Diez años se pasan en un suspiro si uno disfruta lo que está haciendo.
Aunque en lo que dura ese suspiro nos haya dado tiempo a contar unas cuantas cosas.
Diez años de un programa de radio dan para coronar a un rey nuevo, para jubilar a un papa y anunciar otro, dan para cambiar de presidente de gobierno al menos una vez, de ministros y ministras más de una, para ver surgir protagonistas nuevos y ver cómo se apaga la luz de aquellos que una vez lo fueron.
Diez años dan para recorrer España, ciudad a ciudad, poniéndoles cara a ustedes, que son el público. Dan para descubrir voces nuevas, para encontrar matices distintos en voces ya veteranas, para poner y quitar músicas y volver a ponerlas.
Piensa en todo lo que te ha pasado a ti en los últimos diez años de tu vida. Aquí estábamos contándote noticias, y comentándolas, mientras tú te cambiabas de casa, o de marido, mientras te licenciabas, o estrenabas trabajo -o lo perdías para después, espero, volver a encontrarlo-; aquí estábamos, contándote historias, mientras tú ibas añadiendo páginas a la tuya propia: teniendo un hijo, casando un hijo, celebrando que el hijo te haya hecho abuelo.
Aquel bebé que nació el mismo día que empezamos es hoy un preadolescente que trae de cabeza a su madre. La de veces que lo habrás bañado mientras tenías puesta, en la radio, La Brújula de la Economía. En la radio o en el móvil: esto de las apps hace diez años, como que no se llevaba.
Aquí estábamos, contando historias, mientras tú cambiabas las películas de acción por las de dibujos animados. Y te zampabas el último capítulo de El ala oeste o el primero de este lado oscuro de la misma casa que es House of cards.
Empezamos cuando Zapatero apenas había empezado a gobernar y hoy ya estamos en puertas de que un gobierno de Rajoy se examine en las urnas.
Aún no mandaba en Alemania la señora Merkel y hoy nadie manda más que ella.
No sólo no estábamos en crisis, sino que acariciábamos la posibilidad de que el paro bajara del ocho por ciento de la población activa.
Aún se fumaba en el trabajo, y en los restaurantes. No había ni twitter ni whatsup. No era posible obsesionarse entonces por conseguir ser trending topic. ¿Trending qué? Trending topic.
Hemos contado enormes tragedias, accidentes de tren, siniestros aéreos, guerras civiles en países remotos que hemos ido descubriendo que tampoco lo son tanto, remotos. Y hemos contado un enorme alivio, el que supuso saber que no volvería a haber asesinatos de ETA.
Vivimos una huelga de controladores con cierre del espacio aéreo incluido, la explosión en una central nuclear japonesa, la muerte de Hugo Chávez, de Adolfo Suárez, de Michael Jackson, la elección de un presidente negro en la Casa Blanca.
En diez años hemos compartido un buen montón de historias y creo que, también, una cierta forma de contarlas. Pruebe la nuestra, como decíamos en nuestras promociones, pruebe a ver qué le parece. Asumo que en algunas ocasiones hemos roto los esquemas a los guardianes de la ortodoxia informativo-radiofónica (cómo se puede empezar un programa con doce minutos de monólogo sobre el ébola): si nos ha resultado posible hacerlo es porque al otro lado -a ese lado de ustedes, vuestro lado- hay (habéis) personas receptivas, con ganas de conocer, de entender y de pensar en libertad. Ayudar a entender, animar a pensar.
Oyentes que comparten no una ideología (qué obsesión tenemos por la ideología de la gente), o una edad, o una clase social -en todo eso somos diversos-: comparten una actitud ante la actualidad, que es tanto como decir ante la realidad. Eso es lo que, yo diría, yo digo, hemos afianzado en estos diez años de Brújula. Disfrutando de este medio de comunicación que tiene en la palabra (la música y la palabra, el corazón y la cabeza) su mayor fortaleza; y creando entre todos el clima -creo que intransferible- de un programa que no es otra cosa, y no aspira a ser otra cosa, que la reunión de un grupo de amigos que, al final de la jornada, comentan animadamente las noticias. Esta crítica que algunos me hacen y que recibo como un elogio: la de que Alsina es un tipo que hace programas para pasárselo bien con un grupo de amigos que opinan de cualquier cosa.
Ahora, dos mil quinientos monólogos después, toca seguir pero a otras horas.
Como decían en el último capítulo de Perdidos (sé que a vosotros no os gustó, pero que a mí no me pareció tan malo), por mucha afición que uno tenga a algo, mucho apego, mucha...incluso adicción que uno tenga a un lugar y a un tiempo, en algún momento corresponde cerrar una etapa y seguir adelante. La Brújula no la inventé yo. La Brújula sigue -está siguiendo ya con María- porque nunca fue cosa de uno. Siempre fue de más de uno, de muchos más que uno. En la radio, por mucho que uno la haga suya, siempre somos Más de uno.
Nuestra cadena, Onda Cero,emprende una nueva etapa en sus mañanas después de once años de éxito arrollador de un tipo enorme, Carlos Herrera, y otros trece de un señor también muy alto que se llama Luis del Olmo. Mantener la tradición de los grandes programas matinales que ha tenido siempre nuestra radio no es tarea fácil pero sería imperdonable, habiendo crecido aquí (y aun midiendo menos), no aceptar -con una pizca de vértigo y un aluvión de manos que se ofrecen a tirar del carro- el reto de, por lo menos, intentarlo. Y por eso, como tal vez ya sepan, después de Semana Santa, voces muy conocidas de nuestra mañana y nuestra noche estaremos juntas -incorporando en su regreso a la casa a Juan Ramón Lucas- en esta nueva aventura, que no os quepa duda de que lo va a ser. Ya lo está siendo.
Y a los oyentes de La Brújula es a los primeros a los que os tengo a pedir que madruguéis. Sí, aunque no necesitéis hacerlo. Aunque podáis permitiros el lujo de amanecer tarde, o por la tarde, no lo hagáis. Desde el ocho de abril despertad pronto porque sí, por puro vicio.
Y ahora contemos ya noticias, que en eso ha consistido siempre (veintitrés años nos contemplan) La Brújula de Onda Cero.