Por la mínima, apenas cincuenta mil votos de diferencia de los doce millones —-baja participación— que han querido pronunciarse, los colombianos han tumbado el acuerdo que con tanta solemnidad, y tanto apadrinamiento de gobernantes de otros países (allí estuvo García Margallo con el rey de antes) fue firmado la semana pasada.
A lo que han dicho "no" los colombianos es al acuerdo, no a la paz. No a la idea de que, no siendo posible derrotar a las FARC, el mal menor es acordar con ellas las condiciones de su jubilación como organización terrorista.
Si algo no ha triunfado en este plebiscito es la falsa idea de que quien votara en contra del gobierno es porque deseaba que continúe la violencia. No era la "paz" lo que estaba sometido a examen, sino las condiciones en que se producía el cese de la actividad violenta de las FARC. Su transformación en partido político con asientos garantizados en el Parlamento y las penas simbólicas –la justicia transicional—que contemplaba para los miembros de las FARC que asumieran sus delitos de sangre.
Han dicho "no" a que Timochenko, condenado en rebeldía a más de 170 años de cárcel, pueda presentarse a presidente de Colombia. Escuece escuchar a quien ha sido activista y dirigente de un grupo terrorista acusar, como hizo esta noche, a quienes han hecho campaña por el “no” de sembrar odio y rencor.
Pues estupendo, porque para usar sólo la palabra no hace falta nada más que hacerlo. Nadie obliga a las FARC a regresar al terrorismo porque el acuerdo haya sido rechazado. El presidente Santos dijo anoche que el cese de actividad sigue en vigor y que él seguirá buscando el camino hacia la paz definitiva. El ex presidente Pastrana ha dicho aquí a las seis de la mañana que es hora de trabajar por la unidad y por la justicia, no por la paz al precio de la impunidad.
Ha prosperado la postura de los ex presidentes Pastrana y Uribe y ha perdido la del presidente Santos.
Y Rajoy, ¿qué planes tiene? Ésta es hoy la pregunta que está en mente de todo el PSOE, de medio PP y de los dirigentes de Ciudadanos y Podemos. ¿Qué hará Rajoy?
El sector vencedor de la guerra civil socialista no garantiza que sus diputados se abstengan en una investidura de Rajoy porque ni siquiera están seguros de que aún les quede esa opción. ¿Y si Rajoy, con un PSOE desgarrado y diluido, prefiere ir a las urnas a enterrar a su principal adversario aun a costa de situar a Podemos como nueva pata de un bipartidismo imperfecto? ¿Y si Rajoy no se ofrece al rey para intentar de nuevo la investidura?
Hasta hoy el presidente en funciones se ha hartado de decir que era urgente un gobierno en plenitud de funciones. Se presentó a la investidura para gobernar en minoría porque eso era lo más razonable, eso dijo. Ahora, por si acaso, empiezan a rescatarse argumentarios de la legislatura anterior, la corta. Éste —reverdecido— que dice que lo importante no es la investidura, sino el gobierno estable. Que con ser elegido presidente no se arregla nada si éste no tiene base parlamentaria lo bastante amplia para poder gobernar sin sobresaltos. Que si no hay garantías de que le dejarán gobernar sin tumbarle cada propuesta que lleve a la cámara, no compensa ganar la investidura.
Si abstenerse, para el PSOE de Sánchez, era un drama, no poder ni abstenerse, para el PSOE de la gestora tricotosa, es un drama aún mayor.
"Coser", lo llaman en el partido. Reparar el tremendo descosido. El verbo pacificador en el PSOE es "coser".
Coser, coser, coser. Más que una gestora, el partido necesita a Sira Quiroga.
Al cabo de su semana horribilis, de estos días de maniobras, intrigas, conjuras, golpes, contragolpes, navajas cabriteras y cuchillos jamoneros, al cabo de la madre de todas las broncas internas en un comité federal, de acusaciones de traición, fraude, deslealtad y pucherazo —águila abatida por fuego amigo—, el PSOE deja hoy atrás, o no —veremos—, deja atrás su 'Juego de Tronos' e inicia su 'Tiempo entre costuras'.
Al mediodía de hoy se reúne en las ruinas de Ferraz —entre cascotes— la comisión gestora que en adelante toma las decisiones sobre el funcionamiento del partido. Una decena de oficiales para suplir a la antigua Ejecutiva, primero dinamitada y luego fenecida. Sánchez salió por el garaje camino de su nueva vida de líder roto y Luena entregó las llaves de la puerta para salir a pie, y a paso ligero, con la sonrisa forzada —e innecesaria viniendo de sucumbir a un asedio— y en la confianza de que le permitan entrar en su despacho cuando regrese con la caja de cartón a por sus cosas.
Javier Fernández, ungido en su discurso susanista del jueves por Susana Díaz, emerge como el ingeniero que habrá de conducir la transición del antiguo al nuevo régimen, el muñidor discreto que habrá de darle a Susana lo que ésta le ha pedido. Más que Javier Fernández será Javier Fernández…Miranda. El hombre que dará la cara para ordenar el debate en el partido, ejecutar la maniobra de viraje y llevar el barco a un Congreso Federal en el que no haga falta la presencia de ambulancias. El camino de aquí al Congreso es explosivo. El pedrismo está derrotado pero muy vivo. La abstención en una hipotética investidura mariana sería campo de batalla (o batallita) y en caso de que acabara habiendo elecciones es obligado convocar primarias para elegir candidato. El terreno está minado y a Fernández le va a tocar ejecer de lo que es, ingeniero de minas. A él y a los otros nueve de la gestora costurera, los diez de la aguja.
No es tanto coser como zurcir lo que se espera de ellos.
Al frente del grupo parlamentario socialista tomará la posición Eduardo Madina. Y el portavoz, de momento, seguirá siendo Antonio Hernando, un hombre de Sánchez que antes lo fue de Rubalcaba y cuyo trabajo valoran los vencedores, sabedores de que fue leal al secretario general aun en la discrepancia que en algunos asuntos mantuvieron. Quien cae de la portavocía en el Senado es Oscar López, cuya labor, como la de Luena, los vencedores valoran bastante menos.
Pedro Sánchez sigue siendo diputado, sigue teniendo afines y aunque prometió en su sábado de agonía lealtad a la nueva gestora…
Los vencedores no se fían. Ni ellos se fían de él ni él se fiaba de ellos. Estuvieron los últimos meses intentando jugársela mutuamente y consumaron la disputa interna con el desafío total —y golpe y contragolpe, embestida y contraembestida— en el que Sánchez midió mal sus fuerzas y llegó a creer que podía ganar. Tanto lo creyó que consiguió que sus adversarios lo creyeran también. Y que ante el horizonte de ver perpetuarse al secretario general cuatro años más en el cargo bajaron el pulgar y le dijeron “hasta aquí hemos llegado”.
“Coser” es el verbo de moda en el partido. Dicen “coser” pero quieren decir suturar. La femoral. Eso es que requiere con urgencia un partido en la UCI que aún sangra por las costuras.