Monólogo de Alsina: Espanta que muera gente intentando llegar, pero en Europa no queremos abrir las puertas
A las ocho de la mañana, las siete en Canarias. Les digo una cosa. En 1918 un tipo llamado Robert Ripley se inventó un programa de radio llamado “Aunque usted no lo crea”, cosas asombrosas que sucedían en cualquier lugar del mundo y que, siendo ciertas, resultaban difíciles de creer. Fue tal su éxito que dio lugar a una franquicia que hoy todavía perdura en forma de libros, series de televisión y museos.
Carlos Alsina | @carlos__alsina
Madrid | 24.04.2015 08:16
El de Londres le ha dado la vuelta al planteamiento y ha elaborado una lista de las cosas que todo el mundo cree ciertas y que, en realidad, no lo son. Las más famosas falsas creencias.
· Por ejemplo, que la Gran Muralla China puede verse desde el espacio.
· Que un año en la vida de un perro equivale a siete de una persona.
· O que tenemos cinco sentidos (en realidad son 21).
· Por ejemplo, que cenar queso te hace tener pesadillas.
· Que Susana Díaz nunca sacrificaría a Chaves y Griñan. Vaya que no. Ya está en ello.
· Que Pedro Sánchez es un bromista incorregible. Es más patinador que bromista.
· O que Monago no es del PP. Sí que lo es. No, en serio, de verdad que lo es.
Falsas creencias, ideas equivocadas que tenemos.
· Pujalte es un hacha de los negocios que hoy estaría asesorando a Warren Buffet si no fuera por esa honda vocación de servicio público que lo tiene, para bien de España, amarrado al escaño y ejerciendo de consultor por horas.
· Y Hernando, el portavoz del grupo popular, ha cosechado un éxito sin precedentes entre sus compañeros de partido proponiendo justo ahora que se amplíen las compatibilidades de los diputados, aunque la prensa, siempre descreída, se empeñe en decir hoy lo contrario.
Ni la Gran Muralla China es visible desde la luna ni veintiocho gobiernos trabajando juntos son capaces de resolver cualquier problema. Sobre todo si no es verdad que estén trabajando juntos y tampoco es verdad que aspiren a revolver, en su totalidad, el problema. Los veintiocho gobiernos europeos amanecieron el lunes consternados por el naufragio de novecientas personas sin nombre (sin nombre y sin más historia que la de haberse muerto). Fue la gran historia con la que empezó la semana, ¿se acuerdan?, el drama del barco hundido cuando iba de Libia a Sicilia, los muy pocos supervivientes que narraban cómo se habían aferrado a los cadáveres que flotaban, la impotencia de los servicios de salvamento, el bocinazo moral del papa, la petición pública de ayuda que hizo a sus socios —nos hizo— el primer ministro de Italia. Era urgente reaccionar, evitar que algo así de nuevo sucediera, pasar, ¿cómo dijo nuestro gobierno?, pasar de las palabras a los hechos. “Ya es hora”, dijeron los gobernantes más sensibilizados con el drama, ya es hora de acabar con esto.
Anoche pasaron unas horas juntos los jefes de los veintiocho gobiernos y anunciaron, antes de volver cada uno a su casa, las medidas que han pactado para que no sigan ahogándose, por centenares, los sirios, los libios, los eritreos, los malienses, para deje de llenarse de cadáveres el Mediterráneo a nuestra puerta. Hasta ahora habia palabras y ahora —-aquítienen ustedes—- los hechos. Particularmente didáctico estuvo el presidente de nuestro gobierno, resumiendo para la prensa, en estos términos, las medidas que salen de esta cumbre convocada con tanta urgencia. Lo que se ha decidido, dijo Rajoy, es triplicar el dinero destinado a Frontex, y luego ya, en julio, intentaremos reforzar los acuerdos de readmisión.
Que significa que, al cabo de tanto aspaviento, tanto hacerse cruces y tanta declaración campanuda, la Unión Europea ha concluido que donde hasta ahora había tres millones de euros mensuales para vigilar el Mediterráneo —Frontex— ahora se ponen nueve. Ésta es la conclusión de la esperada cumbre. Ésta, y que todo lo demás que habían planteado el gobierno italiano y el Parlamento europeo —-un ambicioso plan de acogida para quienes llegan y la implantación de cuotas de refugiados para todos los veintiocho países—- ha quedado desechado sin mayor problema. Cuando el clamor se enfría, esto es lo que queda. La prioridad es que nadie se ahogue y que, una vez rescatados, se los pueda subir a un avión para llevarlos a su país de vuelta. A esto se refieren los gobiernos cuando hablan de acuerdos de readmisión, de hacer más ágiles las devoluciones. Generalizando, claro, porque llevar a la gente de vuelta en un avión a la Siria controlada por Estado Islámico, o a la Somalia de Al Shabab, o a la República Centroafricana tampoco parece que sea tan sencillo. El cambio de concepto por el que algunas instituciones europes abogaban —-tratar a los emigrantes como refugiados que huyen del hambre y de la guerra— no ha prosperado porque los gobernantes creen que eso dispararía aún más la inmigración y porque —-esto es muy relevante—- entienden también que sus sociedades, nosotros, no estamos por la labor de que se relajen los requisitos legales de entrada. Es significativo lo de Cameron, el británico que tiene elecciones en mayo. Resumió así la posición de su gobierno: que Frontex rescate, por supuesto, a los náufragos y que los lleve a Italia, pero sin que eso genere en los rescatados derecho alguno a ingresar, por ejemplo, en el Reino Unido. Fíjense en esto: cuando subrayamos los medios que es que hay elecciones británicas el día siete y que los mensajes de Cameron hay que ponerlos en ese contexto (electoralismo) conviene tener presente lo que, en última instancia, significa: si Cameron habla en estos términos es porque entiende que eso es lo que desea escuchar el electorado, es decir, porque entiende que la mayoría de la población británica no desea que se considere automático alcanzar tierra europea con tener derecho a quedarse en ella. Eso vale, seguramente, para la mayoría de la Union Europea: nos espanta que se nos muera la gente intentando llegar, pero sin que eso signifique que deseemos que se abran las puertas a todo el que llega. Nos duele que se nos mueran ahogados tan cerca, pero nos enteramos menos —tambien los medios lo contamos menos— si esa misma gente se muere lejos, si no consiguen salir con vida de los lugares en los que nacieron. No está en nuestra mano —decimos, y es verdad—- arreglar todos los conflictos que hay en el mundo para que nadie sienta la urgencia de salir huyendo.
Los gobiernos europeos coinciden en que lo esencial es actuar en el origen del fenómeno, allí donde la emigración empieza. Lo que pasa es que esto puede significar dos cosas: ayudar económicamente a esas familias que apenas pueden sobrevivir, para que tengan un futuro allí donde han nacido. O dar dinero a los gobiernos de los países que estas personas cruzan para que impidan el tránsito de emigrantes. En la cumbre de lo que se ha hablado es de esto segundo. Pagar para que se cierren los caminos. Dado que en Libia no sabemos qué hacer porque no hay con quién hablar, evitemos que lleguen a Libia. Contratando a los gobiernos de Egipto, Túnez, Sudán para que se ocupen de cerrar el paso a las mafias que transportan personas.
De manera que la cumbre habrá sido nueva, pero los métodos son los de siempre. Pagar a los gobiernos de esos países para que se encarguen ellos de cerrar el grifo. Como se hacía con Gadafi, como España hizo con Mauritania cuando los cayucos y como seguimos haciendo con Marruecos.
Los gobiernos, sabiendo qué piensan mayoritariamente las sociedades votantes, han regresado a la casilla de salida: el control de fronteras. ¿Cómo evitamos que los emigrantes se ahoguen? Impidiendo que se hagan a la mar. ¿Cómo impedimos que se hagan a la mar? Evitando que lleguen a la costa libia. ¿Cómo vallamos esos caminos? Entregando dinero.
Arthur Bloch es un productor de televisión norteamericano reconvertido en filósofo de nuestras penurias cotidianas. Seguro que a ustedes les suena porque es el padre de la ley de Murphy. Suya es esta reflexión que seguramente hoy viene al pelo: “Los optimistas creen que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Y los pesimistas…los pesimistas temen que asísea, que éste sea el mejor de los mundos al que podemos aspirar”.