Monólogo de Alsina: "El náufrago Puigdemont se puso a negociar el tamaño del flotador que les están ofreciendo"
Decíamos ayer. Que o elecciones o 155. Puigdemont, o quien quiera que tome ya las decisiones en el govern de pollos sin cabeza, aún está a tiempo de elegir. Ni siquiera puede considerarse un dilema. O elecciones para renovar el Parlamento —y retirarse discretamente a su casa para no volver a salir de allí nunca— o 155, cese en el cargo y a su casa también, vista la miopía gigantesca y la ineptitud creciente que ha demostrado. A su casa, salvo que antes persevere en su pretensión de proclamar la República Catalana y, entonces, acabe en prisión por rebelión consumada.
La realidad es tozuda. El mundo mágico se acaba.
Miren, tenemos por delante una mañana muy parecida a la tarde de ayer. Larga. A la espera de que el Senado vote el 155 y a la espera de que el Parlamento catalán vote, o declare, o proclame, o lo que quiera que al final haga, la República Fantasma de Catalonia.
Un día parecido al de ayer pero con una novedad principal. Y es que el tiempo de marear la perdiz —y marearnos a todos— se les ha acabado a Puigdemont y compañía.
Este señor, Puigdemont, se liquidó a si mismo ayer. Se retrató en toda su pequeñez.
• No sabe gobernar.
• No sabe leer la realidad.
• No sabe medir su margen de acción.
• Y lo que es más grave para un político en el puesto que él ocupa, y en la encrucijada que él mismo ha creado, no sabe negociar. Ni siquiera sabe negociar. Ni teniendo a su lado a Urkullu sabe negociar.
Le han estado lanzando salvavidas desde el PSC, el PSOE, el PNV, las organizaciones de empresarios, el propio gobierno de España —deseoso de encontrar una buena razón para no aplicar el 155—, y él se ha puesto a negociar sobre el tamaño que debía tener el flotador y el material del que debía estar hecho. Regateando el náufrago como si estuviera en disposición de escoger el tablón al que agarrarse mientras la tripulación se le amotina porque el barco, todos ellos lo saben, el barco se hunde.
Ganando, dice. Ganando, ¿el qué?
El barco se le ha hundido.Con 155 o sin 155.
Fin de trayecto.
Lo de ayer y hoy es un remate a la altura de lo que ha sido todo el procés. Un engendro. La traca final del despropósito histórico en que ha metido a Cataluña el frankenstein independentista es este dislate máximo de gatillazos, imposturas y piruetas, con que volvió a abochornar ayer el president a sus gobernados. Que declara la independencia pero poco y sin ganas. Que sugiere que irá al Senado, pero no va. Que ofrece diálogo pero luego no lo acepta. Y que amaga con dimitir pero tampoco para eso tiene arrestos.
Para hoy otra vez lo mismo. El giro de 360 grados, que dice el periodista Basteiro. Vuelta a la misma casilla al cabo de 24 horas de jarana.
Pero con esta novedad, insisto: que el tiempo a Puigdemont, a Junqueras, a Forcadell, el tiempo se les ha acabado. Ni veinticuatro horas les quedan en sus cargos a los dos primeros pero perderá su condición de delegada de un gobierno autonómico que habrá sido, todo él, relevado.
Puigdemont se ha anulado a sí mismo.
• Como líder que nunca supo ser.
• Como cerebro del proceso porque nunca lo tuvo.
• Como mártir que, como ahora se ve, nunca creyó lo suficiente en la causa.
Nunca creyó que el advenimiento dichoso, e indoloro, de la nueva República catalana fuera a abrir un mundo nuevo de luz y de color para los catalanes. De haber creído de verdad en ello no estaría amagando ahora con aceptar la puerta de emergencia de las elecciones autonómicas. No estaría rehuyendo, con tanta carencia de pudor, el cáliz de la inmolación proclamando su agotadora independencia y ofreciéndose a purgar en prisión el delito de rebelión cometido.
El derecho a la indeterminación dura lo que dura, y al independentismo le ha durado, por negligencia de sus adversarios, mucho más de lo históricamente digerible.
• Se acabó el tiempo de anunciar que ya llega la secesión —ya llega, ya llega— para frenar en el último momento y exigir que se le compense por no haberla consumado del todo.
• Se acabó el embestir al Estado y alegar luego que es el Estado el que te embiste. Ignorar la Constitución y lamentarte luego de que la Constitución no te lo ponga cómodo. Vulnerar tú la ley y acusar al otro de estar ignorando tus derechos.
• Se acabó el predicar que el mundo entero se rendiría a tus pies porque España, bien los sabes tú, le cae antipática, por ahí fuera, todo el mundo.
El cuento ha durado años y años, ha ido añadiendo capítulos cada vez más inverosímiles y ha monopolizado el debate público en Cataluña y, estos últimos tiempos, en el resto de España. Pero incluso el cuentismo contumaz acaba agotándose en su propio falseamiento.
El choque con la realidad, para los ciudadanos que se dejaron engañar, está siendo tremendamente agrio. Defraudados por un gobierno imprevisible y caótico.
El 155 era más eficaz, en su condición disuasoria, de lo que estos señores admitían.
Puigdemont y su cohorte, que nunca se planteó como posible que todo este proceso tan nocivo terminara en la repetición de 2015 —otras elecciones autonómicas, y van cinco en siete años— pretendió convencer ayer al personal que las elecciones serían una salida aceptable siempre trajeran consigo unas cuantas garantías. Así las llamó él, garantías.
Las garantías parecían ser que no se aplicara el 155 —interesante: el 155 como palanca para convencer a este ciudadano de llamar a los ciudadanos a las urnas, justo el mensaje que le vienen martilleando a Puigdemont desde el gobierno central, desde el PSOE y desde los embajadores de buena voluntad que han estado llevando mensajes de Madrid a Barcelona, Montilla, Iceta, Urkullu—. Pero una vez que se supo que el Partido Socialista corregía, en el Senado, el dictamen del 155 para incluir la válvula de descompresión —si hay convocatoria electoral, se congelan las medidas—, quedó en evidencia que el presidente esperaba más garantías, o garantías de otro tipo.
Hay que estar muy fuera de este mundo para creer que el gobierno de un país te va a firmar un papel que diga: "Yo, Rajoy, me comprometo a cesar la represión a la que tengo sometida a Cataluña". Yo, Rajoy, retiro a la policía nacional, a la Guardia Civil y a todos los piolines del mundo. Y yo, Rajoy, haré lo que esté en mi mano para que las acciones judiciales no os sean muy gravosas. "Carles, sé fuerte, hacemos lo que podemos".
• ¿Qué diablos creían que iba a pasar?
• ¿Qué diablos creen que es Estado?
• ¿Con quién diablos creían que estaban tratando?
• ¿Quién diablos les dijo que Cataluña fuera suya?
En medio de la estúpida confusión que han sembrado todos estos días, algunas cosas sí se han aclarado ya para siempre.
• Carles Puigdemont carece de talla y de coraje para presidir el gobierno de Cataluña.
• Oriol Junqueras, que pasaba por ser el inteligente, el hábil, el astuto de la pareja, ha quedado a la altura de Puigdemont.
• Y el procés está muerto. Por mucho que se movilicen los herederos de los Jordis, por mucho que los payeses saquen los tractores a la calle, los estudiantes hagan huelga o la CUP monte el pollo. O la madre de todos los pollos.
Ha quedado en evidencia que llegada la hora prima, el personal se arruga. Al menos el personal que aún tiene dos dedos de frente y algunos euros en el banco. El personal con los pies en la tierra que al final sabe lo que está en juego, no la panda de pirómanos que se levanta cada día dispuesta a prender la mecha para que todo vuele por los aires.