OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Manuela debe preguntarse si conoce a las personas que ha llevado al ayuntamiento"

El Zapata famoso en España, hasta este sábado, era Emiliano, el de la revolución mexicana. Desde el sábado el puesto corresponde a Zapata, Guillermo, el de la revolución manuélica.

Carlos Alsina

Madrid | 15.06.2015 07:50

Salvo que haya estado usted metido este fin de semana en una cueva, aislado del exterior y sin ver, ni oír, ni leer un solo medio de comunicación (como si fuera el módulo espacial Philae, hibernando para no saber nada de la Tierra), el nombre de Zapata le provocará una de estas dos sensaciones: o bochorno al recordar sus tuits pretendidamente graciosos sobre Marta del Castillo, Irene Villa o las niñas de Alcacer —humor negro lo llama él— o perplejidad al comprobar cómo la primera decisión que le va a tocar anunciar a la alcaldesa debutante Carmena no es un plan antidesahucios o una auditoría de la deuda, sino la dimisión como responsable de cultura del edil al que nombró hace dos días (uno, si descontamos el festivo). Claro que aún puede provocar en usted el nombre de Zapata una soberana indiferencia, que es el mayor de los fracasos para un guionista que aspira a ser escritor y aspiraba a cambiar el mundo desde su puesto de concejal de gobierno madrileño. La fama que no alcanzó Guillermo Zapata con su libro de relatos “El intercambio celestial de Whomba” —-el inter ¿qué?, da igual, no afecta a la noticia—- la ha alcanzado con cuatro chistes imbéciles publicados en twitter hace años. Antes de levantar alfombras va a levantar Carmena a un concejal de su asiento.

La recién alcaldesa, al cabo de 24 horas de escurrirse del tema y evitar manifestar su criterio, le anticipó anoche a Ana Pastor en La Sexta que hoy tomará una decisión. La frase de Carmena daría para un comentario de texto: “Quizá tengo claro qué hacer pero tengo que hablar más con él”. Probablemente significa: tengo claro que está abrasado pero me vendría bien que saliera de él borrarse. No parece que en el currículum de la recién aterrizada quede bien que la primera medida que tomó fue deshacer la decisión que ella misma había tomado. Cuando todos los grupos municipales, que tienen muchos más concejales que tú, te reclaman la cabeza del macabrísimo humorista es natural que te lo plantees. Pero Carmena debería tener claro por qué lo destituye. O antes aún, debería tener claro por qué lo escogió ella —-fue ella—- como responsable de cultura.

La alcaldesa afirmó anoche —-metiéndose en un jardín peliuagudo— que el humor tiene límites que no se pueden cruzar. ¿Qué límites? ¿Los legales, los morales, los de la corrección política? Al guionista Zapata le entusiasma el humor negro y cruel, él mismo lo tiene dicho. Pero éste no es un debate sobre los límites del humor, o de la libertad de expresión, éste será —-si acaso—- un debate sobre la idoneidad de una persona concreta, el humorístico Zapata, como concejal de gobierno encargado de la cultura.

La libertad de expresión permite tuits como los de Zapata, lo sabemos. Permite hacer guasa sobre episodios luctuosos y permite hacer humor negro. Es la misma libertad de expresión que permite hacer caricaturas de Mahoma o pitar el himno de un país. La cuestión no es qué límites tiene esa libertad —-los de la ley—- sino qué pretende quien lo hace, qué busca. ¿Busca insultar, busca entretener, busca divertirse a costa del sufrimiento de otro, busca denunciar una situación que le parece nociva? Para qué lo hace y qué revela eso de de su talante y su forma de entender la vida. Como escribió Nacho Vigalondo, castigado en el diario El País por bromear sobre el holocausto, tu cuenta de twitter acaba siendo un retrato incontrolable de tu personalidad.

El problema no es ejercitar el humor, sino el gusto de Zapata por usarlo para trivializar sucesos dolorosos o dramáticos. La banalización del dolor. En la barra del bar, o en la plaza del pueblo, uno puede decir lo que le parezca y hacer chistes que a él le resultan graciosos aunque tengan como víctima de la guasa a una mujer a la que ETA le amputó las piernas o una joven de Sevilla cuyo cuerpo no aparece. No va a personarse en el bar la policía a detener al gracioso; simplemente quedará claro, para quienes le escuchen, qué idea tiene el sujeto de lo que da risa.

El problema, para Carmena, es que este Zapata de hoy es el mismo que era el viernes, y hace dos semanas y hace un mes. Zapata ha sido el elegido por Carmena para llevar Cultura. Si ahora lo va a destituir por gustarle el humor negro, lo que debiera preguntarse la alcaldesa no es si el humor debe tener límites, sino si ella conoce en realidad a las personas que ha llevado consigo al ayuntamiento, o cuánto conoce de cada una de ellas. Porque su concejal no ha cambiado. Es Carmena quien ahora tiene de él una idea distinta.

Qué pasará cuando alguno de sus concejales defienda que la okupación de edificios vacíos es perfectamente legítima y que el ayuntamiento debe abstenerse de evacuarlos. Porque hay concejales suyos que opinan así, por más que ella dijera anoche que la okupación por las bravas no puede consentirse.

Hasta el viernes, lo dijimos aquí, todo lo que habíamos visto eran trailers de esta nueva política que prometen quienes han llegado al poder en grandes ciudades. La película completa, el ejercicio de ese poder, empieza hoy. Con toda la potencia transformadora que ellos le han atribuido y con todas las curvas que, desde el minuto uno, se van a ir presentando. En forma de zapatas y de zapatiestas. e Y siendo estos nuevos gobiernos rehenes del discurso que ellos mismos han hecho para alcanzar el poder, el de la ejemplaridad, la justicia social, el sentido común ——todos esos conceptos tan subjetivos que ellos han elevado a la condición de absolutos—-. La felicidad, como dijo el nuevo alcalde de Cádiz, Kichi.

Si el primer efecto inesperado de este vuelco en el poder municipal ha sido el desenterramiento de antiguos tuits, el segundo está siendo la resurrección política de un señor llamado Javier Arenas. Dices: si ha resucitado Philae no va a poder resucitar Arenas. Él también estaba hibernado, en Génova, en una cámara frigorífica que mantenía acordonada Dolores de Cospedal. Rajoy ha dado instrucciones para que la abran y Arenas se ha puesto a dar mítines atrasados. ¡El PSOE se echa en brazos de la izquierda radical!, predica (como cuando Aznar llamaba a Zapatero pancartero de Llamazares). Encargado, sobre el papel, de coordinar la política autonómica y municipal del PP, resurge Arenas —-ahí queda la paradoja—- justo ahora que el poder autonómico y municipal de su partido se ha quedado en las raspas.

A la vuelta de Milán anunciará Rajoy cuáles son los profundísimos cambios que ha terminado de urdir en el gobierno y el partido. Feijoo, Alonso, Casado, Maroto. Nombres que suenan. Y el comodín que aparece siempre en las quinielas. El consejero áulico. Javier Arenas.