Monólogo de Alsina: "Dos sí pactan aunque otros dos no quieran"
Está hecho. Sánchez y Rivera anuncian en las próximas horas su compromiso. Se casan. Unidos en un mismo programa de reformas. O unidos, en realidad, en una expectativa. Juntos en la esperanza de que alguien más se anime a facilitar que, entre los dos, gobiernen.
Carlos Alsina
Madrid | 23.02.2016 07:57
A diferencia de Borgen —la muy manoseada serie de televisión danesa—, ni el jefe de gobierno va a ser el que quedó tercero en las urnas ni está claro, en realidad, que llegue a serlo el segundo. La unión de hecho que hoy se anuncia es una toma de postura común, PSOE-Ciudadanos, sobre las reformas que, entienden ambos, requiere de manera inmediata España. Es contarle a la opinión pública en qué reformas coinciden dos partidos que, en muchas otras cosas, discrepan.
Y es mostrar, sobre todo, a los otros partidos en danza y a los votantes —por si acaso hubiera elecciones de nuevo—- que al menos hay dos, ya hay dos, que han sido capaces de ponerse de acuerdo en asuntos esenciales. ¿Qué asuntos? Hoy lo sabremos. En qué consiste el acuerdo que es fruto —lo sugirió Ciudadanos— de muchas más reuniones, y con más gente, de lo que se ha contado. Y si, consecuencia del pacto, los cuarenta diputados de Rivera están por la labor de retratarse del todo en la investidura socialista, votando a favor, no sólo absteniéndose.
En la carrera hacia su investidura improbable, Pedro I el propuesto gana su primera meta volante, que además de la primera, eso sí, puede ser la última. Con Podemos estuvo haciendo teatrillo. Con Ciudadanos estaba cortando el bacalao.
Ya sabrán cómo fue la tarde del lunes. En una sala del Congreso, con todos los focos encendidos y la prensa expectante, se celebraba una kedada asamblearia de 23 negociadores de cuatro partidos de la izquierda. No era una negociación, era una simulación voluntariosa destinada, por parte del PSOE y de Podemos, a cubrir únicamente el expediente. En otra sala del Congreso, sin focos y sin periodistas, el negociador jefe del PSOE, José Enrique Serrano, estaba reunido con el equipo de Ciudadanos. Negociando de verdad. Lo suficiente para que pudieran llamar a sus superiores respectivos, Sánchez y Rivera para que ellos mismos se vieran a última hora de la tarde en una reunión aún más discreta.
Cuando en la kedada asamblearia cayeron en la cuenta de que el PSOE se había presentado allí sin su jefe de equipo negociador, Serrano, asumieron de golpe la relevancia que los socialistas le daban a la reunión a cuatro bandas: ninguna. El novio que desde el principio prefirió Pedro —aun sabiendo que es más menudo en escaños que su otro pretendiente— se llama Albert Rivera, reforzado en su perfil pactista y de hombre de diálogo.
Éste fue siempre el acuerdo más factible, PSOE-Ciudadanos, una vez que los socialistas dejaron de caracterizar a Ciudadanos como marca blanca del PP y una vez que Ciudadanos dejó de reclamar al PSOE como condición para firmar ningún pacto que se incluyera en la operación al PP y no se le diera ni agua a Podemos.
Y a Pablo Iglesias, al que le pudo el afán por erigirse en coreógrafo jefe de este baile de cortejos, no le ha quedado otra que ir reculando en todas sus exigencias. Le exigió a Sánchez que eligiera pareja de baile antes de ir a ver al rey, y Sánchez declinó la exigencia. Le reclamó que se sentaran ellos dos a analizar el documentocho de propuestas antes de reunir a los negociadores, y ya se han reunido los negociadores sin que ellos dos paseen juntos antes. Todos aquellos —que eran muchos— que en el PSOE suspiraban por que Pedro le bajara los humos a Pablo celebran estos días que el gran táctico haya sido aplacado.
El problema para Sánchez es que Iglesias, amansado y todo, sigue teniendo sesenta y cinco escaños. Que unidos a los del PP garantizan que el aspirante socialista no pueda llegar nunca a la Moncloa. El PSOE lo llamará torpedear un gobierno del cambio.
Pero Podemos lo contará de otra manera: encamarse con Ciudadanos es la rendición de Sánchez a la presión de sus barones, al Ibex, a los poderes fácticos, entregándose a la derecha maquillada de naranja que sólo aspira a que todo siga como estaba. Ay, Lampedusa, Lampedusa, cuántos discursos de ocasión se han perpetrado en tu nombre.