OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "El discurso del Rey fue de alto riesgo para él; si el Estado pierde el pulso, la corona se perderá"

Gracias a estos cuarenta años de estabilidad democrática en España, gracias a que Tejero ha quedado, en nuestra memoria, como un personaje de ópera bufa, hemos interiorizado la idea de que los golpes fracasan.

ondacero.es

Madrid |

Pero a veces ocurre que los golpes triunfan. Y cuando eso pasa son los golpistas triunfantes quienes escriben la Historia. Presentándose, claro, no como desleales que traicionaron la legalidad democrática que habían prometido defender, sino como libertadores del pueblo que acabaron con un sistema injusto y corrompido y fundaron el nuevo régimen verdaderamente democrático. No hay golpista que no haya ejecutado su embestida en nombre del pueblo y agitando la bandera de la libertad.

Hay golpes que fracasan. Pero también hay golpes que triunfan.

Triunfan cuando los golpistas tienen más fuerza que el Estado contra el que se han levantado.

Cuando el Estado comete errores irreparables fruto de la impericia de los gobernantes y la mezquindad de los dirigentes de los partidos.

Y cuando la sociedad, confiada en que los golpes no triunfan, se resiste a asumir la gravedad de lo que sucede y no alcanza a dar respuesta a los sublevados.

Cuatro de octubre de 2017. Anoche el Rey se dirigió a la nación.

El Rey en un tono, una actitud y un mensaje que hasta ahora no se le había escuchado.

Dando satisfacción a los españoles que echaban de menos una actitud más activa en la defensa del orden constitucional y en la condena de quienes lo están saboteando.

E invitando a los catalanes independentistas —a sabiendas de que no será escuchado— a trabajar por aquello que anhelan, la independencia de Cataluña,por las vías constitucionales establecidas.

El Rey, como acaban de escuchar, sí se dirigió anoche a los cientos de miles de catalanes independentistas que anhelan separarse de España. No para decirles "os queremos", "Cataluña, te estimo", sino para decirles que la aspiración de independizarse es legítima siempre que se conduzca por el cauce del respeto a los demás, y no a costa de los derechos de los demás.

Habló el Rey.

Decepcionando, claro, a quienes esperaban que sobrevolara el asunto sin señalar directamente a nadie.

A quienes confiaban en que hablara del diálogo, de los sentimientos, de que la democracia es poder votar y el resto del repertorio.

Decepcionando, claro, a quienes, de haber estado en su piel, habrían animado a Rajoy a sentarse a negociar con Puigdemont un ni para ti ni para mí, llamémosle referéndum pactado.

Demos una noticia a estos decepcionados:

No es Koffi Annan. Es el jefe del Estado.

Del estado que constituimos todos los ciudadanos.

La primera obligación del jefe del Estado es defenderlo de quienes lo quieren tumbar. Usen la coartada que usen y tengan detrás a pocas, muchas o muchísimas personas.

Es conocido que la sintonía de este Rey con el presidente de Gobierno conservador ha sido, en muchos aspectos, y en muchos momentos de los últimos tres años, escasa. Pero eso no es obstáculo para que en ese asunto coincidan los discursos. Como coinciden el PSOE y Ciudadanos.

Es verdad que al Gobierno esta toma de postura expresa del monarca le facilita la aplicación del articulo 155 en la medida en que compromete al PSOE en la defensa de esa decisión cuando se produzca.

Pero es verdad también que este Rey sabe que, en la actual situación, su sitio está al frente de la defensa de la Constitución frente a quienes están intentando socavarla. Porque el régimen es de monarquía parlamentaria. Y porque la legitimidad de la monarquía es consecuencia de su compromiso con la Constitución, no al contrario.

No es que el rey haya tomado partido por una de los dos partes en conflicto. Es que en este conflicto el Rey, como el conjunto del Estado, es objeto de la embestida.

El 23 de febrero de 1981 el Rey de entonces se dirigió a la nación para garantizar el mantenimiento del orden constitucional.

Aquel discurso tuvo un efecto inmediato porque los sublevados reconocían su autoridad. Los golpistas formaban parte del Estado, eran un grupo organizado dentro de las Fuerzas Armadas que se aprovechó de su condición y sus recursos para intentar tumbar la Constitución del 78. Ellos siempre dijeron, claro, que no iban contra la democracia, sino al revés, iban contra un régimen que había pervertido la democracia verdadera. Y aquí estaban ellos, para devolver España a la senda de la libertad verdadera obligando al Parlamento a apoyar un gobierno que estuviera, de verdad, al lado del pueblo. Aquel era el argumentario golpista. La coartada de quienes fracasaron porque la autoridad del Rey era indiscutida y porque, habiendo miles de ciudadanos, seguro, que aplaudían en la intimidad la embestida, no estaban movilizados para conseguir que el golpe triunfara.

A diferencia de 1981, los cabecillas de la insurrección en Cataluña no le reconocen autoridad alguna al monarca. Llevan años, de hecho, socavando la institución. Los Puigdemont, los Rufián, los de la CUP por supuesto, y también Ada Colau. Alcaldesa al servicio del independentismo que ha liderado la campaña para retirar de Barcelona los símbolos monárquicos. Podemos ya ha dicho que no se sienten representados por lo que anoche dijo el Rey: no habla, dice, en nuestro nombre. En realidad, Podemos no se ha sentido representado nunca por el Rey. Ni por la Constitución que encarna lo que ellos llaman el régimen del 78 y con el que se han propuesto acabar.

El discurso del Rey fue, precisamente por eso, de alto riesgo. De alto riesgo para él. Si la insurrección se consuma y el Estado pierde el pulso, la corona se perderá con él.