OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Torra no da la talla para encarnar siquiera a un presidente de Generalitat corriente"

De donde no hay, no se puede sacar.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 05.09.2018 08:01

Ya puede Pedro Sánchez llevarse otra vez a Joaquim Torra de paseo por los jardines de la Moncloa, regalarle las obras completas de Machado y declararle su amor en la fuente de Guiomar que no hay nada que hacer.

El peón de Puigdemont no da para más.

• Torra no quiere negociar nada.

• No quiere pactar nada.

• Y no quiere enfriar nada.

Porque Torra no quiere que nada cambie. Insta, exige, reclama, advierte, avisa y amenaza.

Si lo de anoche en el Teatro Nacional de Cataluña era la presentación de su proyecto, como su club de fans había anunciado, despejó todas las dudas: Torra carece de proyecto. No hay hoja de ruta. No hay plan de gobierno. No hay gestión. Todo lo que hay es agitación. Estribillos, consignas, frases campanudas y una cierta ansiedad por si la parroquia independentista le flaquea en su primera (y probablemente última) diada como presidente autonómico.

En su papel de Martin Luther King convocando al pueblo a manifestarse por los derechos civiles, este actor de reparto lo más que produjo fue rubor. No da la talla para encarnar al reverendo. Porque no da la talla para encarnar siquiera a un presidente de Generalitat corriente. Sin personalidad, sin impronta, sin estilo propio.

Hasta a los más cafeteros del procés, que eran los que ocupaban anoche las butacas del teatro, les costaba arrancarse a aplaudir. Les faltaba un regidor que les dijera: aplaudan ahora a este hombre, que lo que ha dicho es histórico, patriótico y arrebatador. Lo que pasa es que no lo era. Era el raca raca con todos los salmos del argumentario puidemónico. Distorsión tras distorsión. La primera de ellas, el cuento éste de que en octubre del año pasado el pueblo catalán le encomendó que desarrolle la República y a ese mandato se debe él, fiel servidor público que tiene todo el rato en la boca al Parlament y a la sociedad a la que se debe mientras mantiene cerrado ese Parlamento y que no da una rueda de prensa ni por equivocación. Ríete tú del plasma de Rajoy. Éste es el estilo Torra: se sube al escenario, suelta su rollo y el que quiera rebatirle algo que se consuele discutiendo en twitter.

Fíjense qué estupenda ocasión perdió anoche de contarnos qué hará si el Supremo condena a los procesados por rebelión. A dios pongo por testigo de que no aceptaré que los condenen. Concrete, hombre, concrete.

Acepte la invitación del Congreso de los Diputados y plántese en Madrid a explicarle a los diputados —el pueblo español— todo esto tan justo y tan democrático. Y luego acepte el debate. Las puertas de las Cortes, a diferencia de las del Parlament, permanecen abiertas. Pero cuando ayer Ana Pastor invitó a Torra a hablar en las Cortes respondió Elsa Artadi, delegada puigdemónica en la corte del vicario, pidiendo —recelosa— más detalles, como si temiera que le estuviera preparando una emboscada.

A ver, es el bloque al que ella presta servicio, el de Puigdemont, el que emboscó hace un año a los grupos de la oposición en el Parlament y les privó de su derecho a debatir y enmendar las leyes aquéllas contra la Constitución y el Estatuto. Mañana se cumple un año.

Y ha pasado ya tiempo suficiente para confirmar que de Torra no hay nada que esperar. Nada que sirva para cambiar el paso. Y que cualquier contribución de Sánchez al argumentario indepe será recibida con alborozo. Cómo no va a gustarle al independentismo que el presidente del gobierno cuestione la legitimidad del Estatuto que está en vigor proclamando que los catalanes no lo votaron. Cómo van a desaprovechar el balón que el presidente les brinda para rematar a puerta. Por boca de Isabel Celaá todo lo que quiso decir anoche el gobierno es que tampoco hay que hacerle a este hombre mucho caso.

Conclusión, que cien días después de que Torra ocupara el trono independentista y tres meses después de la llegada de Sánchez a la Moncloa, ni hay operación diálogo ni hay más nada que esperar a que vaya avanzando el calendario: hacia las próximas elecciones catalanas y hacia las próximas elecciones generales. De donde no hay, no se saca.

Xavier Domenech dio la espantada. Esto sí que no lo esperaba nadie. Que el portavoz de Podemos y En Comun en el Parlament, el hombre al que Ada Colau (y un poco Pablo Iglesias) auparon al liderazgo de la nueva izquierda y la nueva política (fulminado Dante Fachín), ha cogido la puerta y se ha vuelto a la universidad alegando que tenía a la familia poco atendida. No ha aguantado ni un año Domenech al frente del matrimonio de comunes y podemos. Un año le ha bastado para pedir que venga otro con ideas frescas.

El argumento es la dedicación a la familia (no debió prever Domenech que iba a resultarle tan gravosa la tarea) y descoloca un poco sabiendo que si hay un colectivo profesional que tiene bastante tiempo libre estos meses es el de los diputados catalanes. Porque Torrent así lo ha decidido.

Si sorprendente fue la espantada, más sorprendente es el comunicado de Ada Colau. Lamentando la marcha, sólo faltaba, y atribuyéndola al error de haber cargado a Domenech con demasiadas responsabilidades. Ay, Xavier, que va a resultar que eres un flojo. Queda raro que diez minutos después de rajarse él salga ella a contar que también se ha planteado alguna vez irse, pero que ella resiste de momento. Resiste por compromiso con el pueblo y con la causa.

“La política de los ritmos frenéticos incompatibles con la crianza y el cuidado de las personas no nos gusta y no es nuestra. Yo también me he planteado dejarlo. No somos políticos profesionales, no estamos entrenados para esta selva. Y debería haber límites, o al final sólo se dedicarán a la política hombres ricos, sin escrúpulos, corruptos y sin responsabilidades familiares”.

Se ve que son los nuevos políticos los que se ven abrumados por la dureza de esta vida. Los políticos de antes no debían de tener familia. A lo mejor eran todos ricos, sin escrúpulos y, por supuesto, corruptos. Por eso se presentaban a las elecciones y aguantaban en el escaño los cuatro años.