Todo lo que ha sucedido en el Partido Socialista desde el destronamiento de Pedro Sánchez ha sido epílogo. Las últimas páginas de una historia cuyo desenlace se escribió entonces. El final de estos trescientos días de gobierno interino, la España de la incertidumbre política, de las dos investiduras fracasadas y de la duda sobre si acabaríamos votando otra vez en diciembre. Trescientos días de sobredosis declarativa, de especulaciones y de líderes políticos jugando a exhibir sus dotes para la táctica en detrimento de sus presuntas dotes para el verdadero liderazgo.
Todo, en estos últimos días ha sido epílogo. La conclusión del comité federal socialista de ayer era tan previsible como una película de domingo por la tarde. Sólo faltaba ponerle número: 139 por la abstención, 96 por el no es no. Goleada del antiguo sector crítico, hoy a cargo del aparato. 139 síes a mayor gloria de Susana por
96 velas encendidas en recuerdo de Pedro, el depuesto. Pedro el ausente, vencido de nuevo y por mayor diferencia que el día que lo tumbaron —porque una vez descabalgado lo difícil es mantener unida a la tropa, mi reino por un caballo—.
Todo es epílogo, por tanto, salgo el tuit del muerto anunciando que sigue vivo. Y con ganas de jarana. El tuit de Sánchez, que es la forma de asomar la cabeza desde dentro del hoyo. Una declaración sin preguntas. Y una declaración de guerra a los que han abatido su no es no. Que dice así: “Pronto llegará el momento en que la militancia recupere y reconstruya su PSOE. Un PSOE autónomo, alejado del PP, donde la base decida. Fuerza”. Sánchez apretando los caracteres mientras aprieta los dientes. Volveré, como MacArthur. O como Schwarzenegger en Terminator.
¿Cuándo volverá Pedro? A dar, por ejemplo, una entrevista. Una rueda de prensa. ¿Cuándo volverá a dejarse ver por la sede del partido? ¿Cuándo volverá a pisar el Congreso? El miércoles tiene convocatoria, como los otros 349 diputados, para escuchar a Rajoy su discurso de re-investidura. El jueves podrá votar no sin desobedecer la disciplina de voto. Y el sábado tendrá, por fin, que revelar su postura. Tres opciones: acatar la disciplina de voto que él mismo, cuando mandaba, reclamó (y abstenerse); acatar su propia disciplina y mantenerse en el no y no y no y qué parte del no has entendido, Susana; o…renunciar a su escaño. Que sería el martirio máximo sobre el que construir su operación retorno. Un Sánchez desocupado podría hacer miles de kilómetros en su coche visitando y agasajando a la militancia. Arriesgándose, claro, a que la actual dirección del PSOE retrase la convocatoria de un congreso en la confianza de que el tiempo sea el olvido. Y arriesgándose a que otras estrellas emergentes, como el resucitado José Borrell —bestia negra de los independentistas— se acaben postulando para el cargo que él tenía.
Borrell, crítico con los nuevos dirigentes de su partido. Pero reclamando también un programa electoral mejor y una mejor selección interna de los cargos. No cabe incluirle, por tanto, entre los sanchistas porque no parece que tenga buena opinión de la etapa anterior de su partido.
Cuanto más tarden las primarias para secretario general más tiempo tiene el susanismo para armar una candidatura y para enseñar los dientes a Rajoy por tierra, mar y aire. Que no se diga que el único fiero aquí era aquel secretario general que tuvimos, ¿cómo se llamaba? Sí eso, un tal Sánchez.
Aunque parezca el final, es el principio. De la guerra definitiva por el control del PSOE.
Y aunque parezca el final, es el principio.
De una legislatura que, ahora sí, tiene garantizada su existencia más allá de las navidades. Como poco hasta mayo, porque disolver antes las Cortes ya no es posible, pase lo que pase.
El Rey empieza a cubrir hoy el trámite de las consultaspara comunicar mañana a la presidencia del Congreso que tiene un candidato que proponer. El mismo que ya le rechazaron. Pero sabiendo que ésta vez sí sale. Se lo garantizó, hace días, Javier Fernández.
Es el principio de un gobierno inédito, no por su presidente, que lleva toda la vida en esto, sino por la fragilidad con la que va a iniciar su camino. Mariano Rajoy, achicado. Sin el rodillo de la mayoría absoluta. Un presidente cojo con la cámara de representantes en contra: sólo en esto se va a parecer Rajoy a Obama. Si el Parlamento se lo propone puede dedicar esta segunda legislatura de Rajoy a desmontar la primera. Sufriendo en su escaño azul la enmienda a la totalidad, el desmantelamiento, de la obra mariana. La forma de evitarlo, aparte de los clavos reglamentarios a los que pueda irse agarrando, es impedir que los demás grupos se pongan de acuerdo. Tener contento a Ciudadanos, llamado a ser su principal muleta. Empezar la labor legislativa conforme a la hoja de ruta que pactó con Rivera para la investidura. No era un pacto de gobierno, dijeron en Ciudadanos, pero la verdad es que se le parecía bastante. Asegurarse a Ciudadanos y ganarse el apoyo —o la abstención— de los diputados necesarios para que los proyectos salgan.
Dependerá de la capacidad de persuasión —es decir, el intercambio de cromos, bazas e influencias— que consiga demostrar su equipo de exploradores: el pinto, el niño y, sobre todo, la Santamaría. Ser gobierno, aun en minoría, es tener mucho poder. Y el poder siempre ha sido mano de santo para ganarse voluntades.