MONÓLOGO DE ALSINA

Monólogo de Alsina: Los dirigentes del PP tienen la sensación de estar viviendo un permanente jueves santo

A las ocho de la mañana, las siete en Canarias. Les digo una cosa. Ya que es el día del libro, citemos el que pasa por ser el más leído. La Biblia.

ondacero.es

Madrid | 23.04.2015 08:13

Versión libre de lo que dijo Jesús, con permiso de Mateo evangelista: “Aunque ahora digáis que no, me habréis negado tres veces sin esperar a que cante el gallo”. Me habréis negado tres veces, barones míos, sin esperar ni a que haya gallo.

Los dirigentes del PP tienen la sensación de estar viviendo un permanente jueves santo. La última cena, en bucle. Todo anticipo de la pasión y sin atisbo de que vaya a obrarse el prodigio de la resurrección de entre los muertos.

Aún no niegan a Rajoy —no canta el gallo— pero van admitiendo los barones que con él portando la cruz, es previsible el calvario.

Aún no niegan a Rajoy porque ni hay masa crítica en el PP para promover una operación recambio ni está en la cultura del partido descabalgar al líder máximus. Hernández Mancha no cuenta porque él fue mínimus. Cara de santa compaña temen que se les esté poniendo a todos. Pero tampoco alcanzan a ver en Soraya unChicharito.

Anhelan un revulsivo. Un algo en que confiar. Un gol de última hora. Anhelan el gol en portería ajena mientras se duelen —arrecia el llanto— del gol en propia puerta.

Los candidatos barones comprenden que esto pinta feo. O que ya, ni pinta. No aciertan a medir la intensidad de la onda expansiva —Fukushima Ratopero que dan por hecho que el batacazo va a ser mayúsculo. Cuando tiembla la tierra tiembla y se agrietan los reactores, cunden los nervios y puede acabar sucediendo cualquier cosa. En la montaña rusa en que se ha instalado el PP —reproches de descontrol, sospechas de fuego amigo—- queda prohibido, en adelante, extrañarse suceda lo que suceda. Si Monago, amortizado el hip hop, se entrega al rollito cuéntame apropiándose, cuarenta y seis años después, del espíritu del 68 —tardorebeldía— hay que entenderlo. Si Cospedal, acosada internamente por los otros (y sobre todo, por las otras) sufre un lapsus hiriente que le lleva a decir no que han sacado España adelante sino que la han saqueado y palante, también hay que entenderlo. Y si Montoro, ay Montoro, ofrece signos inquietante de un trastorno de personalidad, habrá que entenderlo también aunque esto sea, admitámoslo, lo que más nos cueste. Montoro,humanizado. Vulnerable, dolido, debilitado. Convocó el ministro a un grupo de informadores como quien busca el hombro amigo en el bar al cabo de una jornada aciaga: para desahogarse. Montoro en conversación informal, se dijo, que significa que no se le podía grabar, que hubieron de permanecer apagados los micrófonos. Obsérvese esta paradoja de nuestra vida política: es en las conversaciones llamadas informales, sin documento sonoro, en las que se supone a un ministro la sinceridad de la que, habiendo micrófonos, escapa. Que está enfadado les dijo el hombre Montoro a los periodistas, que no puede ser que un tipo como Rato, con lo que ha sido, haya engañado a todos tanto. Y que sí, que él, Montoro, se sabe tocado políticamente, dañado por un asunto mal gestionado que debería haber servido para que al gobierno se le reconociera que no hace distingos en lugar de reavivar la tormenta sobre su amnistía fiscal y sobre él, siempre él, Montoro. Anotaron los periodistas sus impresiones, contagiados, quizá, del penetrante aroma del ocaso: el castigador con fama de matahombres, el arrogante, el sobrado, al final del camino, humanizado. Antes les había dicho el ministro a los diputados socialistas: Ustedes lo que quieren es que me marche. Me iré, me iré, nada en la vida es eterno. He aquí un ministro que, aun sin irse, ya se está marchando.

El ocaso. Aires de fin de etapa. Ministros que dan por hecho que la política terminará, para ellos, cuando termine el año. Secretarios de Estado que empiezan a escuchar ofertas de compañías privadas. Secretarias con prisa que saltan del barco sin esperar a completar la travesía —-la OCDE me llama, es ahora o nunca—-.

En tiempos de confusión y desconcierto —la montaña rusa del PP, dónde está la siguiente mina, quién más estará pringado— ocurre con los argumentarios lo mismo que ocurre con los libros. Aunque hoy sea el día del libro se me permitirá recordarlo: ocurre que también hay libros malos. Y lo peor que cabe hacer con un mal libro, lo más cruel que se le puede hacer a un autor malo, es releerlo. Los argumentarios de partido, ayunos de estilo y de relatos, se desmoronan —en cuanto empuja el viento— como un castillo de trapos. Son el libro envenenado de El nombre de la rosa: mata a quien sus páginas toca. En el fragor de la batalla por salvar un mástil los actores se olvidan del guión. Olvidan incluso el nombre que le habían dado a las cosas. Ayer la vicepresidenta, traicionada en su afán por hablar como los seres humanos normales, traicionó el idioma de Montoro y le llamó, a la declaración tributaria especial, no puede ser, ¡amnistía!. Por tres veces llamó amnistía a la amnistía, subrayan las cronistas parlamentarios como quien acaba de asistir a la confesión, en la hoguera, de Juana de Arco. Amnistía, ha dicho amnistía. Como el chiste de Eugenio, ¿lo recuerdan? El del padre que disimula y disimula hasta que no aguanta más la insistencia del niño. Culo, hijo, he dicho amnistía. Soraya cambia el idioma de su sistema operativo mientras Montoro jura en arameo y a Trillo le publican el pago de una constructora. ¿A qué espera Rafael Chirbes para escribir la secuela de Crematorio?

Las señales, a un mes justo de las urnas, anticipan —o parecen anticipar, veremos— el ocaso del partido, o de una etapa del partido que ahora todos personifican en Mariano. Sólo Mariano. Y Cospedal, si acaso. Ponte a buscar un Chicharito. Dile al público que te celebre como si fuera un gol una Encuesta de Población Activa del primer trimestre. La única encuesta a la que le ha perdido el miedo el gobierno es la EPA. Que dentro de una hora cetificará que la creación de empleo se afianza y el desempleo mengua sin que tenga la menor incidencia en la intención de voto.

A eso se debe esta sensación doliente, casi victimista, que transmite el gobierno en sus declaraciones: la desazón porque no le reconocemos, ni le premiamos, los ciudadanos por las cosas positivas que nos van pasando. Bruce Springsteen le contó a un reportero que se llama Remnick —-ahí va otro libro recomendable para este día—- que él sólo alcanzó a entender a su padre, con quien chocó casi siempre, pasados muchos años. “Mi padre, nuestros padres, habían hecho la guerra, habían sacado sus familias adelante, habían construido urbanizaciones de casitas individuales con césped y garaje, nos habían dado un porvenir. Y nosotros, jóvenes descreídos y a la contra, les habíamos salido rockeros, melenudos y contestatarios.

De Rajoy no consta que sea fan de Springsteen —-confesó una vez que él más de Nacha Pop—-, pero se sentirá identificado con ese padre conservador que ama la rutina por encima de todas las cosas y al que los hijos le salen melenudos e ingratos.

Escribe David Runciman, el politólogo de moda, en su primer libro traducido a nuestro idioma: El desdén que muchos votantes sienten por los políticos profesionales es el mismo que los políticos profesionales sienten por los votantes: cada uno de los bandos estáconvencido de que el otro no entiende nada de nada.

Anotemos esto que ayer dijo el nuevo Montoro cuando hablaba de Rato: No entiendo cómo no le beneficia al gobierno haber destapado un escándalo de la magnitud de éste. No le hagan caso. Si lo entiende.