Y ha dicho el alcalde, no sin razón, que esto de que te estén arrancando el pene un día sí y otro también es un martirio que no se lo desea ni a su peor enemigo. Te levantas por la mañana, miras para abajo y oh, sorpresa que te lo han quitado. Lorena Bobbitt. Dónde estás, chiquitín, dónde estás.
Esto, en Zamora lo resolvieron hace tiempo. Viriato luce su mejor, y más enhiesto atributo, pero sólo si se le mira con distancia. Si te acercas, deja de ser lo que parecía, eso le mantiene a salvo de vándalos castradores.
El caso es que, apiadado del pobre Hércules, y por apuntalar su autoestima, el alcalde de Arcachon ha recurrido a una solución digna del profesor Bacterio: el pene de quita y pon, o en francés administrativo, la prótesis removible. El día que toque ceremonia pública, se le pone. El día que no, ni falta que hace.
Elevemos una teoría política al respecto. La táctica del pene de quita y pon es, si lo piensan, una constante en la relación variable que mantienen los partidos políticos en España. Esta ceremonia del cortejo y repudio post-electoral —y pre electoral, porque vamos hacia dónde vamos—- ha tenido mucho de esto, de ahora me pongo el pene (y voy de sietemachos) ahora me lo quito (y me hago el manso). Ahora te fecundo, ahora te lo arranco.
El Congreso de los diputados celebró anoche la pegada de carteles con una sesión de control al gobierno en la que no estuvo el gobierno —estaban allí los sillones azules, que ni se inmutaron con las cosas que les dijeron sus señorías— y la elección de la diputación permanente, que es el retén de guardia en las Cortes entre la disolución del Parlamento y la inauguración del Parlamento nuevo. La legislatura interruptus retrata a los 350 diputados que han incumplido la primera tarea que tenían encomendada: investir un gobierno nuevo que relevara al que sigue en funciones. Y que, en funciones y todo, ha anunciado que en mayo terminará de pagar a los funcionarios la media paga extra que aún se les debe de la Navidad de 2012. Quinientos millones de euros a repartir entre quinientos mil empleados públicos. La última pista, por si faltaba alguna, de que tendremos nueva campaña electoral en junio.
La campaña coincidirá con la Eurocopa de futbol, lo siento por los mítines. Y en Barcelona no habrá pantalla gigante en ningún espacio públicos para poder celebrar el fútbol porque la alcaldía no quiere que la haya. Alega la señora Colau que la pantalla gigante altera el descanso vecinal y ocasiona problemas de orden público —oiga, como cualquier acontecimiento, una carrera ciclista, un desfile de carnaval, una manifestación independentista— y que, como la gente tiene en su casa televisión, no ve adecuado poner una pantalla gigante en ningún sitio. Excusas, dicen los promotores de la idea, lo que pasa es que juega la selección española y eso al gobierno municipal le incomoda.
Ya podía la señora Colau ponerle una pantalla al presidente Puigdemont, que sorprendió a la concurrencia explicando que un golpe de viento le ha girado la antena de su casa y lleva días sin poder sintonizar ningún canal de televisión.
No puede ver nada y no puede llamar a alguien que le arregle la antena. El presidente del gobierno autonómico: con tal grado de eficacia en sus problemas caseros, como para confiar en que solucione los problemas de los catalanes. Él echa de menos ver TV3, la televisión gubernamental en la que queman hojas de la Constitución para hacer el numerito.
Admirable la televisión oficial, a juicio de su fan el presidente autonómico. Que cuando era periodista a secas daba casi tantas ruedas de prensa como ahora que es jefe de gobierno. Es decir, ninguna. Cien días después de empezar a gobernar, Puigdemont perdió ayer la virginidad ante la prensa. Aburridamente. Antes de permitir la primera pregunta deleitó a los informadores con un discurso de una hora —que parecieron ocho— casi tan entretenido como una película de Terrence Malik. O una conferencia de Patxi López. O un power point de Montoro. Antes de las preguntas ya había dejado k.o. a la mitad de la concurrencia. Y después de las respuestas, a la otra mitad.
En la víspera de verse con Rajoy repitió el señor Puigdemont todos los clásicos del discurso independentista. Que su gobierno es más dialogante que nadie, que con Rajoy hablará de manera franca sobre el procés, que le recordará todos los incumplimientos del gobierno central con Cataluña. Incumplimientos, dice, el presidente de un gobierno independentista que se propone incumplir la Constitución.
Lástima que esta reunión no la emita la Moncloa en streaming pero sin avisar de que les estamos escuchando a los dos.
Ahora amago con insubordinarme al Constitucional por las bravas, ahora me declaro pactista y dialogante. Este doble juego Artur Mas lo practicaba con más soltura. El ahora me lo pongo, ahora me lo quito. Como el Hércules de Arcachon. La política protésica.