“¿Es este el final del Ramadán que queremos? La gente ha venido a comprar ropa para celebrar el final del ramadán y ahora tiene que comprar ataúdes. Dios castigue a quienes han hecho esto.”
¿Hoy qué palabra elegimos para etiquetar a los muertos? describir adjetivo le ponemos? ¿Matanza de musulmanes? ¿De iraquíes? ¿De no occidentales? ¿De no de los nuestros?
[[DEST:"No eran cristianos. Ni homosexuales. Ni caricaturistas. Eran, todos, casi seguro, musulmanes respetuosos".]]
Hoy la palabra mágica es “chiítas”. La palabra que nos resuelve el problema de acotar el abanico de objetivos posibles para acotar también las explicaciones de por qué ha ocurrido. ¡Explicaciones! Véte tú a pedirle explicaciones a Estado Islámico y verás la pantanada de argumentos posibles que ellos manejan para matar musulmanes, cristianos, judíos, politeístas, ateos, mujeres, hombres, niños, sirios, iraquíes, pakistaníes, franceses, belgas, norteamericanos, españoles, heterosexuales, homosexuales, blancos, negros, asiáticos. Vete a preguntarles por qué nos matan y te resumirán sus toneladas de farfolla política y pseudoreligosa en estas pocas palabras: nos matan porque merecemos ser exterminados. Todos los que no seamos como ellos. Por una razón o por otra. Vale ser usuario del metro en Bruselas, aficionado al rock en París, cliente de un club gay en Orlando, de un restaurante extranjero en Bangladesh, o chiíta que pasea en un barrio de Bagdad.
Hay quien aún no ha terminado de enterarse, o no quiere enterarse, de que los enemigos del califato, según el califato, somos los infieles. Y eso nos equipara en la condición de asesinado en potencia a usted, a mí y a los habitantes musulmanes del barrio bagdadí de Al Karrada.
Ha dicho Estado Islámico que “los ataques proseguirán con ayuda de dios”. Los integristas, los fanáticos, los piadosos genocidas, siempre han dicho tener a dios de su lado. Dios como justificación exculpatoria del asesino múltiple que ama su acción criminal por encima de todas las cosas.
Fin de semana de calor disparado y de políticos recluidos en casa. Ya pasaron las elecciones. Los domingos vuelven a estar libres de mítines y oradores voceantes que repiten machaconamente su salmodia. Qué sosiego dominical, ayuno de campaña.
Desde hoy las nuevas señorías pueden acudir al Congreso a presentar sus papeles y retirar su acreditación parlamentaria. En quince días se constituyen las nuevas cortes, ya sin legión de debutantes con mochila, con rastas y con bebé en brazos. La abrumadora mayoría son los mismos que ya estaban: unos pocos más del PP, unos pocos menos de Ciudadanos y Eduardo Madina como repescado en el PSOE.
Cuántos elogios a Madina en boca de los críticos con Sánchez. Madina, el hombre que nunca terminó de llegar aunque siempre se le esperaba. El sábado sabrá Rajoy qué posibilidades reales tiene de que los socialistas se resignen a que siga de presidente con la abstención de algunos diputados de los suyos. Hasta entonces nos tendrá entretenidos el presidente —y podrá entretenerse él mismo— charlando con Clavijo, el de Coalición Canaria.
En el PSOE hay tres formas de afrontar el asunto. La soledad de Fernández Vara, que apuesta claramente por facilitar la investidura de Rajoy. La ingeniería verbal de Susana Díaz y García Page, que predican contra la repetición de elecciones pero sin precisar qué deberían hacer sus diputados para que esa repetición no se produzca. Y la perseverancia de la actual dirección del partido en que votarán siempre no y no y no.
[[DEST:Cuántos elogios a Madina (el hombre que nunca terminó de llegar) en boca de los críticos con Sánchez]]
Y Rivera juega a pasarle el muerto al PSOE. Como tiene más diputados y es decisivo, que se abstengan los socialistas. Yo, como soy pequeño y no tengo la llave, puedo enrocarme sin que nadie me culpe de provocar elecciones. Nunca se le sacó tanto partido a una mengua parlamentaria. Si en lugar de 32 diputados hubiera sacado 20, aún podría Rivera afianzarse más en su argumento. Si total, yo no hago falta.
En Podemos han decidido que fue el discurso del miedo el que sacó a los votantes de casa a reforzar a Rajoy. Y dale con el miedo. En España, el discurso del miedo lo ha utilizado todo el mundo. El miedo al populismo, en boca de Rajoy, el miedo a que siga Rajoy y vuelvan los recortes, en boca de Sánchez. El miedo, en boca de Podemos, a que unos poderosos a los que nunca nadie pone nombre decidan en la trastienda quién debe gobernar. El miedo de Rivera a que Bárcenas someta al nuevo gobierno a un chantaje constante si el PP no cambia de candidato.
El discurso del miedo y la falta de interés en entender por qué los demás votan a otros.
Es más cómodo, y más rápido, concluir que los votantes de Podemos son gente que no se entera, que los del PP son todos viejos abrazados a su pensión, que los del PSOE son nostálgicos que votan en familia y los de Ciudadanos son seres de derechas que se resisten a salir del armario ideológico.
Es más facilón, y resultón, proclamar que ocho millones de votantes populares aman la corrupción por encima de todas las cosas, que los cinco millones de Podemos disfrutan viendo a Leopoldo López encarcelado, que los tres de Ciudadanos son pijos que detestan los derechos laborales y que los cinco millones del PSOE beben los vientos por los extremistas aunque ni ellos mismos lo sepan. Y además son casta.
Caricatura, que algo queda. Siempre es más simple la caricatura que el esfuerzo de comprender por qué un votante, aun habiendo cosas del partido que no le gustan, lo prefiere a cualquiera otra de las opciones. Es en la comparación donde algunos dirigentes obtienen, para sorpresa de los demás, la victoria.