OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "¿Desahogo de Aznar o sector crítico popular contra Rajoy?"

La pregunta es si, aparte de soltar perdigonazos, se propone hacer algo más.

Si esta arremetida —el zambombazo— del aznarismo contra Rajoy en la persona de su vicepresidenta para Cataluña, Soraya, es sólo un desahogo por escrito de quien siente que le están desmontando piedra a piedra su obra, y ahí se queda, o acabará siendo algo más: el surgimiento de un sector crítico organizado que le empiece a tocar las narices a Rajoy, ahora que anda pactando a su izquierda, por su derecha. Si acaso acabaremos viendo a Aznar quemando fotos de Sáenz de Santamaría.

Madrid | 14.12.2016 08:03

¿Cuántos dirigentes en activo del PP —subráyese en activo— comparten lo que ayer dijo la FAES? ¿Cuántos diputados del grupo parlamentario creen que esto del deshielo de la relación con el gobierno independentista es, en realidad, apaciguamiento entreguista; que las concesiones que está haciendo la delegada mariana para la cuestión catalana están yendo demasiado lejos? ¿Y cuántos que estén dispuestos a decirlo antes o durante el Congreso del partido en febrero?

La FAES aznarista ya sabrán lo que dijo ayer: que esto la voluntad conciliadora del gobierno actual le parece muy bien, pero que falsificar la historia le parece fatal. Y que este PP de ahora está empeñado en asumir lo que dicen de él sus adversarios en lugar de defender su propia historia. Pone como ejemplos haber asumido que fue el PP quien ejerció la crispación en la primera legislatura de Zapatero; haber asumido que la política económica del PP ha sido austericida y recortadora de servicios y derechos; haber aceptado que la pobreza y la desigualdad se han disparado. Y faltaba Cataluña, dice Aznar (o sea, la FAES). Faltaba Cataluña y asumir el relato de los demás. Éste que dice que la culpa de que el independentismo se disparara fue del PP por recoger firmas contra el Estatut. Y por no alcanzar a pactar con el PSOE ese texto. Aquí es donde a Aznar le ha terminado de tocar las narices la conciliadora Soraya Sáenz de Santamaría con despacho duplicado en Barcelona. En asumir como un error lo que fue piedra angular de la posición del PP en aquellos años. Para firmas, las del Tinell. Recuerda Aznar —o sea, la FAES— (y en esto no le falta razón) que la historia está bien revisarla pero teniendo presente su contexto. En 2003, tal día como hoy, el PSC de Maragall firmó el pacto del Tinell con la Esquerra de Carod y la Iniciativa per Cataluña de Joan Saura. Comprometidos los tres a formar un gobierno tripartito y a no pactar nada nunca con el PP. El cordón sanitario, que diría luego Federico Lupi. El estatut lo había alentado ya Rodríguez Zapatero antes de llegar al gobierno y aplaudiendo aquel pacto excluyente del Tinell. De modo que, es verdad, un pacto en aquel contexto de PSOE y PP sobre el Estatut era imposible.

Lo de la recogida de firmas contra el Estatut es otra historia. Porque eso ya no es de la época Aznar. Es de 2006, cuando el líder del PP ya era Rajoy y cuando ya tenía cargo Soraya. Es Rajoy quien decide recurrir el Estatut al Constitucional (éste le dio la razón en algunos puntos, sólo algunos) y es Rajoy quien se pone a recoger firmas para instar a Zapatero a convocar un referéndum en toda España. Por eso, si ahora el gobierno entiende que fue una metedura de pata colosal, estaría bien que lo dijera, y lo explicara, quien tomó aquellas decisiones.

Al presidente Rajoy hace quince meses —en la famosa entrevista de ¿y la europea?— le pregunté expresamente si recoger firmas había sido un error. Ésta fue su respuesta.

Recogimos firmas y nos fue fenomenal en las elecciones autonómicas. Le repregunté.

Que le fue fenomenal en las elecciones autonómicas. No han pasado quince años. Han pasado quince meses.

Que Aznar sienta que su obra está siendo desmontada piedra a piedra es comprensible. En aquel año de 2006 Rajoy tenía a Acebes de secretario general y a Zaplana de portavoz parlamentario. El equipo que primero hizo suyo y del que luego se deshizo dejando caer que en realidad no era suyo. El suyo de verdad fueron Cospedal y Soraya.

Lo relevante, en todo caso, no es si Aznar fuma en pipa y si pretende ir más allá de los perdigonazos. Lo relevante es si la nueva estrategia del gobierno, la distensión, sirve al objetivo que se busca —desactivar el independentismo— o sirve sólo al mejoramiento de la imagen de la vicepresidenta en Cataluña.

Hasta ahora el cambio de discurso, de tono, de clima —de lo que ustedes quieran— sólo se percibe en el gobierno central. En el gobierno independentista catalán lo que sigue percibiéndose es el empeño en meterle gasolina al procés y celebrar un referéndum como sea. Puigdemont se permitió ayer hacer chanza sobre la zanahoria del diálogo con la que dice que le tienta el gobierno de España.

La zanahora esmirriada.

Ésto es lo que le achacan los escépticos del deshielo a la pacificadora Soraya. Que lejos de conseguir que los siameses Junqueras-Puigdemont abandonen el lado oscuro de la fuerza, es ella la que se está pasando al otro lado.

A punto de cumplirse siete años de las primeras revueltas contra el régimen sirio, sigue la guerra civil en aquel país pero termina la batalla de Alepo.

La mayor ciudad del país, más de dos millones de habitantes, ha quedado bajo el control pleno del ejército. Gana Bachar el Assad, y ganan sus mentores, Irán y Putin, y pierden los llamados rebeldes. Los grupos opositores que se alzaron en armas contra el régimen allá por 2011 y que contaron con el aliento, en aquella primera fase de la guerra civil que aún llamábamos revolución y que aún no había sido fagocitada por Daesh, de muchos gobiernos occidentales.

La derrota del bando rebelde marca un hito en la historia de esta guerra interminable y un éxito en la perpetuación de la dictadura de Al Assad. Y fue la infiltración del Daesh en Siria e Iraq y su acelerado crecimiento lo que vino a salvarle paradójicamente el tipo al dictador digno hijo de su padre.

Para Rusia y el gobierno sirio, Alepo ha sido liberada. Para el bando derrotado, Alepo ha caído. Es el lenguaje de las guerras. Para la población de Alepo, que cesen los bombardeos, la destrucción y los escombros es seguramente un motivo de alivio, aunque el final de las bombas traiga también consigo la represión de quienes militaron o simpatizaron con el bando rebelde y los ajustes de cuentas. Ése también es el lenguaje de las guerras, más si cabe de las guerras civiles.

Se supone que el final de la batalla de Alepo garantiza la evacuación de los barrios donde se libraron los últimos enfrentamientos y de los milicianos y civiles que prefieran poner tierra de por medio. Se supone. El acuerdo negociado por los rusos y los turcos contempla que durante el día de hoy se proceda a evacuar en autocares a civiles y combatientes. A los que han sobrevivido a los cuatro años y medio de una ciudad en guerra, a las bombas y a las matanzas que se han producido. Es posible que nunca alcancemos a saber del todo cuántas vidas se han quedado en el camino y a manos de qué bando cada una de ellas.

La guerra de Siria sigue. El régimen sirio ya ha ganado. Y ésa es la última prueba del fracaso de la operación que desplegó Obama para acabar con el régimen títere de Moscú y que no alcanzó a medir adecuadamente el papel de un tipo llamado Al Bagdadi y de su organización, Daesh. El nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sostiene que hay que olvidarse de los rebeldes y los opositores y hacer causa común con Siria y Rusia para erradicar a Daesh. Aun sabiendo que detrás del régimen sirio está Irán, a quien Trump considera enemigo irreversible de los Estados Unidos.