OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Sólo una cosa puede escocer más a Iglesias que perder en el CIS, que Rivera gane"

¿Dónde vas, Pablo Iglesias, dónde vas?

El CIS.

La encuesta del CIS de octubre.

Que no la ha hecho Carolina Bescansa pero que Carolina Bescansa, que algo sabe de demoscopia, venía oliéndose, seguro, desde hace tiempo.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 08.11.2017 08:00

La pérdida de apoyo popular a Podemos. Y la subida notable de Ciudadanos.

Sólo hay una cosa que puede escocer más a Pablo Iglesias que ir perdiendo. Que es…que Albert Rivera vaya ganando.

Además:

Rivera mejora su valoración entre los votantes del PP, del PSOE y, sobre todo, los suyos propios. Es el líder al que mejor nota pone su propia parroquia.

Iglesias empeora la suya sobre todo entre sus votantes. Es el líder que peor nota obtiene entre los suyos.

Ciudadanos, de enhorabuena. Podemos, en mala hora.

Esta vez no hacen falta politólogos, ni agudos examinadores de las tripas sociológicas.

En el primer CIS en que la crisis catalana aparece como problema grave para los ciudadanos, Ciudadanos sube y Podemos baja.

Letra pequeña: las marcas aliadas de Podemos —En Comú, Compromís, En Marea— mantienen bien el tipo. Lo que se cae es el partido Podemos.

La dirección del partido se ha instalado, aparcada Bescansa, en la justificación pueril de su mal resultado demoscópico.

Ay, que la prensa no nos quiere. Cuando debutó en el Congreso como tercera fuerza parlamentaria, ¿tenía acaso todos los medios bailándoles el agua? No. ¡Cuanto poder le atribuye Iglesias a la prensa! Al final le va a dar la razón a los linces aquellos del PP que atribuían, o culpaban, del éxito de Podemos a La Sexta, ¿se acuerdan? Ahora se ve que la influencia social la tiene la Brunete Mediática, copyright de un nacionalista de estos que seducen a Pablo, Xavier Arzalluz, el del RH vasco. "Prefiero a un negro que hable euskera que a un blanco que lo ignore".

Hay una pregunta en el CIS que cobra interés para los tiempos que vienen: qué opina usted sobre nuestra organización territorial. Estado de opinión, hoy, de los españoles:

• La respuesta más compartida, 40 %, que nos quedemos como estamos, autonomías, sí, y como hasta ahora.

• La siguiente respuesta en número de partidarios, ojo, es un único gobierno central sin autonomías, 17,5.

• Partidarios de autonomías con más poder, lo más similar que encontramos al estado federal por el que apuesta el PSOE, 13 %.

• Partidarios de la autodeterminación, 10 % de los españoles.

No existe, según el CIS, clamor alguno para cambiar la organización territorial de España. El clamor, de existir, será en algunos territorios, no en el conjunto. La reforma se abrirá camino, sin duda lo veremos, porque es la única salida que se atisba a la presión política en Cataluña (o lo que se cree que podría ser la salida), pero tengamos presente cuál es la razón verdadera de que se haga: no es el estado de insatisfacción de los españoles con su modelo territorial. Es Cataluña.

Aprovechemos, en este punto, para llamar la atención del prófugo Puigdemont, que sé que no nos está escuchando, sobre esta circunstancia de las mayorías y la voluntad que manifiestan.

Veamos esta situación hipotética, ver qué le parece al ex president: un partido se presentara a las elecciones generales combatiendo el Estado Autonómico y prometiendo derogar todos los estatutos de autonomía; las gana; es más, imaginemos que arrasa. Mayoría absoluta. ¿Tiene un mandato popular para enterrar las autonomías? Bueno, eso parece. ¿Tiene entonces derecho a hacerlo, Puigdemont? Respuesta: por supuesto que no. Lo que podrá hacer es cargarse de razones para promover una reforma de la Constitución que le habilite para quitar las autonomías. Pero mientras esta Constitución esté vigente, España se organiza en comunidades autónomas.

Recordemos ahora uno de los pasajes impagables que el fantasma de Flandes regaló ayer a los oyentes de la radio pública catalana cuando martilleaba sus amables oídos con esto de que elEstado deberá respetar los resultados de las próximas autonómicas.

La democracia consiste en bastantes más cosas que aceptar la voluntad de la mayoría. ¿No tiene límites la voluntad de la mayoría? Oiga, por supuesto que los tiene. Se llama la ley, Puigdemont. No es tan difícil de entender.

Por eso, si usted se presenta a las elecciones con un programa que miente a los electores haciéndoles creer que usted puede hacer lo que quiera si tiene la mayoría, no se lo van a prohibir —si se prohibiera mentir en un programa electoral no habría partido que pasara la criba— pero sigue siendo mentira.

Un ejemplo de su tierra, mire. Un partido puede presentarse a las elecciones municipales en Girona prometiendo trasladar la capital de Cataluña a esta ciudad. Pongamos que gana. Que arrasa en las elecciones municipales. ¡La voluntad de la mayoría! ¿Puede entonces asumir Gerona la capitalidad de Cataluña? Pues no. Porque el Estatut dice que la capital es Barcelona. No depende de lo que piensen los gerundenses porque ellos son sólo una pequeña parte de los catalanes. ¡Pero si lo pone el programa electoral! Oiga, pídale usted cuentas a ese alcalde, no al Estado por haberle dejado presentarse.

La novelita que está escribiéndose Puigdemont día tras día ha tocado fondo.

La sinopsis de la ficción dice que:

Él no es el gobernante que salió por piernas diez minutos antes de la querella de la fiscalía, sino el que salvó a Cataluña de la horrible represión violenta que preparaba el Estado español y de la que sólo él tenía noticia.

Fueron tantas las mentiras que cuesta elegir. Sólo una más, para no aburrirles.

Esto de que España será avergonzada por los Tribunales Internacionales porque le darán al razón a él.

España es un estado condenado por torturas a políticos. Pues mire, no.

Las quince personas que fueron detenidas por Garzón en el año 92 no eran políticos, eran gente ligada a Terra Lliure, organización terrorista. Algunos fueron condenados, otros absueltos. Algunos se metieron en política después, cuando abjuraron de la violencia. La condena al Estado español por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo no fue por haber torturado, sino por no haber investigado suficientemente la denuncia de los detenidos, que no es lo mismo.

Entre tanto cuento y tanto monocultivo, a Puigdemont y sus cuatro valientes se les notó en la entrevista matinal lo que por la tarde, en un teatro, ya fue evidencia. Que lo tiene irritadas a estas personas es la Unión Europea. Esta UE que no les ha tomado en serio ni como fundadores de repúblicas ni como gobernantes caídos y a la fuga.

Obsérvese el cansancio de la ex consejera Ponsatí para hacerle entender a Europa que a España ha vuelto el franquismo y que ella, torpe Europa, ciega Europa, no se entera.

Obsérvese que el tono con el que esta señora habla de Europa (¿superioridad, podríamos decir?) es el mismo con el que sus colegas se cansan de intentar explicarle al resto de los españoles la enorme complejidad de la cuestión catalana —esta gente que no se entera—.

El gobernante que ha maltratado las instituciones catalanas se permite dar lecciones a los gobernantes europeos —torpes europeos, ciegos—. Eurócratas los llama.

¿Y cómo sabe este señor lo que opinan las sociedades de los 28 países europeos? Ah, pues porque lee la prensa.

Una carta de 128 intelectuales como prueba de lo que piensan los ciudadanos europeos. Y para darse siempre la razón a sí mismo.

Por la mañana abrió boca, por la tarde se dejó agasajar —cuánto le gusta— por los alcaldes de la vara (de excursión en Bruselas) en un teatro, o teatrillo, en el que siguió dando lecciones a los pobres, torpes, ciegos gobernantes europeos. Con lo que cansa explicarle a esta gente —¿cómo dijo, eurócratas?— que él es la última esperanza para la democracia verdadera.Como bien sabe Pamela Anderson.