Y si usted no sabe quién diablos es Pacquiao y quién es Mayweather, no se apure, todo lo que pasa es que a usted no le ha interesado nunca el boxeo y no forma parte, por tanto, de la multitud de aficionados que, en todo el mundo, viven con inenarrable entusiasmo estas horas previas al trasnochar de este sábado, la noche en vela para ver la gran velada en directo desde Las Vegas. Si en adelante escucha hablar del combate del siglo, téngalo presente: se refieren al cara a cara entre dos boxeadores, no a que vayan a darse de tortas, en alguna tele, Iglesias y Monedero. Si usted no sabe quién es Iglesias y quién es Monedero, entonces sí tiene que hacérselo mirar. Porque no sólo son los fundadores del partido político que, a decir de las encuestas, estaría en condiciones de disputarle hoy la victoria a populares y socialistas sino que son los protagonistas del episodio más comentado de estas últimas horas en la crónica política.
Un año y dos meses de personarse en la ventanilla del ministerio del Interior a registrar el nuevo partido llamado Podemos, a punto de cumplirse un año de su exitoso estreno electoral en las elecciones europeas, Monedero se desahogó ayer en una entrevista con Fernando Berlín contando de viva voz lo que hasta ayer sólo se venía intuyendo: que el alejamiento entre él e Iglesias había roto en divorcio y amenazaba con terminar en enfrentamiento. De entre todos los reproches que le hizo el saliente al líder que se queda, sin mencionarle abiertamente, el que incluyó más carga personal, el que más duele, fue éste: “Me gusta más Galeano que Juego de Tronos”. Que es tanto como decir: más leer a escritores y pensadores de izquierdas y menos jugar a hacer política subiéndose a la ola de corrientes populares. Más chicha y menos limonada, más pensamiento y menos golpe de efecto mediático. Mencionarle a Iglesias “Juego de tronos”como un demérito son ganas de tocarle mucho las narices. E invocar a Galeano frente a George R.R. Martin es tanto como proclamar que él se sigue bolivariano mientras su partido finge hacerse escandinavo.
Monedero, en su salida de escena, podía haberse quedado en esta razón, que es la oficial, para su abandono: que la vida de partido no va con él, que el aparato orgánico le encasilla, que un hombre humilde y sin aspiraciones como él se ha sentido arrollado por la conjura universal que los poderosos han lanzado en su contra para neutralizarle. Monedero pudo haberse limitado a decir —-porque esto también lo dijo—- que el poder es tan eficaz eliminando riesgos que han conseguido tumbarlo a él poniendo el foco en sus actividades, sus cobros y sus dineros. Ya recurrió al victimismo del todos contra mícuando se vio incapaz de probar que los trabajos de asesoría por los que había cobrado un buen dinero existían de verdad —no se le ocurrió este hallazgo de la consultoría verbal que ha alumbrado después Pujalte—-.
Pero Monedero no ha querido quedarse ahí. Ha querido gan hondura a su abandono pegando un bocinazo ideológico a la dirección y la militancia del partido. Predicando contra la traición que, en su opinión, se está haciendo de las esencias, de las ideas y la marcada filiación izquierdista que están en el origen de Podemos. “Ahora queremos presentarnos”, dijo ayer, “como chicos aseados de los que el poder no tiene nada que temer, cuando era justo al revés, se trataba de que nos temieran”. Añora el discurso aquel de “todos tiemblan ante nuestro avance, el miedo ha cambiado de bando”, todo aquello. Y sugiere que no es sólo el afán de ampliar el proyecto y alcanzar el poder —-es legítimo intentar alcanzarlo—-, sino una cierta fascinación de sus compañeros de viaje por esa misma casta de la que echan pestes. Como si al verse invitados en casa Bono a charlar con Rodriguez Zapatero, verse requeridos por los fondos de inversión para exponer sus recetas económicas, les produjera no una alergia al contacto con el poder sino, bien al contrario, el gustirrirín de sentirse incluidos, de sentirse iguales.
Sin ser Ortega, Monedero ha firmado su “no es esto, no es esto”. Es un Alfonso Guerra que le reprocha a Felipe que haya olvidado a los descamisaos, un Mayor Oreja que se aleja de Rajoy porque ha perdido la sensibilidad hacia las víctimas. El guardián de las esencias, admitiendo su impotencia para mantenerlas a salvo.
El efecto que este bocinazo ideológico pueda tener en la militancia del partido es un enigma. Monedero no es un dirigente cualquiera de Podemos, ciertamente. Es su ideólogo principal, su primer impulsor con el propio Iglesias y su financiador original: suyas son las primeras propuestas ideológicas, los primeros mensajes y los primeros miles de euros —-fruto de su labor de consultor venezolano— que sirvieron para echar a andar, tuerca a tuerca, este partido. Pero es también la encarnación del extremo: el dogmático, el ortodoxo, el robespierre, el chavista. Su desaparición de la trinidad podémica ayuda a la pareja restante, Errejón-Iglesias, a seguir echando agua al programa primigenio. La transversalidad, el difuminado ideológico, el discurso éste de “ni izquierda ni derecha, cabemos todos”, se hace más fácil, se digiere más fácil, sin Monedero enrojeciendo la higiénica estampa.
En la reacción de Iglesias al abandono del amigo se refleja la consumación de este proceso que ha llevado a Podemos de partido extra-sistema a partido estándar. No admita nunca usted que tiene un problema. Juan Carlos requiere de la libertad que te da no formar parte de la dirección de un partido. Libre le necesitamos, de modo que libre queda. Antes era un pilar y ahora es un taxi. El cargo orgánico ha resultado ser una cárcel. Podemos disimula la crisis a la manera de un partido tradicional y los partidos manifiestan una extraña satisfacción al comprobar que los nuevos tienen los mismos defectos que ellos: al discrepante lo apartan. ¿Ven como en esto somos todos iguales, castamente iguales?
“Juan Carlos necesitaba volar”, dijo ayer Pablo Iglesias como quien acaba de abrir la jaula a un gorrión infeliz, Juan Carlos necesitaba volar y en plan Red Bull, le han dado alas. Para que vuele no alto sino lejos. Para se convierta en el pajarillo aquel que se le aparece a Maduro para recordarle que al comandante muerto es obligación suya mantenerlo vivo. En la América de Galeano, no en la España de Iglesias, de Errejón y de “Juego de Tronos”.