EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Libertad de voto y relevancia de los diputados

Les voy a decir una cosa.

“Pido libertad de voto”, dijo la diputada. Y un silencio se extendió por la sala como si acabara de clavar Lutero sus 95 tesis en la puerta.

ondacero.es

Madrid | 08.01.2014 20:43

“Pido libertad de voto”, dijo una diputada. Que también podría haber dicho: “Pido lo que ya tengo, y si lo tengo igual ni hace falta que lo pida”. Sólo cuando las averías y los vicios se han convertido en hábitos puede entenderse que alguien reclame en serio que se deje a los diputados votar, en libertad, lo que consideren pertinente. Cuando Celia Villalobos dijo este mediodía, puertas adentro de la Ejecutiva del PP, en reunión que ni siquiera fue pública, que pedía al jefe, señor Rajoy, que “permita”que cada diputado vote en conciencia sobre la reforma de la ley del aborto hubo quien pensó: “ahí está Celia, qué valiente”. Y lo peor del asunto es que posible, en efecto, que lo fuera. Es posible que a enero de 2014, y en España, haya que echarle coraje para, siendo diputado -en el caso de Villalobos vicepresidenta del Congreso-, reivindicar el derecho a tener y exponer criterio propio.

Para hacerlo en una reunión interna de partido, porque resulta que fuera la diputada ya no habla del tema. Los partidos han conseguido, durante años y años, contagiar la crónica política del lenguaje distorsionante y anestésico con que, a menudo, construyen un mundo virtual. Una ficción interesada en la que el parlamentario, como ha sido elegido en una lista, debe sumisión y disciplina al jefe de su partido; una terminología inventada que normaliza conceptos tan contrarios a la independencia de criterio como “disciplina de voto” o “multa por votar distinto”.

Cuando hoy Celia Villalobos dijo a puerta cerrada lo que se ha resistido hasta hoy a decir en público -que no apoyará una reforma como la de Gallardón, eso es, en definitiva, lo que ha dicho- añadió, como si hiciera falta reforzar su pliego petitorio, que no habla sólo por sí misma, sino “en representación de muchos”. Curiosamente los asistentes interpretaron que se refería a “muchos dirigentes del PP”, cuando a quien representa una diputada que está hablando del sentido de su voto es a quienes la han puesto allí, quienes la han votado.

Son diputados con libertad -sólo faltaría- y con independencia, no son apoderados de su jefe de filas, delegados de partido o peones a la espera de mandato. No lo son, salvo que deseen serlo. Apoderados en lugar de diputados. Quien comparte un proyecto legislativo, vota a favor para que se apruebe. Quien no lo comparte, o se abstiene o vota en contra. Como diría el juez Castro, “no parece que se vayan a tambalear los pilares de la democracia parlamentaria por ello, más bien al contrario”.

Rajoy, en su intervención (puerta cerrada) ante sus barones, también pidió algo. Pidió que no hagan justo aquello que se supone que los dirigentes de un partido deben hacer, expresar su criterio en público, contrastarlo con otros puntos de vista y debatirlos.

Pretende el presidente que los demás hagan lo mismo que hace él: rehuir el debate sobre los proyectos que pone sobre la mesa, paradójicamente, su propio gobierno. En su rueda de prensa de fin de año, cuando Rajoy explicó a los periodistas que iba a destacar lo más relevante, a su juicio, de cuanto había hecho el gobierno en 2013, ya quedó clara su ausencia de interés en todo aquello que no fuera la recuperación económica y la unión bancaria europea. Ni siquiera mencionó entre los hechos relevantes de su gobierno la aprobación de una nueva ley de Educación o la pretensión de regresar a una ley de supuestos sobre el aborto. Cuesta entender que el gobierno anuncie su intención de cambiar una ley, desencadenando -claro- un debate público al respecto, y luego se resista a tomar parte en el mismo.

No es sólo que se les diga a los barones que de esto no hablen, es que el presidente del gobierno se ha limitado a decir, hasta la fecha, sobre la reforma de Gallardón que le parece “equilibrada”, punto. Sólo cuando las averías y los vicios se han convertido en hábito se asume como normal escuchar afirmaciones como ésta: “La reforma del aborto es un asunto incómodo para el partido porque genera debate interno”. El debate, sobre ésta o cualquier otra ley, sólo resulta incómodo a quien le tiene alergia a debatir las cosas.

Hoy los barones -algunos de ellos- han querido que se sepa que, a diferencia de su líder máximo, ellos creen que las cuestiones importantes deben ser debatidas. Ante la muy extendida sospecha de que el debate ni siquiera se plantea en el consejo de ministros (lo de las “deliberaciones” debe de ser un recurso retórico), han querido que se sepa que un proyecto político, para ser colectivo, ha de ser susceptible de debate previo entre quienes lo impulsan. Que exista una jerarquía en el partido no equivale a resignarse a un trágala.

El damnificado de la ejecutiva de hoy es el ministro de Justicia. Críticos, uno, Gallardón, cero. El ministro que aseguró antes de Navidad que su proyecto (mejor, anteproyecto) no sería modificado ni siquiera en el Parlamento -”el gobierno mantendrá su proyecto hasta el final”- habrá empezado a asumir hoy que su anteproyecto va a ser cambiado antes incluso de llegar a la cámara, antes incluso de ser proyecto. Cospedal estuvo poco precisa cuando contó, después, que el partido ha de apoyar el proyecto que ha aprobado el gobierno y buscar el máximo consenso en las Cortes. En realidad el gobierno no ha aprobado aún proyecto alguno. Lo que el ministro llevó al Consejo de Ministros presentó el día 20 fue un informe sobre el anteproyecto. Rajoy no ha mantenido ese texto de Gallardón ni veinte días.

Hoy mismo, en realidad, ha empezado a cambiarlo. Ya pocos dudan de que será incluido expresamente como tercer supuesto para abortar la malformación del feto. Falta saber si los cambios que Moncloa acepta y traslada a Gallardón van más allá, o si se acaba asumiendo la idea de Juan Vicente Herrera y se deja el asunto para cuando el Constitucional se pronuncie al respecto. Si tan incómodo le resulta al partido andar debatiendo cosas, más le vale aparcar todo el tema porque debate, en efecto, va a haber.

Los diputados, entretanto, pueden seguir guardando silencio no vaya a pensar alguien que su función consiste justo en lo contrario, en parlamentar. Curiosa figura ésta del parlamentario silente, yo mejor ni hablo. Cómo esperar que la sociedad te valore en la importancia que realmente tienes (eres legislador, nada menos, hacedor de las leyes que hemos de cumplir todos) si no empiezas por valorarte tú a ti mismo. Mejorar la calidad del debate parlamentario empieza por dotar de significado, y de relevancia, a cada uno de los diputados.