OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "El gobierno de la trampa-rencia"

Carlos Alsina reflexiona en su monólogo sobre cómo el PSOE ha pasado de prometer el cumplimiento íntegro de la sentencia a los condenados del procés (y nada de indultos) a aceptar con naturalidad que se les perdone la pena.

Carlos Alsina

Madrid | 02.12.2020 08:26

Debe de ser doloroso. Comprobar que, dos meses después, sólo dos meses después, ya nadie se acuerda ni de que exististe. Ibas para profeta-y-mártir, soñabas con ver al pueblo levantado en armas para reivindicarte, y hoy te dueles en silencio de lo pronto que has sido olvidado.

Este miércoles, en una página imborrable de la historia de Cataluña, el ex presidente Joaquim Torra entregará al Museo de Historia la pancarta que colgó en el balcón del Palau de la Generalitat en favor de lo que él llamó exiliados (se refería a los prófugos) y presos políticos (se refería a los reclusos condenados por sedición). La pancarta en la que él se envolvió en la que su carrera política, que nunca fue gran cosa, se asfixió. En en acto de generosidad impagable con la memoria de Cataluña, el mártir diluido donará la pancarta al museo como su fuera suya. Porque, en efecto, era suya. Lo que no nunca fue suyo fue ni el balcón, ni el Palu, ni la presidencia de la Generalitat, pese a que los usara siempre como si le pertenecieran. Como si él y su creador Puigdemont pudieran hacer uso interesado y partidista de las instituciones cada vez que quisieran.

Salvo gran sorpresa el próximo febrero, la sedición del gobierno catalán de 2017 y el abuso de poder (y el desgobierno) del gabinete títere que parieron a dúo Puigdemont y Junqueras será premiado por la sociedad catalana con alrededor del cincuenta por ciento de los votos. A su vez, los dos partidos que hoy gobiernan a pachas España acarician la idea de aliviar a los condenados por sedición tanto con un indulto (y a la calle) como con una rebaja de las penas en el delito de sedición (y a la calle). Ambos proyectos están siendo jaleados abiertamente por el partido Podemos y alientados menos abiertamente (pero alimentados) por el Partido Socialista.

A Podemos no se le puede reprochar que sea coherente con lo que siempre defendió: la impunidad para los autores de la arremetida contra el Estado. Al PSOE sí se le puede reprochar que, también en esto, le haya dado el cambiazo a sus votantes y haya pasado de prometer el cumplimiento íntegro de la sentencia (y nada de indultos) a aceptar con naturalidad que se les perdone la pena; de predicar que lo de Puigdemont y Junqueras era una rebelión de libro a inventarse ahora un clamor social inexistente que reclama la modificación del Código Penal porque la sedición se castiga en exceso.

Norma de la casa: prometí una cosa y hago la contraria. Norma de casa Sánchez. En lugar de ir de cara y asumir que uno se está desmintiendo cada día a sí mismo, se esconde el presidente en trampas argumentales. Iba a ser le gobierno de la transparencia y ha acabado siendo el gobierno de la tramparencia. Trampeando en los discursos y trampeando en las intenciones.

Es que no podíamos bajar el IVA de las mascarillas porque no nos dejaba la Unión Europea. Tramparencia.

Es que los expertos no dejan cambiar de fase. Tramparencia.

Es que Europa nos está exigiendo que rebajemos las penas de la sedición. Tramparencia.

Es que indultar al condenado es una forma de cumplir la sentencia. Tramparencia.

El diputado morado Jaume Asens, de la escudería de Colau e Iglesias, subió ayer a la tribuna a rejonear a su ministro favorito, que es el de Justicia, Campo. Bueno, es el ministro favorito de Asens y de la pareja Iglesias-Montero (acuérdese cuando el vicepresidente le tachó de machista por corregir el proyecto de ley de libertad sexual que elaboró su ministra-y-compañera). El peor pecado de este ministro, para Podemos, es que se entiende bien con el PP, ‘vade retro, Satanás; con Bildu sí, pero con el PP... dónde se ha visto’. Así que Asens subió ayer a hacerle un traje al ministro de su gobierno por empeñarse en pastelar con el PP el Consejo del Poder Judicial.

Torpeza es una manera sutil de llamarle torpe. Al compañero de coalición. Pero hay que agradecerle a Asens que dijera la verdad sobre la reforma del Código Penal que el gobierno pretende realizar con urgencia. ¿Y cuál es la verdad? Pues que es una reforma personalizada, pensada para cambiar la situación de un grupito de condenados muy concreto: los del procés. Es un traje a medida bajo la coartada de modernizar un código penal tan antiguo tan antiguo que data de 1995.

Nada le parece tan urgente a Podemos (que está en campaña catalana, como están todos), nada le parece tan urgente como aligerar las penas de la sedición y proceder ya al indulto de los condenados. Ahora el estribillo, o el salmo fake, es éste que dice que las elecciones autonómicas no serán plenas si Junqueras y compañía siguen cumpliendo condena (que es lo que suelen hacer los delincuentes cuando tienen una sentencia firme por un delito grave y aún les queda mucha pena por cumplir: ya ve usted que la anomalía consiste en la más absoluta normalidad, pagar por lo que uno hizo y rehabilitarse).

Estamos a diez minutos de que el gobierno intente convencernos de que perdonarle la pena a Junqueras también es un triunfo de la democracia. Un triunfo que debería, ¿cómo dice Iglesias de Bildu?, emocionarnos a todos. Nada puede haber más alentador que ver cómo un gobernante que en flagrante abuso de poder llegó a declarar en su Parlamento la separación de Cataluña del resto de España violentando los derechos de todos los ciudadanos sigue liderando un partido político que, según la portavoz del gobierno, tiene en común con el PSOE y con Podemos ‘el amor a España’. Es un triunfo de la democracia indultarle, ya verán, y es un triunfo aligerar la pena a quien promueva en el futuro una sedición como aquélla, es decir, al propio Junqueras si cumple su palabra de volverlo a hacer (y él, a diferencia de Sánchez, sí es de cumplir su palabra).

España es ese país en el que un dirigente político tiene que irse a su casa por mangar unas cremas en el súper (y de ahí ya no vuelve) pero puede seguir al frente de un partido, y en plena actividad política, si lideró un alzamiento para impedir la aplicación de las leyes. O si participó en un secuestro, como es el caso Otegi. O si, como es el caso de Otegi, perteneció a la mafia.