Puede que el debate del lunes no fuera decisivo, pero si lo vieron la mitad de los espectadores (casi diez millones de personas) debieron de verlo la mitad de los indecisos, igual alguno a estas horas ya ha dejado de serlo.
El debate a cuatro que, sobre todo, fueron dos debates a dos. Soraya-Rivera, en este afán del PP por frenar el crecimiento (a su costa) de Ciudadanos presentándolo como aliado encubierto del PSOE y de Podemos (la palabra de moda en la campaña popular no es hipster sino tripartito); y Sánchez-Iglesias, el intercambio de patadas en la espinilla que protagonizaron, con acritud creciente, los dos púgiles de la izquierda. Dentro de la división de opiniones que generaron los dos combates, la impresión más extendida es que Rivera no tuvo su mejor noche, aunque Soraya tampoco es que partiera la pana. Y que entre los votantes de izquierdas a Iglesias le fue mejor que a Pedro Sánchez. Sin garantía científica alguna en ninguna de estas afirmaciones.
Sánchez, en el post partido en El Hormiguero, dijo que aquí el problema es que a él le exige todo el mundo el triple que a Pablo Iglesias.
Si yo digo que Andalucía se autodeterminó, dijo Sánchez, me crucifican todos los medios. Es interesante cómo la enorme pifia que cometió Iglesias, y que ahora todo el mundo subraya como un momento crucial del debate, cuando se produjo no fue advertida por ninguno de los presentes. Démosle a la moviola. Ninguno de los contendientes dice ni media. Y el debate sigue. Sólo cuando Vicente Vallés retoma el asunto y le pregunta a Iglesias todos hacen aspavientos. Pero ya se sabe que a posteriori todo el mundo sabe quién fue Price, quién Waterhouse y por qué se fusionaron Price, Waterhouse y Coopers.
A Sánchez le queda una última bala: el debate con Rajoy del lunes en el que, esta vez sí, estará él solo. Sólo contra el presidente que hasta ahora ha rehuído el debate. Sólo contra el Rajoy que ha reencontrado la puerta de la Moncloa que permite salir a la calle a mezclarse con el pueblo votante. Sólo Sánchez y obligado Sánchez, en primera instancia, a refutar la idea de que Rajoy si debate con él porque le considera inocuo, vacío de peligro, blando y vencible.
Esto de que sean cuatro los principales en carrera le está complicando mucho la vida a los estrategas de las campañas de PP y PSOE, acostumbrados a ponerle la proa al otro y tirar para adelante. Ahora andan mirando las encuestas y decidiendo cada dia si interesa más atizarle al rival bipartidista de siempre o ir a muerte contra el nuevo competidor recién llegado.
Sánchez bajó el tono con Podemos desde el pactó en los ayuntamientos y le dio fuerte a Rivera, la marca blanca del PP, la derecha encubierta, todo aquello. Ahora ve los sondeos y comprueba que él sigue yendo a la baja, que Ciudadanos crece lo que decrece el PP y que es Podemos quien de pronto asoma de nuevo la cabeza. “Maldición”, dicen en Ferraz, “habíamos enterrado a Pablo antes de tiempo”.
Puede que el repertorio lo tenga muy gastado, que no sepa decir PriceWaterHouseCooper (vaya un pecado) y que el lunes en el plato sudara como un pollo, pero este Iglesias que ha ido aguando el asalto de los cielos, repudiando a Maduro (el del pajarito) y cambiando Grecia por Dinamarca sigue teniendo más pegada que el líder socialista. Anoche llenó el Palma Arena. Otra vez luces rojas: es el voto a Podemos el que puede relegar al PSOE a la tercera plaza. A lo aspira Iglesias, fagocitada IU, es a merendarse al PSOE, como ya dijo Bono. El riesgo de decir que ya no te parece tan populista ni tan peligroso es que el votante de izquierda los acabe viendo como un sustituto aceptable del secretario general del PSOE, aunque no se sepa la historia del autonomismo andaluz o precisamente por eso. Porque él tampoco se la sabe.
Para atizar a Podemos nada mejor que el pope socialista que más ganas le tiene: Felipe González. El nombre que Pedro Sánchez menciona a diario como referente del progreso social de España y que Pablo Iglesias tambien menciona pero como icono de la puerta giratoria.
González repartiendo estopa contra Iglesias por bolivariano, contra Rivera porque dice que es Rajoy disfrazado y contra Rajoy por no llevar disfraz. Mucho más suelto el ex presidente en el ataque a los extraños que en el elogio al propio. Si se descuida termina el mítin y se le olvida decir que Sánchez es el mejor presidente posible para España, por detrás de sí mismo, se entiende.