La escena de Rebelde sin causa la recuerda casi todo el mundo. Bueno, todo el que haya visto la película (que no es viejuna, sino clásica). Dos jóvenes compiten por ver cuál es más machito. Aceleran sus coches en dirección al acantilado y el primero que salta del coche es el gallina. “The chicken game”, el juego del gallina. Fue esta película la que lo hizo popular en medio mundo. El primero que pestañea, pierde. Que, si se fijan, no deja de ser una versión peliculera del chiste del baturro. El hombre que camina por las vías del tren, ve venir la locomotora tocando el silbato y dice eso de “Chufla, chufla, que como no te apartes tú…”
Angela Merkel no es baturra. Es de Hamburgo. Y Alexis Tsipras fue rebelde pero sin tupé. Aun no se sabe cómo, pero ambos dan por hecho que esta pulso que se traen desde que Syriza llegó al gobierno de Grecia habrá de terminar en tablas. O en aparentes tablas que le permita al perdedor —Tsipras tiene más papeletas para serlo que Merkel— presentarse ante su público como un digno combatiente. Una cosa es perder (quedar, por ejemplo, vigésimo primera en Eurovision, como Edurne) y otra volverte a casa sin un solo punto (hay quien maneja mi barca, quién; cero points).
En febrero empezaron los gobiernos del euro, Grecia a un lado, los demás al otro, este juego del gallina que hoy debería resolverse. Los países que prestan el dinero a Grecia diciéndole a Tsipras: o tragas con las condiciones que ponemos nosotros, o no tienes de dónde sacar lo que necesitas.Tsipras respondiéndoles que el peor de los horizontes, también para ellos, es la suspensión de pagos —la quiebra griega— y su abandono del euro: el fracaso de la moneda única. Cada parte diciéndole a la otra: tienes más que perder tú que yo, tienes peores cartas, en caso de explosión date por muerto. La negociación interminable. Los dos diciéndole al otro ríndete pero sin atreverse ninguno a terminar a apretar el botón nuclear.
Esta noche sabremos cuál es el desenlace. Cumbre de jefes de gobierno europeos en Bruselas. Convocada de urgencia porque el tiempo se acaba y los griegos retiran cada vez más dinero de los bancos temiendo que tarde o temprano llegue el corralito. Si usted se va ir de veraneo a Grecia se estará preguntando si aún podrá pagar en euros o van a resucitar la dracma.
En estos cinco meses de negociación, e independientemente de cómo acabe la cosa, Tsipras ya ha admitido lo esencial: que es que si formas parte de la zona euro, tu política económica afecta a los demás países que usan el euro y has de acatar las líneas generales acordadas por mayoría. Más aún si requieres de esos países ayuda financiera. La soberanía nacional no es plena. Está parcialmente cedida desde el momento en que perteneces a esta sociedad de países que se llama Unión Europea. Syriza hizo bandera en la campaña electoral de la soberanía nacional plena, el derecho a decidir los griegos su política sin tener que dar explicaciones a los socios europeos; sin tener por qué aceptar normas que dicen no haber votado ellos. Este mismo discurso que en España hizo (y se supone que sigue haciendo) Podemos: la soberanía, la independencia, la patria, el no somos colonia de Alemania, todos esos eslóganes tan efectivos (y tan huecos) que han alimentado el discurso de este partido emergente y de éxito. El discurso euroescéptico que ahora ha quedado diluido porque atizar a Merkel renta menos que atizar a Rajoy, a Bárcenas y a Rato. La batalla clave había que darla en Europa mientras fueron las elecciones europeas la meta. Ahora la batalla está en los ayuntamientos porque es ahí donde se ha tocado poder. El yugo aquel que nos tenía puesto la señora Merkel ha debido de caerse sólo porque ya no es obstáculo para convertir las capitales españolas en ciudades sin pobres y sin desahucios.
Pedro Sánchez le madrugó ayer a Pablo Iglesias la exaltación de la patria. Confirmado ya como el segundo aspirante a la presidencia del gobierno —-el primero es Rajoy porque viene proclamado de casa-—, se apareció Sánchez ante los cuadros de su partido como el líder capaz de aunar voluntades para cambiar el país sin romperlo. Sánchez en su domingo de ramos.
Esta noche sabremos cuál es el desenlace. Cumbre de jefes de gobierno europeos en Bruselas. Convocada de urgencia porque el tiempo se acaba y los griegos retiran cada vez más dinero de los bancos temiendo que tarde o temprano llegue el corralito. Si usted se va ir de veraneo a Grecia se estará preguntando si aún podrá pagar en euros o van a resucitar la dracma.
En estos cinco meses de negociación, e independientemente de cómo acabe la cosa, Tsipras ya ha admitido lo esencial: que es que si formas parte de la zona euro, tu política económica afecta a los demás países que usan el euro y has de acatar las líneas generales acordadas por mayoría. Más aún si requieres de esos países ayuda financiera. La soberanía nacional no es plena. Está parcialmente cedida desde el momento en que perteneces a esta sociedad de países que se llama Unión Europea. Syriza hizo bandera en la campaña electoral de la soberanía nacional plena, el derecho a decidir los griegos su política sin tener que dar explicaciones a los socios europeos; sin tener por qué aceptar normas que dicen no haber votado ellos. Este mismo discurso que en España hizo (y se supone que sigue haciendo) Podemos: la soberanía, la independencia, la patria, el no somos colonia de Alemania, todos esos eslóganes tan efectivos (y tan huecos) que han alimentado el discurso de este partido emergente y de éxito. El discurso euroescéptico que ahora ha quedado diluido porque atizar a Merkel renta menos que atizar a Rajoy, a Bárcenas y a Rato. La batalla clave había que darla en Europa mientras fueron las elecciones europeas la meta. Ahora la batalla está en los ayuntamientos porque es ahí donde se ha tocado poder. El yugo aquel que nos tenía puesto la señora Merkel ha debido de caerse sólo porque ya no es obstáculo para convertir las capitales españolas en ciudades sin pobres y sin desahucios.
Pedro Sánchez le madrugó ayer a Pablo Iglesias la exaltación de la patria. Confirmado ya como el segundo aspirante a la presidencia del gobierno —-el primero es Rajoy porque viene proclamado de casa-—, se apareció Sánchez ante los cuadros de su partido como el líder capaz de aunar voluntades para cambiar el país sin romperlo. Sánchez en su domingo de ramos.
Los políticos en domingo llevan vaqueros y ni se les ocurre ponerse una corbata. Salvo si van a ser proclamados, en domingo, candidatos de su partido a la presidencia del gobierno, en cuyo caso, como Sánchez ayer, se ponen traje oscuro y corbata encarnada. Y juran bandera. Más que bandera, banderón. Más grande aún que la que izó Aznar en la plaza de Colón. La bandera de España gigante que Sánchez hizo proyectar mientras él hablaba fue lo más novedoso de su discurso. La reivindicación del símbolo que dejó a los cuadros socialistas, admítamoslo (y por lo inesperado) a cuadros. Unos encantados con el golpe de efecto (para discurso de unidad nacional, aquí está el mío, Susana) y otros ligeramente azorados porque ahora habrá que explicar a qué tanta sorpresa al ver la bandera nacional en un acto de partido. Como golpe de efecto su eficacia ha sido incuestionable. Los adversarios políticos gritando hoy “no cuela no cuela”: la bandera es coartada para ocultar que le ha franqueado el paso a las candidaturas de Podemos. Y seguramente es así, la bandera es antídoto contra temores de radicalidad y ambición de poder a cualquier precio: amigas y amigos, seguimos siendo el PSOE, no nos hemos hecho de Podemos. Como era un acto del PSOE, y no el Camp Nou, ver la bandera de España en tamaño XXL no provocó una sola pitada.
Hoy, en todo caso, atentos a Grecia porque el horizonte europeo, España incluida, depende de lo que acabe sucediendo con los griegos. Mal que bien, unos y otros esperan firmar un acuerdo. Aunque el problema, cuando estás metido en el juego del gallina, es que aun queriendo evitar el abismo, se te enganche la manga a la puerta del coche y acabes yéndote a tomar viento aun sin haberlo querido.