OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "El 'crepúsculo' de Aguirre"

Cuando el sol empieza a ponerse, incluso una figura que siempre irradió luz propia acaba oscureciendo. El crepúsculo. La decadencia, el acabamiento. El ocaso de quien, habiéndolo sido casi todo en la escena (política) acaba abandonándola por la puerta de atrás, perdida la gloria —y sofocada su ambición— en el penúltimo acto, el otoño de la matriarca.

Carlos Alsina

Madrid | 15.02.2016 08:00

La corrupción los va matando. A todos. Lentamente. Han pasado siete años de las primeras detenciones de la Gurtel, alcaldes de municipios madrileños, un consejero del gobierno regional de Aguirre. Ha pasado año y medio del estallido de la Púnica, la detención de quien fue vicepresidente de ese gobierno y número dos en el partido, Francisco Granados. La corrupción los va matando muchos años después de ocurridos los hechos corruptos. Y sólo cuando investigaciones policiales o periodísticas a partir del soplo de algún involucrado encienden el foco, estrechan el cerco, sobre el resto de implicados. Qué razón tenía Gloria Swanson, o sea, Norma Desmond en la película de Billy Wider: todo empezó a fastidiarse cuando algunos empezaron a hablar.

La gran estrella de la política castiza, en su crepúsculo, empezó a extinguirse el domingo. Llenando páginas y páginas de los diarios, minutos en la televisión y en la radio, quizá por última vez. El interés, innegable, de un obituario.

Se preguntaban los periodistas, esperando la aparición de la antigua estrella, qué era lo que había pasado, cuáles eran los hechos nuevos, qué estaba por publicarse, si es que acaso iba a confesar también ella.

Ha confesado, sí, Esperanza Aguirre. Ha confesado. No que ella metiera nunca la mano en la caja —nadie me ha acusado siquiera nunca de ello, dijo— no que anduviera traficando con influencias o amañando contratos. Ha confesado, sí, pero no que estuviera al tanto de los manejos de su número dos de tantos años, el delfín Paco que espiaba al otro delfín, Ignacio, no que supiera en lo que estaba el rey de Valdemoro y su valido Marjaliza. Ha confesado Aguirre que ella desatendió su obligación de mantener la casa limpia, que se desentendió de cómo, cuánto y procedente de quién, llegaba el dinero a su partido. Cómo, cuánto y a cambio de qué. Dejación de funciones en la labor de vigilancia y responsabilidad última por haber puesto al frente de la organización —sólo un escalón por debajo de ella misma— al tal Granados.

Ha dimitido Aguirre sólo unas semanas antes de que la dimitieran y haciendo el cálculo que en ella siempre fue norma: cuánto que perder, cuánto que ganar. Tenía fecha su salida de la presidencia del PP madrileño en el próximo congreso, aquel que pretendió celebrar antes de las generales hasta que la dirección nacional, también en esto, le cortó el paso. Poco que perder, algo que ganar. El elogio por haber asumido la responsabilidad, la alabanza de los esperancistas por haber dado ejemplo. Un año y medio después de la detención de Granados. Ha dimitido Aguirre, según su testimonio, fruto de un repentino cambio de criterio. Cuando el jueves la guardia civil le registró la sede del partido en busca de papeles que acrediten que fue el empresario López Madrid, consejero de la constructora OHL, quien entregó dinero a Granados para el partido, Aguirre se lo tomó, ante los periodistas, como si fuera una visita rutinaria. Otra vez los guardias aquí, ya vinieron.

El jueves no se mostró particularmente preocupada. El viernes, en la comisión de investigación del parlamento, tampoco.

De todos los nombramientos que hizo, sólo dos le salieron rana. Uno, claro, es Granados, aquel a quien destituyó como secretario general de su partido en 2011 sin dar muchas más explicaciones. Pérdida de confianza. El mismo de quien dijo cuando lo detuvieron que los hechos objeto de sospecha, comisiones en obras públicas de ayuntamientos, eran todos posteriores a su defenestración política. Había dos Granados en el imaginario interesado de Aguirre: el Granados limpio y honrado mientras trabajó con ella y el Granados sucio y sinvergüenza que vino luego. El jueves, nada. El viernes, tampoco. Pero el sábado a Esperanza Aguirre le dio por pensar —lo contó ella el domingo— y llegó a la conclusión de que esto de ahora cambia todo. Porque esto de ahora es corrupción del Granados que estaba a su vera en el partido y que metía dinero, presuntamente, en la sede de Génova. Y pensando, pensando, este sábado, concluyó Aguirre que ella sí es responsable política de aquello. Y que el pueblo espera gestos como éste suyo de ahora, el apartamiento.

Quienes esperaban la dimisión de Rita se encontraron con la dimisión de Esperanza. Por no haber mantenido la casa limpia. El final, nada glorioso, de quien pretendió rearmar ideológicamente su partido, reinvindicar las ideas conservadoras sin disimulos ni complejos, frente a aquel a quien siempre ha considerado endeble en esa defensa de los principios. Este Rajoy que no ha perdido un minuto en pedirle a Aguirre que reconsidere su decisión. Este Rajoy a quien ella estuvo a punto de disputarle el liderazgo del PP tras la derrota electoral de 2008. Los años de gloria de la dirigente carismática.

El paso que al final nunca dio. Reconvertida Aguirre en sector crítico menguante. El grano en el sillón de un Rajoy que acabaría llegado a presidente y que no se siente concernido por el abandono de la escena de todos los que una vez la compartieron con él. No queda un barón de los viejos tiempos en pie, salvo Herrera, en fase de irse y Feijóo, en fase de venirse. Cuenta Aguirre que Rajoy le ha dicho que lo entiende. Claro que lo entiende. Ha estado meses soñando con este momento.

El ocaso de la estrella. El crepúsculo de quien llegó a ser, nadie se lo discute, la reina política del mambo. Más que media sería calcetín. Ella era de presentarse con los calcetines bien puestos. Fin de ciclo. La nueva estrella, Cifuentes, tiene el camino expedito en Madrid. Y quién sabe si más allá de Madrid, que no deja de ser un territorio pequeño.

A diferencia de la otra vez, cuando ya dimitió la antigua estrella, no parece que en esta ocasión vaya a protagonizar en el futuro ningún retorno. Abandonó la escena por la puerta de atrás y queriendo arrastrar consigo a Rajoy a negro. Limpia de imputaciones judiciales, es verdad. Su nombre nunca estuvo entre los acusados. Pero perdida la gloria. La estrella en lo alto de su escalera mientras abajo se revela un vertedero.