Se llamó Vannevar Bush. Ingeniero de Massachussets que siendo estudiante se reveló como un adelantado a su tiempo y que acabó siendo el científico de referencia en la Norteamérica de la Segunda Guerra Mundial. Se le recuerda, sobre todo, por haber dirigido el Proyecto Manhattan, la bomba atómica, pero él habría preferido ser recordado por el informe que entregó al presidente Roosevelt en el año 45.
Un manifiesto en favor de la investigación científica y de la inversión pública en el fomento de la ciencia. “No es la panacea para todos nuestros males”, escribió, “pero sin progreso científico no hay logros en otras direcciones”. Aquel documento, salpicado de los ejemplos de la época —la penicilina, el radar, el aire acondicionado— mantiene hoy su vigencia como toque de atención a los gobiernos para que no olviden que el avance de las sociedades está históricamente vinculado al avance del conocimiento. “Es obligación de quien gobierna promover la ciencia y el talento de la juventud investigadora”. Escogió una imagen para describir cómo entendía él progreso: los pioneros norteamericanos que, con sus carretas, fueron superando obstáculos y extendiendo su presencia: la apertura de nuevas fronteras. Y por ahí tituló su informe: “Ciencia, la frontera sin fin”.
Hoy hacemos este programa desde la sede en Madrid de la Fundación BBVA. Se entregan aquí los Premios cuyo nombre se inspira en aquel concepto: Fronteras del Conocimiento. Hablaremos esta mañana con algunos de los premiados y hablaremos a las nueve con el presidente del BBVA, Francisco González, de ciencia, de investigación y, naturalmente, de Grecia. De cómo el día en que todo eran especulaciones sobre el desenlace de la historia interminable las bolsas se lanzaron a celebrar que Grecia se queda. No hay como ponerse en lo peor para que sólo cuatro palabras, “buena-base-de-acuerdo”, dispare el entusiasmo de los inversores. Si se trata de apostar, las bolsas europeas han apostado a que esto terminará en acuerdo. La cuestión, claro, es en qué términos. Que, visto lo visto, empieza a ser un problema más para el primer ministro Tsipras que para los socios europeos. Es Tsipras quien, aparentemente, ha acabado tragando con las exigencias que le hacían los gobiernos europeos y es Tsipras quien tiene que acelerar ahora porque tiene a los demás gobiernos hasta el gorro. Cansados de que juegue al despiste y de que diga una cosa y haga otra. Cansados de que se vaya a ver a Putin cada vez que la cuerda se pone tensa.
Anoche terminó la reunión de los gobiernos europeos sin fumata blanca. Se ha tomado nota de los nuevos compromisos que Grecia está dispuesta a asumir y se terminará de rematar el asunto en la cumbre del jueves. El objetivo es certificar que Syriza se ha plegado a las exigencias pero encontrar, a la vez, la manera de que Tsipras salve la cara, evitar la humillación del estado griego para no regar de gasolina el fuego del euroescepticismo en Grecia.
Los Tsipras, Alexis y Betty, no se van a divorciar. El primer ministro dijo la semana pasada que la mayor presión la tiene en casa, que Betty ya le ha dicho que como se rinda a la Merkel lo abandona. Era una broma del bienhumorado Tsipras. La compañera del primer ministro —a la que Ignacio Rodriguez Burgos llama Betty la Griega—- no se va a divorciar. En primer lugar, porque nunca se han casado. En segundo, porque habrá de ser ella, como asesora en la sombra, quien le ayude a explicar a la opinión pública griega que se ha llegado hasta donde se podía llegar. Una negociación consiste en esto: aprietas hasta donde puedes, pero sabiendo que si sigues apretando —-el juego del gallina del que hablábamos ayer—- puedes acabar despeñándote.
Al gobierno griego se le ha dicho que encuentre la manera de meter más dinero en la caja del Estado y ha ofrecido algunas recetas de las que antes renegaba. Subir el tipo general de IVA al 23 %, acabar con ventajas fiscales de las islas del Egeo, crear nuevos impuestos al juego en red y la publicidad televisiva y sacar a subasta licencias para operadoras de telefonía. Es decir: ¡a recaudar! El IVA era una de las líneas rojas que Syriza no quería que se cruzara. Las pensiones eran otra, y está también en fase de ser cruzada. Como las prejubilaciones y la plantilla de empleados públicos. Recorte gastos y aumente ingresos, es el peaje, o el aval, que quienes prestan el dinero le ponen al estado que, con urgencia, lo necesita. Pruebe usted que quiere equilibrar sus cuentas, y que sabe cómo hacerlo, y sólo después le ampliamos el crédito. No tiene más misterio, en el fondo, la negociación que tienen abierta desde Semana Santa, por mucha letra pequeña que luego tenga.
Aunque no terminan de poner el huevo, se da por hecho que esta semana habrá fumata blanca. Aunque luego viene el epílogo: el acuerdo requiere de ratificación en el Parlamento de Grecia (la otra opción era convocar un referéndum, pero Tsipras prefiere no poner de los nervios a sus socios europeos y a su propio gobierno). Será en el Parlamento donde pueda medirse cómo de hondas son las divisiones internas en Syriza respecto de esta negociación, cuántos de sus diputados cree que Tsipras ha traicionado las promesas y se ha entregado. Por si acaso el portavoz parlamentario ya recomienda a los ministros reticentes que abandonen el gobierno si no comparten el resultado.
Tsipras sigue contando con altos índices de aprobación en Grecia. Tal vez porque en su propio país se relativizó bastante más que fuera la promesa aquella que hizo nada más ganar las elecciones: “Se ha acabado la austeridad”, dijo, “se ha acabado el memorando, se ha acabado la troika”. Cristine Lagarde, la señora del FMI, Draghi, del BCE, Juncker, de la comisión europea, podrían haber saludado ayer a Tsipras con un “hola, somos los que se habían acabado”. Porque troika sigue habiendo, memorando va a seguir habiendo y austeridad nunca ha dejado de haber. De lo que iba a ser a lo que al final ha sido va un trecho. Aquella expectativa que generó Syriza en la izquierda europea —habría un antes y un después, todo sería diferente, la rebelión griega era sólo el comienzo—- se ha visto defraudada. Las reglas de juego en la zona euro siguen siendo las que eran y el Estado griego, la sociedad griega, ha tenido que aceptar que el límite a su soberanía nacional se llama quiebra financiera.