OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Mohsen ya llegó y otros miles lo siguen intentando"

Mohsen ya llegó. Con Zaid y Mohamed. Otros miles con él, como ellos, lo siguen intentando. Los otros Mohsens, a los que no zancadilleó Petra Laszlo y que no tuvieron la suerte de que una escuela de entrenadores de fútbol sala le ofreciera venirse a España a trabajar aquí y sacar aquí adelante a su familia.

ondacero.es

Madrid | 17.09.2015 08:08

Mohsen, cuyo nombre completo es Osama Abdul Moshen, es el entrenador de la primera división de Siria que huyó de su país con su hijo Zaid de la mano y que hizo ese larguísimo viaje que le llevó de Turquía a Grecia, de Grecia a Macedonia y de Macedonia a los pies de Petra Laszlo. Conocida su historia, difundida su historia de entrenador huído de la represión y el yihadismo, una escuela de entrenadores de Getafe se animó a ofrecerle ayuda y envió a uno de sus alumnos, Mohamed, a Alemania para localizar a Mohsen y traérslo en tren hasta España. Esta madrugada terminó, para él, el viaje que empezó hace semanas en su Siria natal. Ha llegado a Madrid con Zaid, su hijo pequeño, siete años; y Mohamed, el hijo mayor que huyó de Siria antes que el padre y que ha estado viviendo este tiempo en Alemania.

Para este hombre, con media familia aún en Siria, terminó la odisea. Se supone que en las próximas semanas habremos de asistir a diecisiete mil historias como la de Mohsen. Los diecisiete mil refugiados que España ha aceptado acoger y de los que no se ha sabido, en toda esta semana, nada nuevo. El lunes nos decían aquí la Cruz Roja y la CEAR que están a la espera de que el gobierno les informe de cuándo, quiénes y cómo vienen. Y el gobierno, un mes después de que el éxodo sirio empezara a manifestarse como el principal fenónemo al que tiene que hacer frente la Unión Europea, sigue a su vez a la espera de que la autoridad europea le haga saber cómo proceder en adelante. El gobierno español, a lo que manden. Sin desentonar de la música que interpretan Alemania y Francia, pero sin tomar tampoco la iniciativa ni destacar en la defensa de una política concreta. Difuminado en el pelotón de los gobiernos que se declaran, disciplinadamente, a la espera.

Pasan los días sin que Europa tome decisiones. Con la tensión aumentando en las fronteras y entre los gobiernos europeos. En el punto fronterizo que han estado cruzando miles de personas estas últimas semanas —Hungría/Serbia— el paso permanece cortado y el gobierno húngaro recurre a los gases lacrimógenos para ahuyentar a los refugiados. Victor Orbán entiende, o dice, que antes de esto ya ha intentado otras formas de disuadir a los que llegan: primero con el discurso, luego con la concertina, más tarde con los soldados. Y ahora con los gases lacrimógenos.

Al resto de la Unión Europea unos gobiernos más que otros—- le incomoda lo que está sucediendo en la frontera húngara. Más por las imágenes que se transmiten que por el hecho de que miles de personas acampen en tierra de nadie (tierra serbia) esperando que las políticas cambien. No termina de dar con la tecla la Unión Europea para abordar con eficacia, y humanidad, el éxodo de sirios. Lo de la política común de acogida ha quedado claro que es un cuento. Y regar con gas a los refugiados sólo sirve para que en lugar de entrar por Hungría dén un rodeo por Croacia y Eslovenia.

El húngaro Orban se consagra—méritos ha hecho—- como el malo de esta película. El duro, el insensible, el ultra que gasea la frontera y abre campos de concentración para los refugiados que ya entraron. El gobierno austriaco, que es socialdemócrata, le ha llamado, sutilmente, nazi. El de Croacia, que también es socialdemócrata, ha anunciado una política opuesta a la húngara, de libre tránsito de refugiados siempre que vayan de paso.

Alemania, cuyo gobierno está formado por la conservadora Merkel y el socialdemócrata Gabriel, ha sido crítico con Orban pero sin tirar los pies por alto. Y entre los demás gobiernos europeos (que son unos cuantos) la posición mayoritaria es la de no mojarse y esperar a ver cómo van las cosas. El gobierno de España, por ejemplo, elude pronunciarse sobre la política de Viktor Orbán. Quizá porque cuando era España quien recibía las críticas por su politica en la frontera africana —-de aquella comisaria europea que cuestionaba que se respetaran aquí los derechos de los migrantes—- respondía nuestro gobierno tachando a la comisaria de buenista, ignorante y temeraria. Más o menos lo mismo que ahora dice el húngaro en respuesta a las críticas de otros, pocos, gobiernos europeos.

Aun no hay herramientas fiables para saber qué piensa la sociedad europea (y la de cada uno de los países) sobre esta riada de refugiados. Si la impresión mayoritaria que transmitimos los medios (favorable a la acogida de familias que huyen del yihadismo) es compartida por la mayoría de la sociedad. O si como parece percibir Sarkozy, es notable el numero de personas que, sin manifestarlo mucho, recelan de las ayudas a los extranjeros (por muy desesperados que vengan) porque entienden que ayudar a los de fuera es dejar de ayudar a los de dentro. Con ese elemento delicado han de contar también los gobiernos, no para cerrar la puerta a los refugiados (hay una obligación moral antes que legal, está diciendo la señora Merkel) sino para explicar la situación a los nacionales y neutralizar con argumentos las soflamas simplistas.

Numerito anoche en el Congreso. Un individuo de Amaiur, cuya aportación a la vida parlamentaria cuatro años después sigue siendo ignota, se subió a la tribuna elegantísimo con una camiseta que reproduce la estelada independentista (con todos sus colores) camisa encima de la camiseta y un ejemplar de la Constitución en la mano. ¿Para qué? Para romperla. Qué arrojo, qué coraje, qué vehemencia del diputado rompehojas.

Qué arrojo, qué coraje, qué pereza, oiga. Escuchar a uno de Amaiur lo feliz que le hace romper la Constitución (porque para reformarla carece, con sus trescientos y pico mil votos en un país de veinticinco millones de votantes, de respaldo social suficiente ni patra intentarlo). A romper, a romper, cuando ni quieres ni puedes reformar lo que no te gusta. Reconozcámosle al tal Sabino Cuadra, en todo caso, que su actuación teatral estuvo más trabajada que su flojete discurso. La noticia parlamentaria de la noche, en todo caso, fue que el grupo popular aplaudió la intervención de Rosa Díez. Que esto sí que es algo que no había pasado nunca.