Cómo traducir esto del "pussygate", el juego de palabras entre el watergate (escándalo) y el pussy. Que es por donde Donald Trump dice que puedes agarrar a las mujeres cuando eres una celebridad. Aquí lo llamaríamos, con perdón, el coñogate. El huracán que ha amenazado con tumbar este fin de semana –-sin conseguirlo—la candidatura del inefable aspirante a presidente del Partido Republicano.
Es probable que el debate de esta pasada madrugada entre Hillary y Trump haya tenido más audiencia que su primer cara a cara. Para un candidato que mide el éxito en términos de notoriedad, de dar que hablar, de ser el centro de todas las miradas, habrá sido un triunfo total. Para los estrategas de su campaña que miden el éxito en acarrear votos a las urnas, puede que lo haya sido menos.
El debate de hoy llegó precedido de la difusión de grabaciones antiguas en las que sale Trump diciendo groserías sobre las mujeres y presumiendo de su habilidad para acostarse con la que él quiera. Primero fue un vídeo en el que Trump fanfarronea con un presentador de televisión y luego una recopilación de intervenciones suyas (de hace años) en un programa de radio. En realidad, nada que no se supiera.
Esto es lo más chocante de cuanto ha sucedido este fin de semana en la campaña estadounidense. Lo que allí llaman la sorpresa de octubre -nos lo ha explicado aquí Vicente Vallés más de una vez- es un suceso que surge inesperadamente un mes antes de las elecciones y le complica irremediablemente la vida a uno de los candidatos. Lo chocante es que este año la sorpresa de octubre ha resultado ser lo más opuesto que quepa imaginar a una sorpresa: esto que todo el mundo sabía, que Donald Trump es un tipo arrogante, grosero y con una actitud machista -o de machito- cada vez que habla de las señoras. Un tipo acostumbrado -dinero mediante- a salirse siempre con la suya.
Hillary tiene ahora las de ganar, pero hasta el 8 de noviembre no se dirá la última palabra. ¿De verdad la personalidad de Trump puede ser a estas alturas un shock para alguien? Siendo un señor famoso que lleva saliendo en la televisión desde hace veinte años como lo que es: un charlista desahogado que presume de decir verdades como puños y que usa eso como coartada para soltar cualquier burrada. Una criatura no nacida, pero sí crecida, en la televisión que ha dado (y sigue dando) grandes alegrías a las cadenas cada vez que le dedican minutos. Trump es un reclamo imbatible para la audiencia. Siempre lo ha sido. Ahora lo único que pasa es que la celebridad televisiva ha conseguido ser el candidato del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos y que, a la luz de las encuestas, tiene opciones de llegar a serlo.
La reacción de algunos popes del Partido Republicano al "pussygate" resulta hipócrita. No porque no detesten la forma en que Trump habla de las mujeres. Sino porque se declaran escandalizados al descubrir que Trump es Trump, horrorizados porque el color rojo es rojo. El senador McCain —aquel que perdió con Obama— se ha despertado de la siesta y ha descubierto que no era una pesadilla: que de verdad Donald Trump es el candidato proclamado por su partido. Condoleeza Rice —la ahijada política de los Bush— se ha indignado tanto conTrump que ha dicho que ya está bien, enough is enough, ahora sí que no le vota.
Todo lo anterior parece que no escandalizaba tanto: las irregularidades fiscales, la satanización del extranjero, las mentiras que dijo (sabiendo que lo eran) sobre el lugar de nacimiento de Obama. Es el pussygate lo que ha levantado en armas a algunos dirigentes, muy pussys, del Partido Republicano. Que exigen a Trump que renuncie como si estuvieran en posición de exigirle ya algo a un ovni que ha hecho su campaña al margen del partido y contra el partido.
No pudieron, no supieron frenarle cuando fue tumbando rivales —uno tras otro— en su camino hacia la candidatura y no pueden, no saben, frenarle ahora que "el día D" —the election day— se acerca.
Asuntos turbios que siguen en las primeras páginas. 'El Confidencial' da cuenta esta mañana de la lluvia de regalos con que Marjaliza –-el de la Púnica—y su socio Cid engrasaban su máquina de comprar voluntades cuando llegaban las navidades. Hasta doscientos políticos y funcionarios recibían obsequios, según los informes de la UCO. Televisores de plasma, bolsos de Carolina Herrera, corbatas de Pertegaz, relojes Bulgari. Alcaldes de pueblos madrileños, cargos de la administración autonómica, arquitectos municipales, responsables de empresas públicas eran agasajados sin disimulo.
En la portada de 'El Mundo', otro documento revelador, éste de 1999 y relativo a la financiación de las campañas electorales en el PP madrileño.
¿Cómo va lo nuestro? Lo del gobierno nuevo para España. ¿Está ya hecho el acuerdo entre Rajoy y el PSOE?, le preguntábamos hace una hora a Fernando Ónega.
En apariencia, no. No cabe asegurar aún que Rajoy vaya a tener votos suficientes para ser investido porque el PSOE, a día de hoy —como habría dicho Sánchez—, a día de hoy no ha modificado su postura: la línea roja rojísima que trazó en diciembre: ni agua al PP para investir a ninguno de sus posibles candidatos.
A estas alturas ya sabemos todos que ese cambio de tercio habrá de consumarse en un Comité Federal y que esta semana se terminará de preparar el terreno recibiendo la gestora costurera —los diez de la aguja— a los secretarios regionales para templar gaitas. El partido hermano del PSOE en Cataluña, el PSC, escoge el próximo sábado a su secretario general en primarias. O Parlón, la alcaldesa que propone romper la disciplina de voto en Madrid, o Iceta, el cheerleader de Sánchez que se ha quedado sin líder al que jalear.
Con el PSOE en fase de viraje —como el anuncio aquel del navegador, ¿se acuerdan?, recalculando— Rajoy se ha hecho y a la idea de que investidura sí tendrá pero renuncia a hacer oposición, no. Gobernará en minoría —es decir, con la mayoría del parlamento en contra— y obligado a ir pactando cada proyecto que lleve a la cámara con los grupos suficientes para sacarlo adelante. Es probable que el presidente trate de incorporar ministros que no sean del PP a su nuevo gabinete para asegurarse una relación estable por lo menos con su socio de investidura, Ciudadanos.
Si se trata de no ir en contra de lo que quiere la gente, ahí están los datos. La gente no quiere un referéndum en el que puedan votar sólo los catalanes.