Siempre, se entiende, que no dén muestras en público de su orientación sexual -Putin diría “que no lo exhiban o alardeen de ello”-, porque la “promoción de la homosexualidad” (vaya usted a saber qué es eso) sí está castigado en Rusia. “Yo no tengo prejuicios”, les ha dicho Putin a los voluntarios olímpicos, “podréis vivir libremente vuestras relaciones siempre que dejéis en paz a los niños”. He aquí de nuevo, la vieja historia de vincular homosexualidad y pederastia, tan del gusto de Putin y de otros que no son Putin. La identificación de “atracción sexual por una persona del mismo sexo” con “abuso de menores”; el falso argumento históricamente utilizado para alimentar la homofobia: la honorable defensa de la infancia.
El homosexual retratado como corruptor de menores. Distorsión, manipulación pocas veces inocente, a la que contribuyen actitudes como la del nuevo cardenal Fernando Sebastián, que alude a la homosexualidad en los mismos términos en que lo hace a la pederastia, una “deficiencia”, un defecto, una desviación que puede corregirse con mucha oración y algún tratamiento. La homosexualidad la compara con la hipertensión, una avería corporal para la que hay que buscar remedio. De la pederastia en el seno de la Iglesia dice el cardenal: “Tenemos que reconocer las deficiencias y ponerles remedio, educar bien a nuestros sacerdotes, aun con el temor de que las personas no son máquinas y pueden fallar”. El abuso sexual presentado como flaqueza, un fallo, un resbalón de la persona porque ya se sabe que la carne es débil. La histórica comprensión de la jerarquía de la Iglesia hacia los abusadores que nunca existió, pese a insistir tanto en el falso vínculo, hacia los homosexuales. Lo que ha llevado a la Santa Sede ante el comité de los derechos del niño de la ONU no es que haya habido sacerdotes gays o monjas lesbianas, sino que haya habido encubrimiento de casos de pederastia cometidos -esto es irrelevante- tanto por homosexuales como por heterosexuales.
Sería injusto circunscribir este comportamiento -abuso y ocultación- a esta institución llamada Iglesia católica. En realidad lo que está en marcha, con más intensidad en unos países que en otros, es el levantamiento de un velo que va mucho más allá de curas y obispos. Un velo que afecta al conjunto de esto que llamamos “la sociedad”. Tal como ha ocurrido -no hace tampoco tanto tiempo- con la violencia doméstica, lo que cambia en la sociedad es la omertá, la ley del silencio. El abuso infantil, no solo sexual sino de todo tipo, deja de ser considerado una de esas cosas que suceden, sí, pero que son privadas, trapos sucios que ni siquiera se consideraban tales trapos, ya se sabe, cosas que pasan pero de las que no se habla.
El gobierno de Irlanda publicó hace cinco años el informe de la comisión Ryan, una exhaustiva indagación sobre el funcionamiento de las escuelas e internados de ese país desde 1936 en adelante. La conclusión era devastadora: el sistema era, en sí mismo, una amenaza para los niños que ingresaban en él. La abundancia de casos documentados produjo consternación en una sociedad que se vio obligada a preguntarse a sí misma, como los alemanes del año 45, dónde estábamos todos, a qué “otro lado” estábamos mirando cuando todo esto sucedía.
Como la mayoría de los internados los había gestionado la Iglesia, fue esta institución quien hubo de soportar el mayor descrédito -reproche social, que no penal-, pero el informe hablaba de otras responsabilidades, de la policía, de los municipios, de los sucesivos gobiernos. Y dejaba lo bastante sugerida para que todo el mundo pudiera entenderlo la última de las responsabilidades, la que más duele: la propia familia de esos niños que por desinterés, desinformación o tolerancia al abuso, ignoró las quejas -los S.O.S.- que emitían los menores haciéndoles creer (¿a qué otra conclusión iban a llegar?) que todo aquello que les estaba pasando era sus propias familias entendían que debía sucederles.
En Irlanda del Norte ha empezado ahora una investigación equivalente, sobre quinientas denuncias que cubren un periodo temporal aún más amplio: de 1922 a 1995. El tribunal especial inició sus sesiones públicas la semana pasada y espera concluirlas para el verano de 2015. El “Times” de Londres adelanta hoy otro informe: en 130 colegios privados (la mayoría de ellos internados y algunos entre los más prestigiosos (y caros) del Reino Unido), ha habido algún casos de abusos a menores en los últimos cincuenta años.
El periódico pone el acento no tanto en el número de casos como en dos hechos: que lo habitual, cuando se producía algún abuso, era ocultarlo y forzar el traslado del profesor a otro colegio -importaba poco que siguiera abusando mientras fuera lejos- y que las denuncias se han hecho más frecuentes, sobre hechos ocurridos hace años, desde que estalló el escándalo de Jimmy Savile, el presentador de programas infantiles y juveniles de la BBC que abusó de más de mil menores, según las conclusiones de la investigación judicial que ha anticipado otro diario. El impune Savile -que murió sin pasar ni siquiera un poco de bochorno por su currículum den abusador- fue en vida lo más parecido a un héroe nacional, el amigo de los niños.
Han tenido que pasar los años para que la BBC, y la justicia, dieran crédito a quienes denunciaban que este individuo aprovechaba las pausas de las grabaciones, en el plató o en los camerinos, para manosear a niñas y niños, y que iba más allá cuando visitaba colegios u orfanatos en su condición de embajador de la infancia y estrella televisiva. La juez que ha examinado los hechos da por sobradamente acreditada la actividad criminal, durante cuarenta años, del famoso presentador, y da por probado también que tantos menores maltratados y durante tantos años sólo es posible si a su alrededor todo el mundo se empeñó en mirar para otro lado, empezando por sus compañeros de trabajo. La omertá que, por fin, ahora, va cediendo. La denuncia de casos repugnantes (ocurridos en colegios, orfanatos, internados, programas infantiles o en la casa propia) que hacen las víctimas, y que sólo puede ser motivo de vergüenza para quienes abusaron de ellas, y no a la inversa.
Como escuchamos, la semana pasada, en boca de uno de los niños (hoy sexagenario) que fue víctima de Marcial Maciel, “el abusador lo que ejerce (de lo que primero abusa) es de su autoridad sobre el menor. Secuestrada su voluntad, hecha suya, puede hacer después con el menor lo que él quiera; la mente y la voluntad del niño convertida, por el adulto que abusa, en plastilina”.