EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Los socialistas van a realizar el mayor anhelo de Artur Más. ¡una consulta!

Les voy a decir una cosa.

Reconcomiéndose de envidia debe de estar Artur Mas. Mientras él y Rajoy siguen interpretando este serial de tensión sexual no resuelta que se titula “Tú primero; no, tú, primero; no, tú primero” (y así hasta llenar cientos y cientos de páginas vacuas en los periódicos) los socialistas de toda España van a poder realizar el mayor anhelo del presidente catalán, ¡una consulta!

ondacero.es

Madrid | 11.07.2014 20:35

Mientras él le hace perdidas a Rajoy y éste sigue se anima, sin convocarle aún del todo, a hacerle un cariño (“sé fuerte, Artur, que yo te entiendo”), el pueblo militante del PSOE podrá ejercer ya mismo su derecho a decidir, el novedoso derecho -recién reconocido por la dirección socialista (o lo que queda de ella- a decidir quién debe ser la cabeza visible de la organización de la que ellos, los militantes, son dueños.

La urna de este fin de semana, a diferencia de la que encargó Mas,no es de cartón y no es impostura. Lo que hace dos meses le parecía imposible a casi todo el mundo -que Rubalcaba se abriera y que el siguiente secretario general saliera de unas urnas- empezará a suceder en sólo 37 horas. Algunas agrupaciones socialistas lo están llamando, abiertamente, “elecciones a secretario general”; en Ferraz, abonados al papel de fumar, prefieren llamarlo “consulta”, no vaya a parecer que los delegados que asistirán al congreso del partido dentro de dos semanas son meros portavoces de la decisión de la militancia (no vaya a parecer que un delegado es otra cosa que el intérprete de los deseos de esos militantes). Quienes torpedearon, desde el minuto uno, la idea de elegir al líder del partido de manera directa desde las bases andan alimentando ahora la hipótesis de una consulta fallida -con tan baja participación que dejara al personal desolada- y cuyo resultado, por endeble, pudiera ser corregido por los delegados del congreso a la manera tradicional, o sea, votando ellos.

Es una hipótesis imposible porque quien gane este domingo -Madina, Sánchez, Pérez Tapias- es, desde este domingo y de facto, el secretario general del PSOE. Hay mucho veterano, instalado (o relegado) al palco aquel de los teleñecos en el que nunca se oía una palabra de aliento a quienes estaban en el escenario, suspirando por que los militantes pasen olímpicamente de las urnas para poder reivindicar el regreso a las esencias de la democracia representativa: pudiendo decidir las cosas entre mil de nosotros, qué necesidad tenemos de preguntar a nuestros doscientos mil militantes.

Ciertamente, las decisiones tomadas entre los delegados -máxime si estos reproducen milimétricamente el criterio de su jefe de delegación- se prestan más a la negociación y la búsqueda de acuerdos y equilibrios entre posiciones diversas -deliberar entre doscientos mil no parece tan factible- pero nadie dijo que los nuevos usos en los partidos políticos, consecuencia de los nuevos usos sociales que pasan por revisar la relevancia que hasta ahora han tenido los intermediarios, nadie dijo que aplicarlos fuera a facilitar el trabajo de los dirigentes de los partidos. No se busca hacerles las cosas más fáciles a ellos, sino adelgazar el control de los aparatos (no sólo nacionales, también regionales, provinciales y locales) y dotar de más capacidad de decisión al individuo que forma parte de la organización. Un partido político es, en última instancia, la asociación de un grupo de personas que comparten unas ciertas ideas sobre cómo debe organizarse y avanzar la sociedad.

El PSOE, es verdad, ha asumido un riesgo al atreverse a introducir esta fórmula para la elección de su líder (el riesgo es que la movilización de las bases no se produzca y el efecto revulsivo, el efecto relanzamiento del partido, no se produzca), pero si alguien está obligado a asumir riesgos e intentar mejorar las cosas es una organización que presume de ser moderna e innovadora. La aversión al cambio por el temor a que el resultado no sea bueno es propia de aquellos que, en el partido, resultan ser (aunque les disguste la etiqueta) los más conservadores. No es un secreto que tanto para el aspirante que gane como para la dirección saliente del partido el número de militantes que vaya a votar el domingo es un dato muy relevante, pero nadie se preguntó, cuando las cosas se hacían a la manera antigua, cuántos militantes participaron de la elección de sus delegados a los congresos provinciales.

El domingo los socialistas (que lo deseen) elegirán secretario general y elegirán delegados a los congresillos, los cónclaves provinciales de la próxima semana en los que se elige, a su vez, a los delegados para el congreso nacional. Cabe pensar que el porcentaje de militantes que participe en la primera elección (la de líder) será el mismo que el que quienes participen en la segunda (la elección de delegados a la manera de siempre). Nadie recuerda qué participación obtuvo la elección de delegados al congreso del 2000 que ganó Zapatero, nadie se acuerda porque nunca pareció ése el dato relevante. Para medir la fortaleza de un nuevo secretario general siempre se atendió al porcentaje de apoyo que obtenía entre los que votaban, no a cuántos de los militantes habían pasado de ir a su agrupación el día que se elegía delegados provinciales.

Sea Sánchez, sea Madina, sea Pérez Tapias quien gane el domingo será el primer exponente, en el PSOE de ámbito nacional, de una nueva forma de llegar al liderazgo en esta organización política, la más veterana -no se olvide- de nuestro país. Que en la recta final de la campaña haya asomado la tensión entre dos de los aspirantes -Madina y Sánchez- o que el equipo del primero haya filtrado este pellizco de monja al segundo que es recordar su pertenencia a la asamblea general de Caja Madrid (si eso es lo peor que han podido encontrar en su trayectoria es que no debe haber nada particularmente dañino) forma parte de la normalidad de cualquier competición política por un cargo.

Llamar “juego sucio” u “hostilidades” a una cosa tan menor como ésta es consecuencia, seguramente, de lo poco habituados que estamos en España a la rivalidad abiertamente expresada en público entre dirigentes de un mismo partido en la carrera por una candidatura o un liderazgo (a la rivalidad, por sana que sea, la llamamos “división” y a la diferencia de criterios, “trifulca”). Los gurúes de los dos partidos mayoritarios se han pasado lustros convenciéndonos a todos que lo que más castiga el votante es “el lío interno”, por usar una expresión muy de Rajoy, “el lío”. No castigan la corrupción, ni la incompetencia, ni la mentira, ni la incoherencia, castigan -nos dicen- “la división interna”.

Como coartada para los partidarios de organizaciones jerárquicas en las que el de arriba lo es todo y los de abajo sólo están para aplaudir (para aplaudirle) no es mal planteamiento. Pero Esperanza Aguirre y Gallardón estaban a torta limpia en Madrid cuando el PP obtenía una mayoría absoluta tras otra y en el PSOE se tocaban las narices guerristas y renovadores cuando Felipe arrasaba. No parece que el electorado tenga tanta devoción, como dicen los gurúes, por la disciplina y el pensamiento único.