¿En qué cabeza cabe? ¿Y tú me lo preguntas, Guillermo? En la de Pedro cabe. En la de Luena cabe. En la del comité federal del PSOE, y sus integrantes mudos, cabe. Mañana ocurrirá esto que Vara anticipaba hace mes y medio: que este buen hombre, Rajoy, se presentará a la investidura con 170 diputados. Y que los 85 del PSOE, en contra de lo que quería pensar el barón extremeño, dirán que no es no y va a seguir siendo no. Que nada cambia porque Rivera se haya comprometido ahora con el presidente en funciones.
Donde las dan las toman. El PSOE se relame sabiendo que Rajoy tendrá que probar la misma medicina que tragó Sánchez —el fracaso— pero sigue siendo incapaz de ofrecer una alternativa. Una vez satisfecho el afán de revancha, qué viene luego. ¿Cuál es la fórmula socialista para el desatasco?
Hoy es lugar común decir que estamos empezando el nuevo curso político. Pues no se hagan líos porque no es verdad. Hoy, si acaso, lo que empieza es el nuevo curso radiofónico. Pero el curso político sigue siendo el mismo, el del rigodón, inacabado, interminable y estéril. Es el mismo curso que dejamos colgando en diciembre y que se ha convertido, víctima de sus mediocres protagonistas, en un serial de pésima factura. Como los culebrones que, en ausencia de desenlace, estiran las tramas dando vueltas en círculo. Cristal. Lucecita. Los micos también lloran. El rigodón.
Ahora Rajoy y Rivera se han casao y han firmado cuarenta y cuatro folios de compromisos matrimoniales. Los dos meses transcurridos desde las elecciones les han servido para virar a los dos de manera notable. Para el Rajoy de junio, Rivera era perfectamente prescindible. Un accesorio. A quien necesitaba como socio era al PSOE. Ciudadanos era un adorno que añadir al pacto, poco más. Para el Rivera de junio, Rajoy era el tapón que había que jubilar para que la regeneración llegara. El PP debía seguir en la Moncloa. Rajoy, no. Ambos se apearon de la burra empujados por la terquedad de Pedro Sánchez. Rajoy encontró en Ciudadanos la única manera de llegar a la investidura con algún grupo, aparte del suyo, a favor de obra y Rivera asumió que tendría que votar que “sí” y ha dedicado estas dos últimas semanas a cargarse de argumentos para poder hacerlo. El papel lo aguanta todo, y siempre quedará la duda de si el PP habría aceptado algunas de las demandas de Ciudadanos de no haber tenido la seguridad de que la investidura, en realidad, no llegará a producirse.
El acuerdo firmado no es el compromiso de Caspe, como diría Rajoy (el Rajoy de marzo). Ni los pactos de la Moncloa. Es un acuerdo político para cambiar unas cuantas cosas sólo en el caso de que Rajoy vuelva a ser presidente. Es decir, un acuerdo cuyo único fruto palpable será el “sí” de los diputados de Ciudadanos este miércoles; el resto de los frutos —gasto público, tipos de contrato, elección del consejo del poder judicial— no llegarán. El viernes habrá más noes que síes.
A Rajoy hay que agradecerle que haya asumido, por fin, que uno puede tener opiniones propias sobre las normas que rigen el sistema, claro que sí, lo que no puede es inventarse esas normas. Ir a la investidura no es opcional. Una vez que el rey te propone al congreso, tú vas al congreso a pedir la confianza. Lo más que puedes hacer es aprovechar la norma en tu beneficio, claro. Conchabándote con tu íntima amiga la presidenta del Congreso para que las siguientes elecciones, caso de haberlas, caigan el día de Navidad. Órdago a la grande, la marimorena.
Lo esencial, por tanto, sigue siendo esto: dos meses después de las segundas elecciones, ocho meses después de las primeras, ni hay gobierno nuevo ni va a haberlo. Pero eso sí, los líderes de los cuatro grandes grupos parlamentarios siguen siendo los mismos que eran. Dos nuevos que ya no lo parecen tanto, Rivera e Iglesias, y dos veteranos que se profesan un odio africano: Rajoy y Sánchez. Hoy volverán a hacer el paripé de reunirse para hablar de la nada. Qué tal el verano, qué cantidad de medallas en Brasil y poco más. En el Hemiciclo nos veremos. ¿Qué le dirá hoy a Sánchez?, le preguntaron a Rajoy.
Claro que también podría decirle: “Ay Pedro, Pedro. Reclamabas la abstención de tus adversarios para ser presidente con 130 escaños y te parece inasumible abstenerte para que lo sea quien suma 170”. A lo que Sánchez probablemente respondería: “¿cómo era aquello de los toros de Guisando, el pacto publicitado que no sirve para nada, hacer perder el tiempo al Congreso y a los españoles?”