Bankia nace de esa unión de cajas de ahorro y de abrirse a los accionistas privados para captar capital.
Tiene, (o tenía) por tanto, una parte de propiedad claramente privada -de empresas y de particulares (éstos son los primeros damnificados por el desplome bursátil y la devaluación de la compañía, pero asumieron ese riesgo cuando adquirieron los títulos)- pero tiene otra parte, la mayoritaria, que es propiedad del BFA, es decir, las cajas de ahorro. ¿Y de quién son las cajas de ahorro? Ayer nos lo preguntaba un oyente en twitter: Caja Madrid, Bancaja, ¿de quién son? En La Brújula de la Economía vamos a explicarlo luego -o a intentarlo- porque con las cajas ha ocurrido que, siendo confusa su personalidad jurídica y no teniendo propietarios como tales, el control lo han tenido quienes, en cada momento, las han gestionado.
Los presidentes y directivos de las cajas han respondido, en teoría, ante los impositores, los clientes, pero, en la práctica, ante quienes han respondido siempre es ante ellos mismos, es decir, ante la autoridad política. En ese sentido, y siendo Caja Madrid y Bancaja el núcleo principal de esto que ha acabado siendo Bankia y habiendo sido el Partido Popular madrileño y el valenciano quienes han controlado las cúpulas de las entidades -ni Blesa ni Olivas llegaron por generación espontánea-, debe, cuando menos, una disculpa a los clientes por haber llevado estas cajas a una situación imposible. Dices: bueno, no sólo el PP. Cierto. Primero, porque corresponsables de la gestión han sido los consejeros que bendecían las decisiones y las cuentas, y eso incluye, como sabemos, a personas designadas por el PSOE, por la patronal y por los sindicatos (por los sindicatos: Cándido Méndez podría recordarlo también cuando lamenta que haya que rescatar entidades financieras).
Segundo, porque la unión de Caja Madrid y Bancaja -que ha resultado un fiasco- fue apadrinada por el Banco de España y por el gobierno de la Nación, es decir, Fernández Ordónez y Rodríguez Zapatero. El sistema financiero español ha pasado, en tres años, de sacar pecho presumiendo de ser uno de los más sólidos del mundo, a estar permanentemente bajo sospecha. El parte de guerra de estos años, como ayer lo llamaba El País, anota ocho entidades que han tenido que ser intervenidas o nacionalizadas. Todas ellas son cajas o fusiones de cajas. No ha habido que rescatar el Sadabell, o el BBVA, o el Santander, los bancos que ya eran bancos. Como ahora las cajas han cambiado de nombre y han creado bancos para su actividad comercial, parece que todos sean lo mismo, pero las cajas vienen de ser entidades muy poco parecidas a compañías privadas y muy parecidas a empresas públicas con voz y voto de gobiernos autonómicos, oposición autonómica, ayuntamientos, patronal y organizaciones sindicales.
La gestión pública del negocio bancario no ha sido, salvo excepciones como la Caixa o Unicaja, precisamente exitosa. Y no por la obra social, sino por el pésimo cálculo de riesgos en las operaciones inmobiliarias. De ahí que lo de Bankia suponga ahora una oportunidad y un reto para quienes defienden que lo público no está reñido con la rentabilidad y la eficacia. La oportunidad de demostrar que sí cabe una gestión eficaz, y rentable para el Estado, de una compañía financiera de esta envergadura. Que el gobierno se siente con el PSOE a hablar del asunto es lo menos que cabe esperar de responsables políticos con dos dedos de frente persuadidos del calado que tiene Bankia. Cuyos impositores --y los intereses de cuyos impositores-- debieron haber sido siempre el único motivo de desvelo de sus ejecutivos y sus consejos de administración.
Un respiro antes de seguir, que es jueves -jueves de brandy- hoy Magno quiere felicitar a la afición del Atlético de Madrid que está celebrando esta tarde en la calle su título europeo. Está el dios Neptuno rejuvenecido con la fiesta rojiblanca. Le ganó el Atleti a otro de los grandes, el Athletic Club de Bilbao, cuya afición, hay que entenderlo, está hoy de bajón, pero que aún puede desquitarse, y sacar la gabarra, el día 27: queda la Copa.