Pues que está cayendo un mito. Un mito griego. El míster Proper del primer gobierno de Syriza, este tipo calvo y telegénico, a medio camino entre Voldemort y Bruce Willis que responde al nombre —-quién no lo conoce a estas alturas—- de Yanis Varoufakis. Su llegada a la política europea fue un subidón, por su imagen, su estilo provocador y directísimo, sus planteamientos económicos, su discurso. De pronto el gran héroe griego ya no era Alexis Tsipras, el primer ministro electo que lo había fichado, de pronto el superhéroe era Varoufakis, firme y descarado en su desdén hacia la troika.
Como en Troya, Aquiles era Tsipras, el general al mando, pero quien se puso su armadura fue Yanis Patroclo, el más bravo y carismático de sus hombres, el ministro de Finanzas enviado a dar la cara por él y cuya cara acabaron partiéndole entre todos. En el capítulo de ayer de la Ilíada financiera, Tsipras sacrificó a Patroclo persuadido de que su fiero guerrero se ha convertido en talón, en su talón, el punto débil que puede hacer caer a Aquiles a tierra, derrotado. El viernes, en Riga, se cruzó la línea roja de la tensión que es capaz de soportar un pulso como éste: a un lado, el Estado que requiere de préstamo para mantener funcionando sus servicios públicos, Grecia; al otro los gobiernos de los países que tienen en su mano hacer el préstamo, esto que llamamos la zona euro. De la negociación, está todo contado. Que cumple ya tres meses de túdices, yo digo, túpropones, yo exijo; que se prorrogó el crédito que ya existía en los mismos términos en que estaba y que de lo que se habla ahora es de las nuevas condiciones para el nuevo crédito, que la liquidez del estado griego alcanza hasta junio y que las fechas que se habían manejado para aprobar el nuevo crédito se van superando todas sin que asome no ya un acuerdo, sino un mero acercamiento de posturas. En Riga, el viernes —-reunido el Eurogrupo—- reventaron las costuras de lo políticamente correcto. “Como si fuera una piñata”, así describió uno de los presentes la forma en que los ministros europeos trataron a Varoufakis: un palo y otro palo y otro palo. “Hemos perdido la paciencia”, dicen los gobiernos del euro, el ministro griego se compromete a cosas que luego no hace, carece de palabra y es un dogmático. La lista de reforma prometida nunca termina de concretarse, los bancos griegos siguen perdiendo depósitos, la prima de riesgo supera los mil puntos y él, Patroclo, sigue actuando como si tuviera ganada la guerra. De la reunión, o bronca, del viernes salió un mensaje dirigido al jefe de Varoufakis, el primer ministro Tsipras: o cambias de representante o esto va a terminar fatal para todos. Fue el propio Varoufakis, siempre expansivo, quien terminó de firmar su sentencia con el tuit que publicó el domingo parafraseando a Roosevelt pero emulando a Calimero: “todos me odian, nadie me quiere”. Él se refería al Eurogrupo, pero ahora ha comprobado que el afecto de Tsipras tampoco es ya lo bastante apasionado como para ponerse el euro por montera y hacerle a los socios europeos una peineta.
Tsipras ha empezado a amortizar a Varoufakis. El peso de la negociación con Europa cambia de manos y recae a partir de ahora en el vicepresidente económico del gobierno, que es un señor que se llama Dragasakis y de quien no se acuerda nadie porque tiene el carisma de una estatua de mármol. La pregunta que empieza a abrirse camino ahora en Europa —-y un poco menos, pero también, en ese país de Europa que se llama Grecia— es si el ocaso de Varoufakis es presagio, a su vez, del ocaso del propio Tsipras. Si en el balance de sus tres primeros meses de gobierno —-sólo tres meses y con la enorme asignatura del grifo financiero—- hay más palabra, más discurso encendido y reivindicativo, que hechos concretos; si aquel Tsipras que fue recibido en enero, por buena parte de la opinión pública del sur de Europa (España incluída) como el revulsivo que iba a poner boca abajo el continente, que iba a enterrar las políticas de austeridad, que iba a desarbolar a Merkel haciendo sucumbir la troika se ha quedado en poco más que eso: iba, iba, iba. La troika sigue ahí, embozada, los gobiernos de los demás países exhiben una inusual unanimidad y todo aquello que iba a cambiar para siempre sigue siendo, en conjunto, lo de siempre, hegemonía de Merkel incluida. La defenestración de Patroclo Varoufakis la decidió Aquiles al terminar su conversación telefónica, la noche de este domingo, con la señora.
Mientras Syriza encoge, su gran antagonista europeo —-que no ha sido Alemania sino elgobierno español—- disfruta de ser mencionado en todas las reuniones de altos cargos comunitarios como el ejemplo de las cosas bien hechas. Las reformas que ha hecho Rajoy se presentan como prueba de que la terapia europea es la correcta: después de todo la política económica de España la inspiraron el Eurogrupo y la comisión europea —-cuando empezaron las curvas tanto el gobierno Zapatero como el de Rajoy señalaban a Bruselas como autor intelectual de los ajustes, las famosas imposiciones de las que no había manera de evadirse, ¿quién se acuerda?— y después de todo es España ese país que en 2013 estaba en recesión y, dos años después, prevé crecer este año casi un 3 %. Es verdad que la tasa de paro española sigue siendo nuestra vergüenza nacional —y bochorno para nuestros socios europeos—-, es verdad que el endeudamiento del Estado español se ha disparado y que la calidad de vida de una familia media está todavía lejos de los años anteriores a la crisis y de muchos de nuestros vecinos europeos, pero al final evolución económica de los países se mide por sus indicadores más gruesos, principalmente el PIB, o la variación del PIB de un año a otro. Y es ahí donde hay que reconocerle al presidente del gobierno su derecho a manifestarse satisfecho al anunciar que la nueva estimación de crecimiento se eleva al 2,9 %, incluso su derecho a olvidar ahora que las reformas más sustanciales de su desempeño económico fueron más inducidas que deseadas.
Si esa recuperación económica, manifiesta, se traduce en revalidación de la confianza que los votantes entregaron a Rajoy hace tres años y medio está por ver. Hoy, en las encuestas de intención de voto, no termina de verse. El PP aparece como primer partido en algunos sondeos y como segundo o tercero en otros.
El 24 de mayo pasará su primer examen nacional y, en función de lo que pase —si gana, si pierde, si gobierna o no gobierna, dónde y por cuánto— empezará a saberse qué horizonte le espera a los populares desde junio y hasta final de año. Rajoy intentó liberarse del resultado de ese examen repitiendo ayer, a la manera más categórica con que hasta hoy lo había expresado, que pase lo que pase él repetirá como candidato. Él lo que dijo es que quiere ser candidato, pero tratándose del PP, este partido en el que todas las candidaturas las decide el mismo, o sea, el presidente, parece intercambiable el "quiero" por el “seré”. “Parece” intercambiable hoy, sabremos si lo sigue pareciendo el 25 de mayo. Quedando tantas dudas por despejar aún en las urnas, el anuncio que hizo Rajoy sobre su candidatura no pasa de ser, como ocurre con el PIB, una previsión, la estimación que hace el presidente y que habrá de revisar, al alza o a la baja, una vez que en su partido sepan cómo ha cerrado mayo. Y si ardió Troya.