OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "El Negro, El Chivo y Leo"

El premio gordo lo ganó Spotlight, la película de los reporteros del Boston Globe que destaparon el escándalo de pederastia, y de encubrimiento de sus autores, por la jerarquía de la iglesia católica: el cardenal Law, que acabó trasladado primero al Vaticano por el papa Benedicto y repudiado después por el papa Francisco.

Carlos Alsina

Madrid | 29.02.2016 07:44

El premio gordo para la película de Tom McCarthy, el mayor número de oscar para Mad Max, de lo que más se habló en la gala de esta noche fue de los negros, de la ausencia de negros entre los candidatos a los principales premios de este año. Pero en quien estuvieron puestas todas las miradas fue en el negro. El negro Iñárritu. Por segundo año consecutivo, oscar al mejor director. Esta vez por “El renacido”. Premiada también a la mejor fotografía en la persona de Enmanuel Lubezki, tercer año consecutivo que se lleva un oscar el chivo. La tripleta de esta película: Iñárritu, Lubezki y Leonardo di Caprio.

La recreación cinematográfica de una historia más o menos real que ocurrió en el Medio Oeste norteamericano a comienzos del siglo XIX, cuando los hombres de la frontera remontaban el río para poner sus trampas y competir con los indios y los franceses en el mercado de las pieles. El trampero atacado por una osa que salió del percance más muerto que vivo, al que abandonaron los suyos, pero que consiguió arrastrarse durante semanas, cuidando agónicamente de sí mismo, hasta volver a ponerse en pie para vengarse de los descreídos. Siendo esa la sinopsis, cómo no caer en la tentación de ver a Pedro Sánchez en el papel de “el renacido”.

Claro que la primera vez que usé esta imagen, de Sánchez medio muerto, un veinte de diciembre, que sobrevive contra pronóstico al ataque de una osa y al abrazo de un oso un oyente me lo recriminó porque él, en su cabeza, había puesto nombre tanto a la una como al otro.

¿A Di Caprio le han dado el oscar? por encarnar a un célebre trampero de Missouri, no confundir, en España, con el célebre tahúr del Mississippi, que era Adolfo Suárez en la hiriente descalificación del socialista Guerra. El tahúr es un jugador fullero. El trampero es un cazador que elige presa. A tahúres han jugado todos los dirigentes políticos los últimos dos meses: de jugada en jugada, ahora me ofrezco candidato, ahora declino; ahora me invento reglas que no existen, ahora lanzo un ultimátum, ahora invoco el comodín de la militancia para callar barones críticos. Hasta ahora eran tahúres, ahora ya toca ir de tramperos. Cazar la presa para proceder a desollarla.

Al cabo de setenta días con sus setenta noches, Pedro Sánchez llega mañana a su sesión de investidura agarrado a la pértiga y sin haberse despeñado del alambre. No es poco para aquel moribundo que en la noche de las elecciones cosechó perplejidad general al proclamar que estaba haciendo historia con sus noventa menguadísimos escaños, Rubalcaba menos veinte, más que suelo electoral, subsuelo. Llega propuesto por el Rey —un título que en breve caduca— y habiendo conseguido un pacto firme con Ciudadanos que no da para gobernar pero sí da para presumir de que él, al menos, ha conseguido pactar con alguien. La investidura, en realidad, es de pareja. El discurso lo hará Sánchez, el propuesto, pero el re-discurso (golpeando en el mismo clavo de la gobernabilidad y los consensos— lo re-hará Albert Rivera, hermanado en esta operación con Sánchez pero cada vez más tibio sobre la permanencia del pacto más allá del día cinco. Son los hermanos Sánchez Rivera los que piden mañana la confianza de la cámara sabiendo que no van a tenerla. Pero así como Sánchez volverá a hacer historia como el primer aspirante que naufragó en las dos votaciones, Rivera seguirá sin antecedentes, limpio de muesca. Dispuesto a seguir ofreciéndose como desatascador de relaciones obturadas y muñidor de pactos. Hasta el sábado su candidato —-como diría Rajoy, tu candidato, Albert— se llama Pedro. Pero en el fondo el candidato de Albert siempre será Albert. Alguien sembró en su cabeza la idea de que es posible, con sus cuarenta escaños, convertirse en propuesto y la semilla ha arraigado con fuerza. Tiene un pacto firmado con el PSOE y una negociación en ciernes con el PP. ¿Hay quien dé más como hacedor de reyes?

A Sánchez, si nada cambia, le veremos a última hora del viernes, o el sábado de mañana —Patxi López terminará alguna vez de parir un calendario serio— perder el equilibrio, soltar la pértiga y agarrarse in extremis al alambre con las dos manos. El hombre colgante, atraído hacia el suelo por la gravedad…del momento. Podemos y el PP coincidirán en votar en contra, por más que César Luena es escandalice falsamente por la convergencia, satisfechos de darle a Sánchez lo que ambos creen que merece por la forma en que los ha ninguneado a los dos. Sobrevivir a los indios Arikara es más sencillo que escapar del cerco de Rajoy stanby y coleta morada.

Para desenterrarse a sí mismo y poder intentarlo de nuevo necesitaría Sánchez reducir sus malabarismos, pegar un volantazo y llamar —con los barones vigilantes— a la puerta de Pablo. A ver cómo justificas eso.

Falta saber, en realidad, quién es quién en esta película. Si el renacido es Sánchez o es Iglesias. Quién irá a buscar al tipo que lo dejó tirado para vengarse. ¿Y luego qué? Es la pregunta que, a partir del luego, el sábado que viene, se van a hacer los socialistas.

Al tiempo que en el PP, la disciplinada y silente dirigente del PP, seguirá esperando a que Rajoy explique qué idea tiene en la cabeza, si es que la tiene, para obtener los apoyos que hoy no tiene y que le permitirían —-si es que de verdad quiere— intentar, ahora sí, la investidura.

Qué será de Rajoy si hay elecciones de nuevo. Qué será Sánchez si finalmente naufraga. Cuánto arraigará, o no, el debate en sus dos partidos sobre sus dos liderazgos. El debate nunca abierto oficialmente y siempre, sotto voce, presente.

Acabar rápido o intentar cuidarles. Setenta días después, con sus setenta noches —e investidura fallida mediante— el domingo volveremos a estar donde ya estuvimos antes.