OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Millet y Montull, de respetados mentores de la actividad cultural a bandoleros del Palau"

Que empezó allá por el mes de enero de 2009. Gobernando en España Zapatero, en Cataluña Montilla, en Barcelona Jordi Hereu y en el Palau, como siempre, Félix Millet i Tusell, de los Millet de toda la vida. Ésta es una historia de gente con morro.

Carlos Alsina

Madrid | 01.03.2017 08:00

El año no había empezado bien. El concierto de la soprano Angela Gheorghiu se tuvo que suspender porque ella alegó que se encontraba enferma. Pronto se sabría que era su matrimonio con el tenor Roberto Alagna lo que había enfermado gravemente.

La programación de aquel año en el emblemático Palacio de la Música Catalana había tenido que recortarse porque la crisis económica hacía mella en los patrocinadores. Lo contó en marzo el prohombre de la cultura barcelonesa Félix Millet: escaseaba el dinero y no daba para sostener una oferta tan ambiciosa.

En julio, los mossos de esquadra estaban registrando el Palau. Se llevaron trece cajas con papeles incriminatorios. La investigación iniciada por la fiscalía hablaba de irregularidades contables, facturas falsas, obras inexistentes y enriquecimiento ilícito del prohombre y su fiel escudero. Millet y Montull, de respetados mentores de la actividad cultural a bandoleros que asaltaban la caja del Orfeón para llevárselo calentito ellos dos a casa.

Los esfuerzos que decían haber hecho los años anteriores para mantener en pie la programación cultural eran una milonga que escondía que buena parte del dinero aportado por las instituciones y los miembros del patronato se lo quedaban ellos para pagarse reformas en casa, viajes y vacaciones, y gastos diversos.

Fue la sotragada y el daltabaix, la sacudida y el descalabro, como acabaría diciendo la memoria de la fundación saqueada. Durante años, el tándem Millet Montull había hecho con el dinero del Palau lo que les daba la gana. La forma de robar más simple y más burda que nunca se ha inventado. El fiscal Ulled salpicó de adjetivos su escrito de acusación. Depredadores, dijo, gastos suntuarios en las reformas de sus viviendas, celebraciones pomposas de las bodas de las hijas, viajes exóticos a la Polinesia y las Maldivas, Millet y sus compinches (así los llama) abusando de su aureola de gente respetable. Cólera ciudadana.

Todo esto ya fue admitido y confesado por la pareja expoliadora. No es por tanto esta parte de la historia la que puede marcar el rumbo del juicio que hoy comienza en Barcelona.

Es lo otro. La tapadera. El uso del noble Orfeón catalán como máquina de recaudar dinero para financiar Convergencia Democrática. La gran mascarada. O cómo la constructora Ferrovial abonaba cantidades sustanciosas para sostener la programación del Palau —la benéfica labor filantrópica— que en realidad acababan en la caja convergente a cambio de adjudicaciones de contratos públicos. El peaje, dijo la fiscalía, para participar con éxito en el mercado de la obra pública catalana. El tesorero de Convergencia encargo de cobrar la comisión, camuflarla y hacer saber a los cargos públicos del partido con capacidad para influir en las adjudicaciones que Ferrovial había pasado por caja. Presuntamente.

Por eso entre los procesados hoy está Daniel Osácar, el tesorero que tenía entonces Convergencia. Sólo o en compañía de otros, dijo la acusación, que no logró probar que otros responsables de ese partido participaran en la trama. Sé fuerte, Daniel, sé fuerte.

A sólo unas horas de que comience el juicio del caso Palau, ha trascendido que Jordi Montull, el lugarteniente de Millet, está dispuesto a incriminar a Convergencia —confirmar el desvío de dinero al partido— a cambio de una rebaja de penas para su hija, directora financiera del Palau y también procesada.

Si la confesión se produce —sé fuerte, Daniel— el tribunal habrá de valorar si hay pruebas suficientes para afirmar que existió pago de comisiones. No del 3% sino del 4%, porque 2,5 iban para el partido y 1,5 para los organizadores de la tapadera. Millet y Montull, los respetables promotores culturales en la órbita —tan extendida en aquella época— de Pujol, de Mas, de Convergencia.

En el Parlamento de Cataluña, el rodillo independentista —la mayoría absoluta— pretende pisar el acelerador y achicar el tiempo necesario para poner en pie la ficción de una declaración de independencia legal. Ni sería legal el referéndum ni lo sería, obviamente, una declaración de independencia. Pero ahí es donde el rodillo tiene lista la simulación, la apariencia de realidad, en forma de ley autonómica: una falsa ley que permita a ese Parlamento escoger qué leyes de las que rigen en España dejan de ser de aplicación en Cataluña, algo así como la legalidad a la carta o bajo demanda. Alcanzando, claro, a la propia Constitución: los artículos que me estorben —el de la unidad indisoluble, por ejemplo— los declaro nulos en Cataluña y a correr.

A este plan de fingimiento lo tienen bautizado como transitoriedad jurídica, y lo nuevo de ahora es que ya ni siquiera van a disimular en la forma de tramitarlo. Urge el choque con el Estado y para eso cambiar el reglamento de la cámara y hacen posible que un proyecto de ley (o lo que sea) aunque no esté apoyado por todos los grupos pueda ser aprobado sin debate previo en comisión ni consulta a los órganos correspondientes ni nada de nada. Hoy presento el papelito y en una hora lo tenemos aprobado.

Lo esencial, desde luego, no es la manera de aprobar una falsa legalidad paralela, lo esencial es aprobarla, esto de arrogarse la competencia de decidir qué leyes valen y cuáles no. Amputar trámites para hacerlo todo más rápido es sólo la prueba de que les urge la colisión para forzar al Estado a tomar medidas que, a su vez, justifiquen la reacción independentista. Y en eso andan. En un alarde de esto que ahora se llama la posverdad, han llamado seguridad juridica a inventarse una ficticia legalidad paralela. Ríete tú de Orwell, de la neolengua y del ministerio de la Verdad.

Le presentaron como lo que es, el presidente de los EEUU, y esta vez sí habló como lo que es, o así lo ha visto la mayoría de los medios estadounidenses. Donald Trump en su primer discurso conciliador, invocando la unidad y, aun sin abandonar sus lemas de estas últimas semanas, tendiendo la mano al Partido Demócrata para pactar las principales reformas.

No ha cambiado el fondo, pero sí el tono.

Trumpen el Capitolio.

Discurso del presidente en el que se ha hecho el loco sobre el gran asunto internacional de las últimas horas: el tuit de Pedro Sánchez. Directo y a la face el líder destronado —y en campaña por la reconquista— del Partido Pacifista Obrero Español. Ese "deje al mundo en paz, mister Trump" que es como el "no es no" pero en versión geoestrategia planetaria: "no is no", que lo sepas, Potus.

Trump no ha dicho ni media sobre Sánchez, tocado, sin duda, el presidente —escocido— por el durísimo tuit pedrista. "La mejor manera de ganar las guerras es no empezarlas, believe me, mister Trump". La política preventiva que diría George Bush: aún no ha anunciado el mister su intención de empezar ninguna guerra nueva, pero por si acaso.

No le habrá sorprendido a Trump, a poco que haya seguido a Pedro Sánchez, que el destronado secretario general se oponga al incremento del gasto en Defensa. Una vez dijo en una entrevista que él eliminaría ese ministerio y se armó una buena, y eso que aún no lo dirigía Cospedal. Tanto que tuvo que aclarar que bromeaba. Believe, Mr Trump, era una broma.