Hoy podría haber hecho el presidente un cover, su versión libre: “Esta línea de metro no pertenece a nadie, sólo a los turcos”. Ha estado Rajoy, como sabrán (o no), de visita ayer y hoy en Ankara, invitado por su colega Erdogan, que tiene elecciones generales, como nosotros, el año que viene y municipales, tachán tachán, dentro de un mes. Aprovechando que el Pisuerga pasa por donde el presidente turco decida que pase, es decir, aprovechando que la nueva línea de metro la ha hecho una empresa española (más en concreto, catalana, ¡esto se le ha escapado a Artur Mas!), el turco invitó al español al grandioso acontecimiento: el corte de la cinta. En la agenda oficial de Rajoy ponía que esto era todo, inaugurar el metro y echarle a Erdogan una mano con las tijeras.
Pero Erdogan, que es turco (o sea, listo), le dijo “quédate, quédate, que ahora vamos a celebrarlo”, y le metió de cabeza en un sitio lleno de banderas no de Turquía sino del partido Justicia y Desarrollo, es decir, en un mítin. A Erdogan le ocurre esto que tampoco es exclusivo de la política turca, y es que mezcla con enorme soltura -o desahogo- los actos de gobierno con los actos de partido, qué más da, ¿verdad?, si el presidente es el mismo. Y es así como Rajoy, encantado -a juzgar por las fotos- del lío en el que le han metido, se vio a si mismo convertido en telonero de mítin del partido islámico moderado (no islamista, no es integrista) que gobierna en Turquía.
Dices: hombre, islámico Rajoy nunca ha sido, eso es verdad, pero el partido de Erdogan es, además, conservador, de centro derecha y aspirante a formar parte, algún día, del Partido Popular Europeo. O sea, que habría desentonado si se hubieran puesto a rezar, pero como se limitaron a celebrar lo bien que gobiernan los conservadores de ambos países y las buenas infraestructuras que encomienda el gobierno turco a empresas españolas, pues quedó todo en exaltación mitinera. A Zapatero, con Erdogan, le pasaba lo contrario: le veía más como a un islámico moderado que como a un señor de derechas, porque a Zapatero lo que más le interesó siempre de Erdogan fue su participación, como mentor, ante los países árabes, de la niña de sus ojos, su criatura más querida, ¿se acuerdan?, ¡la Alianza de Civilizaciones! Dices: ¿pero esto todavía existe, no se acabó cuando se acabó Zapatero? Naturalmente que existe: es un programa de la ONU que promueve el diálogo y la colaboración entre las culturas y los pueblos y al que están adheridas noventa naciones.
Sí, ya sabemos que Rajoy hizo chanza de la iniciativa zapateril -dijo que eran cantos de sirena que ni servían para nada ni importaban a nadie-, pero aquel era el Rajoy que quería reemplazar a Zapatero, y éste de hoy es el que ya lo ha reemplazado. Ahora el amigo del turco es él y ahora también es él quien, sea en la ONU (como ocurrió en septiembre), sea en Ankara (como ha ocurrido hoy) subraya la vigencia y la oportunidad de esta iniciativa planetaria. O como se lee en el comunicado-resumen de la reunión con Erdogan, que “los acontecimientos recuentes en Europa y la cuenca mediterránea demuestran que la amenaza de la xenofobia y la islamofobia renueva la necesidad de la Alianza de Civilizaciones”. Esta preocupación por los brotes de islamofobia no consta que haya aparecido en ninguna intervención de Rajoy hasta el día de hoy, pero seguro que la tiene presente a diario el jefe de gobierno.
Erdogan, eso sí consta, le ha agradecido su impulso a la famosa Alianza. Total, que a Rajoy le ha ido bien en esta visita a Erdogan porque no le han pedido opinión ni sobre la corrupción (la de Turquía, no la Gürtel) ni sobre el genocidio armenio, que es difícil que en Turquía te pregunten porque, oficialmente, no existe. ¿El genoqué, eso cuándo dice usted que pasó? De manera que el presidente se ha vuelto para España emocionado por haber escuchado el himno nacional en Ankara y satisfecho de haber inaugurado una obra hecha por una empresa privada española, Comsa Emte (la familia Miarnau), que tiene negocio en veinticinco países.
Los éxitos de las empresas españolas fuera los celebra el gobierno como éxitos propios, de país, no sólo porque cuánto mayor sea su volumen de negocio más impuestos les podrá cobrar Montoro, sino por aquello de la marca España. Lo mismo se celebra como triunfo de la marca España que Bill Gates se compre un trozo de FCC o de Prosegur, que hacerle a Erdogan una linea de metro en Ankara. O hacerle al gobierno panameño un tercer juego de esclusas para el canal, que ahí es donde el gobierno veía como un serio revés para la marca España que se quedara esa obra sin terminar o que viniera una empresa de otra nacionalidad a terminarla.
Este 2014 empezó, como recuerdan, con el anuncio de que la monumental obra se paralizaba porque las empresas constructoras (entre ellas Sacyr) reclamaba más dinero para atender los sobrecostes surgidos en el transcurso de la obra. O, dicho en otros términos, ponga usted, gobierno panameño, más viruta para poder terminar de hacerla. El gobierno panameño respondía: los sobrecostes son inaceptables y el problema es que ustedes están sin caja para afrontar lo que les queda. Y a su vez las empresas decían en voz baja: Panamá lo que quiere que le financiemos nosotros la obra, que adelantemos nosotros el dinero. Un mes y medio después, y habiendo roto las negociaciones varias veces, se anuncia hoy, desde Panamá, algo parecido a un inminente acuerdo.
El señor Quijano, responsable del Canal de quien se decía que tenía interés en deshacerse de Sacyr para alimentar el discurso patriótico de “los panameños somos capaces de hacer lo que queda nosotros” (se decía desde aquí, en el entorno de la empresa española) ha comparecido esta tarde ante el Parlamento de su país para responder a nueve preguntas de los diputados. Nueve preguntas que se resumen en una: “esto del canal, ¿cómo está?” La respuesta ha sido: “Terminando de cerrar un acuerdo sobre financiación y sobre calendario”. Terminando significa que falta que la aseguradora Zurich acepte entregar los 400 millones de dólares de la fianza como inyección de liquidez para poder seguir con los trabajos.
Hay buena voluntad, pero aún no han firmado. Calcula la Autoridad panameña que de aquí al martes tendría que producirse ya la fumata blanca. En cuyo caso, Quijano no volverá a decir, al menos durante un tiempo, que en España aún creemos que los panameños siguen siendo indios aborígenes con plumas en la cabeza. Esta idea de la España imperialista y opresora que es lo único que algunos, también en Panamá, quieren que se identifique con la marca España.