La misma frase que se les volvió a escuchar al ver a la señora Chacón en su esperada comparecencia diciendo que coge la puerta no por razones personales --el comodín para no decir nada— sino por razones políticas —la manera de cargarle el muerto a Sánchez y a Iceta—.
Chacón presume de mantener intacto su compromiso con el socialismo pero le ha hecho un roto a su partido con la bendición de Rodríguez Zapatero. Y se ha hecho un roto a sí misma con esta forma de borrarse envuelta en insinuaciones y frases a medias.
Es verdad que en su entorno —-cada vez más menguado—- sostienen que no es al PSOE sino a Iceta y Sánchez a quienes está, con su portazo, censurando. Pero hoy el PSOE solo tiene un secretario general y, salvo que alguien le eche narices y pase del chismorreo de pasillo a la competición abierta, es también el único candidato que tiene el PSOE a la presidencia del gobierno. Abandonar el barco sin esperar siquiera a que se convoquen las nuevas elecciones no parece un alarde de lealtad. Menos aún si una se va sin alcanzar a explicar a quienes la pusieron ahí —los votantes del PSC en Barcelona— qué es lo que ha pasado. Si los motivos son políticos, como ella dijo, su obligación es desvelarlos.
Lo relevante, por supuesto, no es que Chacón coja la puerta. Lo relevante es que invoque el nombre de Zapatero como avalista de la espantada. Ésta era la carga de fondo. La puntita del supuesto iceberg, el movimiento interno de aquellos que piensan ya en el mes de junio como nueva estacion términi para Sánchez. Que Zapatero hace tiempo que anda por ahí diciendo cosas —cuando uno tiene mucho tiempo libre acaba dedicándolo a la sobremesa táctica— lo sabe todo el que es alguien en el PSOE. Zapatero, Blanco y otros pesos pesados de la vieja guardia, tan vieja como amortizada. La añoranza de aquellos tiempos pasados en los que uno era dios siempre acaba haciendo mella en los presidentes (o secretarios generales) jubilados. Los gurúes que siempre creen saber más, y calcular mejor, que quienes les han sucedido en los cargos.
Nunca se escuchó a Susana Díaz decir cosas tan bonitas, tan elogiosas, tan cálidas como éstas que dijo ayer sobre Eduardo Madina (el rival que tuvo Sánchez a la secretaría general del partido). Nunca se vio a Susana extenderse tanto sobre las bondades, las virtudes, los méritos de Pedro como lo hizo con Eduardo.
Sánchez demostró poco ojo, eso nadie lo discute, al fichar gente de fuera. El salvavidas que le echó a Irene Lozano recién naufragada ésta en la pugna por el liderazgo de UPyD fue un golpe de efecto y sólo eso. A los de dentro les indignó el trato aterciopelado que se le dio a quien había forrado a zurriagazos al PSOE y a los de fuera no parece que llegó a interesarles lo más mínimo la estrella invitada. La candidatura de Madrid, que fue la que confeccionó personalísimamente el secretario general mimando al tándem Lozano-Zaida Cantera en detrimento, por ejemplo, de Madina resultó un fiasco. Cuarto puesto en Madrid: la mitad de votos que el PP, cien mil menos que Podemos, treinta mil menos que Ciudadanos.
Irene Lozano se ha ido a lo José María García: un minuto antes de que prescindieran de ella —le alegró el día a Rosa Díez—; Zaida Cantera ha dicho que a ella le encantaría seguir y aún no se ha escuchado a un sólo dirigente socialista celebrar el ofrecimiento. La callada por respuesta.
En Cataluña asoma la cabeza Artur Mas para responder a la pregunta que no consta que nadie le haya hecho: si estaría dispuesto a encabezar la candidatura de su partido a las generales. Artur Mas en el Parlamento nacional. Teoría y práctica de recolocarse. Lo que pasa es que ser un candidato más a Mas se le queda corto. Él ha de ser el candidato de la Cataluña independentista, o sea y traducido, del Junts pel Sí, el matrimonio mal avenido que forman los de Convergencia y los de Esquerra.
El miércoles le preguntamos aquí a Junqueras por qué no van juntos a las elecciones generales.
La madre que te parió, esta frase tan nuestra. Qué culpa tendrán las madres de lo que hacen los hijos y las hijas. Salvo que sean madres que actúan en connivencia con sus retoños. Por ejemplo, Marta Ferrusola.