Ha pasado una semana y parece que fue hace un siglo. Para empezar, porque los nombres de Valenciano y Cañete, una semana después, no los menciona nadie y para nada. Consumado el trance electoral, y visto el éxito, pasan a ser los chicos del coro. Para seguir, porque todo aquello que usaron como argumento en sus declaraciones y sus mítines (el voto útil, la recuperación económica, el machismo y la ley del aborto) han brillado por su ausencia, naturalmente, en los análisis que vienen haciendo sobre sus resultados, reflexión que cumple ya cinco días y en la que sí ha aparecido, sin embargo, aquel asunto que ni siquiera fue citado en el debate cara a cara de televisión: la corrupción.
Hace siete días nos contaban que la previsión del PP, basada en sus sondeos, sus percepciones, su conocimiento de causa, era ésta: una victoria que permitiría a Rajoy asomarse al balcón, oe oe oe, pero que a su vez daría oxígeno al PSOE para salvar la cara y blindar a Rubalcaba hasta el otoño. Con razón lo que ha entrado en duda esta semana en el PP no es sólo la pericia de sus sociólogos, sino la validez de sus percepciones y el conocimiento de causa (que se supone debe tener la dirección del partido con más afiliados de España) sobre el estado de ánimo de la sociedad para la que gobierna. El manual del político perdedor dice que, en ocasiones como ésta, debe atribuirse el fiasco a “problemas de comunicación”, entendida la “comunicación” a la manera en que la entienden los gobiernos en España, es decir, unidireccional y persuasiva. Yo emito mi mensaje, el que en cada momento me convenga, y tengo que conseguir que tú me lo compres, te lo creas. Si lo consigo, un genio, hay que ver lo bien que comunico. Si no calan mis mensajes por mucho que insista en ellos, ay, entonces hay un problema de comunicación en la acción del gobierno, esto tan viejo y tan manido, ¿verdad?: “Lo hacemos bien, pero no sabemos transmitirlo”. Es la consecuencia directa de llamar “comunicación” a la propaganda. De confiarlo todo a la emisión de mensajes interesados desatendiendo la otra parte de cualquier comunicación, la recepción de los mensajes que a ti te envían. ¿Problema de comunicación o problema de información, de conocimiento de lo que la sociedad piensa y espera de ti y de la gestión que realizas?
Hoy ha dicho Rubalcaba que “los españoles enterramos muy bien”. Se siente capilla ardiente ante la que desfilan los dirigentes de los demás partidos para mostrarle sus respetos: Rajoy, Durán i Lleida, Sáenz de Santamaría. “Qué gran hombre se nos va, y qué poco se lo reconocimos en vida”. Los de enfrente le escriben sobrios epitafios, pero sus críticos internos lejos de verle aún de cuerpo presente le ven tan presente como siempre, o sea, enredando. Los anti Rubalcaba, principales forjadores de su leyenda de rasputín que siempre lo tiene todo controlado, o imaginan encarnado ora en Madina ora en Sánchez ora en Soraya (la del PSOE). Le hacen la trazabilidad a cada frase y cada postura que manifiesten otros en busca del vínculo paternal que revele la autoría última del gran muñidor, llamadme Alfredo. Los españoles enterraremos bien, pero Chacón, que es española, no ve a su bestia negra ni siquiera cerca del hoyo. En las declaraciones que viene haciendo se permite la sutil crueldad de no llamar por su nombre al enemigo: le dice “el secretario general”, y le achaca, eso sí, el estado de confusión en que ha entrado esta semana el partido. “Si es secretario, que tenga un criterio claro, no puede estar cambiando de fórmula cada día que pasa”. No le falta razón a Chacón sobre la confusión ligeramente caótica en que anda su partido, aunque quepa mencionar, entre las causas, este tortazo electoral tan notable que encajó el domingo y del que sería seguramente injusto hacer responsable únicamente a la cúpula-cúpula. Hay una ejecutiva, hay un comité federal, hubo unos delegados en Congreso y en Conferencia Política que han ido decidiendo en estos dos años por dónde se iba. Si ha acabado siendo una pifia, será también de todos ellos, no vale reclamarle a Google el derecho al olvido.
Critican la confusión y la falta de criterio claro quienes, por otra parte, aún no tienen dicho qué planes exactamente tienen ellos. ¿Desea Chacón ser secretaria general del PSOE, o intentarlo? Adelante, sólo de ella depende, hoy, manifestarlo. ¿Madina quiere ser candidato, quiere ser secretario general, quiere ser cualquiera de las dos cosas o las dos a un tiempo? Nada le impide hoy, tampoco, manifestarlo. Esperar, o condicionar tu decisión, a la fórmula que finalmente se elija es también una forma de participar de la confusión y de contribuir a la misma. Porque aunque nadie reconozca cálculos personales y pasos que da o no da según como crea que le van a salir, todos los aspirantes andan estos días calculando. Sabemos que hay barones territoriales que han apostado ya abiertamente porque asuma el liderazgo Susana Díaz. Y sabemos que hay otros que prefieren que no lo asuma porque ven a otras personas, o a sí mismos, con mejores aptitudes para renovar el partido. Sólo que estos últimos no lo dicen tampoco abiertamente. Se oyen muchos elogios a Susana, pero no se ha oído a nadie que diga “yo no creo que sea la persona”. Decirlo públicamente es arriesgar a quedarse, luego, fuera de juego. Y en el cálculo de qué me conviene a mí más (además de qué le conviene al partido, por supuesto) también andan todos. El hándicap de los Chacón, Madina, Sánchez es que ni tienen cargo institucional ni están al frente de organización territorial alguna. Dos son diputados, Madina y Sánchez y una es ex profesora en Florida, Chacón. Es verdad que Susana está donde está porque Griñán así lo quiso, que no ha sido cabeza de cartel y su ascenso a la secretaría general del PSOE andaluz fue posterior a su designación como heredera desde arriba, pero sigue siendo más, a ojos de mucha gente en el partido, que lo que pueden presentar quienes no han tenido la oportunidad de demostrarse aún como otra cosa que valores en alza o jóvenes promesas.
Si prospera la operación aclamación, Susana puede acabar ganando el congreso del PSOE a lo Mohamed Al Sisi en Egipto.